María Cepero y Nieto

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María Cepero y Nieto

Birthdate:
Death: 1557 (19-20)
Habana, Cuba
Immediate Family:

Daughter of Francisco Cepero and Isabel Nieto
Wife of Juan de Rojas Inestrosa and Manuel de Rojas
Mother of Juana de Roxas y Cepero and Magdalena de de Rojas Inestrosa y Cepero
Sister of Bartolomé Cepero y Nieto; Isabel Cepero y Nieto; Francisco Francisco Cepero y Nieto and Diego Cepero y Nieto

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Last Updated:

About María Cepero y Nieto

Falleció en la Habana en el año 1557. a consecuencia de una herida casual recibida por una bala de arcabús mientras se encontraba en la iglesia asistiendo a una fiesta religiosa que ella había organizado.

La lápida de Doña María Cepero. PRIMER MONUMENTODE LA HABANA

por Carlos Venegas Fornias '"

Entre las piezas más conocidas del Museo de la Ciudad de La Habana se encuentra un relieve tallado en una piedra compacta, similar al mármol, colocado sobre la pared de la galería norte del patio. La inscripción que contiene esta lápida se refiere a la muerte de una mujer, Doña María Cepero, fallecida en 1557, y su carácter es eminentemente conmemorativo, pues no hay ninguna señal de que sirviera de losa o tapa de una bóveda o nicho sepulcral, sino sólo como un recordatorio de su muerte, un auténtico monumento funerario situado originalmente en el mismo lugar donde ocurrió, o muy próximo. La inscripción en latín así lo asegura:

IC FIMEN TORMENTO BELLICO YN OPINATE PERCUSA D MARIA CEPERO ANO 1557 PR NR AM. (Aquí murió Doña María Ceperoherida casualmente por un arma año 1557).

Las últimas abreviaturas resultan imposibles de traducir con certeza, pero parecen ser fórmulas comunes de esos años como padre nuestro anima mea, o algo similar. El relieve reproduce la fachada de un pequeño templo clásico de orden dórico toscano, compuesta por un basamento, donde se inscribe el texto citado, y cuatro columnas que sostienen el entablamento y un frontón. Al centro del templo aparece una cruz dentro del hueco de una hornacina. El frontón refine otros detalles: un querubín que llena el interior con su rostro y alas, y unos remates coronados por llamas sobre sus tres ángulos.

Una copia de esta lápida aún permanece expuesta sobre los muros de una edificación cercana al Museo, en la esquina de las calles Obispo y Oficios, hoy restaurante La Mina, en el mismo lugar desde donde fuera trasladado el original en 1914 para conservarlo en las colecciones del Museo Nacional de Cuba. El deseo de mantenerlo cerca de su emplazamiento primitivo hizo que posteriormente, en 1937 se colocara donde aún permanece.

EN BUSCA DE DOÑA MARÍA

Desde el siglo xix la identidad de esta mujer ya resultaba desconocida y comenzó a ser objeto de interés y especulaciones estimuladas sin duda por la céntrica colocación de esta pieza, entonces a la entrada de una concurrida confitería de la calle de Obispo. El historiador José María de la Torre en su libro “Lo que fuimos y lo que somos o la Habana antigua y moderna” fue el primero en ocuparse de ella y la convirtió en la hija de uno de los gobernadores de Cuba en el siglo xvii, debido a que las dificultades para leer la inscripción, cubierta por capas de pintura, le hizo interpretar el año de su muerte como 1667. Más tarde, otro historiador de la ciudad, Manuel Pérez Beato, rectificó el error del año y la identificó como la hija de un antiguo vecino de la ciudad en el siglo xvi, Bartolomé Cepero, pero más tarde terminó por reconocer que este en realidad sólo había sido su tío.

La información más confiable, publicada luego por el mismo Pérez Beato y ampliada también por otro conocido genealogista de familias cubanas, Francisco de Santa Cruz y Mallen, asegura que María fue hija de Francisco Cepero, natural de las montañas de Burgos y uno de los antiguos colonizadores y pacificadores del país, y de Isabel Nieto, de esa misma procedencia. Francisco falleció en 1548, pero un hijo del mismo nombre mantuvo en pie el espíritu conquistador de la familia y acompañó al adelantado Pedro Menéndez de Avilés en sus expediciones a La Florida.

Maria se casó con Juan de Rojas Inestrosa, miembro de otra familia de activa participación en la conquista y colonización de la Isla y especialmente de La Habana.

Su suegro, Manuel de Rojas, había sido un hombre de confianza del adelantado Diego Ve1ázquez de Cuellar, conquistador de Cuba, y por dos ocasiones ocupó el cargo de gobernador a la muerte de éste, antes de partir a terminar sus días como colonizador en el reino del Perú. El matrimonio tuvo una hija, Magdalena de Rojas. Ningún documento o partida original sobre Doña María se recoge en los libros sacramentales de la antigua parroquial de La Habana, pues estos registros comienzan con posterioridad a su fallecimiento. No obstante, la ausencia de estos documentos no atenta contra la veracidad de las fuentes manejadas por los mencionados genealogistas que muy bien pudieron recopilar sus datos a partir de las hidalguías e informaciones de nobleza de sangre realizadas posteriormente, como era frecuente entre las antiguas familias habaneras, y que ellos tuvieron la oportunidad de consultar en los archivos.

VARIOS RELATOS PARA UNA SOLA MUERTE

Es indudable que el accidente que le ocasionó la muerte debió haber sido un suceso memorable y haber dejado un recuerdo muy duradero, tanto por su carácter extraordinario como por el linaje de la víctima, perteneciente a las familias fundadoras y principales de la villa. Pero con el paso del tiempo el hecho se fue reduciendo al contenido de la lápida y las demás circunstancias terminaron borradas de la memoria colectiva. De la Torre, que escribía en 1857, trescientos años más tarde, afirmaba que existían por entonces varios relatos tradicionales y errados sobre la manera en que había ocurrido, como el de haber sido causada por los efectos de una bala de cañón escapada de un barco surto en el puerto, pero él aceptaba como verdadero, sin aludir a ninguna prueba de autenticidad, que la legendaria dama había sido alcanzada por una bala de arcabuz mientras se encontraba arrodillada en el templo, proyectil escapado de la descarga realizada durante una fiesta que ella misma había sufragado.

En realidad, no había un recuerdo exacto del sitio donde la lápida estuvo colocada señalando el trágico accidente. Sólo se conocía que había estado sobre los muros de la Iglesia Parroquial, pero bien podía haber estado emplazada en su interior o en sus fachadas exteriores. Cuando el antiguo templo fue demolido en 1776 para dejar su espacio a la construcción del Palacio de Gobierno (actual Museo de la Ciudad) el relieve pasó a manos de Rafael Cepero, y por iniciativa de José Cepero –si juzgamos por el apellido ambos eran descendientes ya lejanos de María–, se instaló en otro sitio de la Plaza de Armas, sobre el muro de la mencionada casa de la calle Obispo, frente al lugar que la iglesia había ocupado antes. Resulta revelador que entre los numerosos monumentos y lápidas funerarias que deben haber existido en la iglesia en el momento de su demolición, sólo éste haya permanecido expuesto luego sobre el espacio público de la plaza, como si se hubiera tratado de respetar así la alusión original a un sitio exterior, probablemente a cielo abierto, donde pudo ocurrir el suceso que había permanecido evocando a través de los años. Por otra parte, la historia de la iglesia parroquial arrojaba incertidumbre sobre la posibilidad de que este accidente hubiera ocurrido en su interior, pues había sido destruida en 1555, durante el asalto de los corsarios franceses hugonotes que la quemaron junto con el resto de la villa, y debieron pasar algunos años antes de ser reconstruida y puesta en uso nuevamente, por tanto, no se puede asegurar en qué estado se encontraba apenas dos años después de incendiada, y con toda seguridad la fiesta a que el historiador aludía debió haber tenido lugar en algún otro local improvisado para templo, bien fuera dentro de la plaza o no.

La inscripción de esta tarja conmemorativa parece haber actuado sobre la imaginación popular desde temprano, acentuando el dramatismo que ya por sí mismo tenía el accidente aludido y, por supuesto, esto permitía poner en duda que la muerte tuviera lugar dentro del templo y en la forma antes descrita. Esta misma reflexión, que resultaba bastante evidente, dio motivo para imaginarse otras situaciones, aunque no menos tremendas. La palabra tormento sugirió a los oídos más simples e inexpertos un contexto totalmente opuesto al piadoso acto de arrodillarse en la iglesia parroquial e imaginaron a la víctima ardiendo en una hoguera levantada por la Santa Inquisición en la misma plaza pública, pero como el Santo Oficio aún no se había instalado en la Nueva España en ese año, esta interpretación aventurada quedó bastante desautorizada. Con mucho más respeto a la trascripción del latín, el historiador Pérez Beato lanzó la hipótesis que el suceso había tenido lugar durante algunas de las escasas fiestas públicas que se celebraron en 1557 en aquella población desmedrada y recién destruida, como fue la proclamación del monarca Felipe II, donde podemos suponer a María, quizás por entonces una joven madre, en medio de la plaza durante un bullicioso festejo, vestida con sus mejores galas, desplomándose al ser alcanzada por el disparo de un arma ante el asombro de todos. Como se puede entender, su muerte aún continua abierta al misterio, a los azares de la historia y de los archivos, y también a la fantasía de los creadores de leyendas.

LA FRAGILIDAD DE SU VIDA

La muerte de María Cepero, al margen de la circunstancia en que ocurrió y del tipo de arma que la produjo, tuvo como consecuencia haber dado origen al monumento conmemorativo más antiguo que se conserva en la ciudad de La Habana. Formalmente el relieve se inscribe dentro de un auténtico estilo artístico de presencia bastante excepcional en la Isla, el estilo plateresco o renacimiento español, del cual es el único exponente auténtico que se ha conservado en Cuba íntegramente. En el resto de las Antillas, si exceptuamos la Catedral de Santo Domingo y sus más antiguos altares, se han conservado pocas muestras del mismo. No podemos afirmar que la lápida fuera realizada de manera inmediata al fallecimiento que conmemora, al menos la iglesia donde fue situada no se terminó del todo hasta el año 1574, lo que se logró con la ayuda de 10 mil ducados entregados por Jerónimo de Rojas Avellaneda, un miembro de la familia del esposo de Doña María cuyos integrantes dominaron los cargos públicos de la villa durante el siglo xvi y mantuvieron una renovada y constante relación con España. El mismo Jerónimo, ya residente en la Metrópoli donde llegó a desempeñar el cargo de regidor de la ciudad de Toledo, daba curso en 1584 desde Madrid a una información de testigos en La Habana para probar la destacada participación de su familia en la fundación y defensa de la villa.

Debemos pensar que en la recién concluida iglesia parroquial de La Habana los vecinos principales se apresuraron a dejar constancia de su jerarquía social colocando sus lápidas funerarias en un sitio que era el espacio privilegiado de congregación para toda la población. Los Rojas estuvieron sin duda entre los primeros o más interesados en hacerlo, aunque no fueran los únicos, y es en medio de este contexto donde el monumento de María Cepero adquiere un sentido pleno de interpretación.

Por la factura de su material, bien distinto de la piedra porosa de las canteras donde se labraron los sillares de las primeras fortificaciones y viviendas de la villa, no parece haber sido un trabajo de mano de obra local, más bien pudo ser importada desde otro lugar del virreinato o de la propia España, como lo había sido poco antes el escudo de armas de la Casa de Austria, colocado sobre la entrada al Castillo de la Fuerza.

Su mensaje está logrado con una elegante y sobria economía de medios decorativos, llena de una modernidad que hace honor a la tradición clásica griega y romana que el estilo renacentista había tomado como referencia simbólica y figurativa. La inscripción personal aparece en el nivel inferior o base, lo más cercano a la tierra y contingente, a continuación, el cuerpo del templo clásico con la cruz del martirio se nos revela como el curso de la existencia humana, un tránsito hacia un estado superior, trascendente, representado por el frontón triangular que lo remata, donde el rostro del querubín, un poco inflado, parece soplar el débil y pasajero aliento de la vida, para terminar, en fin, sosteniendo tres lámparas de resplandor y energía eternos. Toda una escueta lección en imágenes del ascenso y fugacidad de la existencia humana, de su fragilidad.

En un sentido social parece darnos a entender que la vida de María pertenece a un pasado de violencia e inseguridad, de asaltos e incendios, de conquistas y pacificaciones de las tierras descubiertas, de aglomeraciones de guarniciones, pasajeros y flotas de navíos en La Habana, en fin, la vida convulsa de todo un mundo nuevo que nacía al otro lado del Atlántico, época de inestabilidad donde la vulnerabilidad de una mujer indefensa se levanta como una imagen representativa, digna de ser perpetuada para el futuro.

Bibliografía: -Torre, José María de la: Lo que fuimos y lo que somos o la Habana antigua y moderna, Librería Cervantes, Habana, 1913. -Pérez Beato, Manuel: “Inscripciones Cubanas”, en El Curioso Americano, no.10, Habana, 15 de abril de 1893, p. 157. -“Inscripciones Cubanas”, en El Curioso Americano, nos. 1-2, Habana, enero-febrero de 1901, p. 4. -“Catálogo genealógico de apellidos cubanos”, en El Curioso Americano, no. 6, Habana, mayo-junio de 1928, p. 242. -Roig de Leuchsenring, Emilio: “Tesoros históricos y artísticos que posee actualmente el Palacio Municipal” en Los Monumentos Nacionales de la República de Cuba, Vol. I, La Habana, 1957, p. 132. -Santa Cruz y Mallen, Francisco Xavier de: Historia de familias cubanas. Tomo Primero. La Habana 1940.

Acerca de María Cepero y Nieto (Español)

Falleció en la Habana en el año 1557. a consecuencia de una herida casual recibida por una bala de arcabús mientras se encontraba en la iglesia asistiendo a una fiesta religiosa que ella había organizado.

Bibliografía: -José María de la Torre y de la Torre: "Lo que fuimos y lo que somos o la Habana antigua y moderna, Librería Cervantes, Habana, 1913"

La lápida de Doña María Cepero. PRIMER MONUMENTO DE LA HABANA por Carlos Venegas Fornias '"

Entre las piezas más conocidas del Museo de la Ciudad de La Habana se encuentra un relieve tallado en una piedra compacta, similar al mármol, colocado sobre la pared de la galería norte del patio. La inscripción que contiene esta lápida se refiere a la muerte de una mujer, Doña María Cepero, fallecida en 1557, y su carácter es eminentemente conmemorativo, pues no hay ninguna señal de que sirviera de losa o tapa de una bóveda o nicho sepulcral, sino sólo como un recordatorio de su muerte, un auténtico monumento funerario situado originalmente en el mismo lugar donde ocurrió, o muy próximo. La inscripción en latín así lo asegura:

IC FIMEN TORMENTO BELLICO YN OPINATE PERCUSA D MARIA CEPERO ANO 1557 PR NR AM. (Aquí murió Doña María Cepero herida casualmente por un arma año 1557).

Las últimas abreviaturas resultan imposibles de traducir con certeza, pero parecen ser fórmulas comunes de esos años como padre nuestro anima mea, o algo similar. El relieve reproduce la fachada de un pequeño templo clásico de orden dórico toscano, compuesta por un basamento, donde se inscribe el texto citado, y cuatro columnas que sostienen el entablamento y un frontón. Al centro del templo aparece una cruz dentro del hueco de una hornacina. El frontón refine otros detalles: un querubín que llena el interior con su rostro y alas, y unos remates coronados por llamas sobre sus tres ángulos.

Una copia de esta lápida aún permanece expuesta sobre los muros de una edificación cercana al Museo, en la esquina de las calles Obispo y Oficios, hoy restaurante La Mina, en el mismo lugar desde donde fuera trasladado el original en 1914 para conservarlo en las colecciones del Museo Nacional de Cuba. El deseo de mantenerlo cerca de su emplazamiento primitivo hizo que posteriormente, en 1937 se colocara donde aún permanece.

EN BUSCA DE DOÑA MARÍA

Desde el siglo xix la identidad de esta mujer ya resultaba desconocida y comenzó a ser objeto de interés y especulaciones estimuladas sin duda por la céntrica colocación de esta pieza, entonces a la entrada de una concurrida confitería de la calle de Obispo. El historiador José María de la Torre en su libro “Lo que fuimos y lo que somos o la Habana antigua y moderna” fue el primero en ocuparse de ella y la convirtió en la hija de uno de los gobernadores de Cuba en el siglo xvii, debido a que las dificultades para leer la inscripción, cubierta por capas de pintura, le hizo interpretar el año de su muerte como 1667. Más tarde, otro historiador de la ciudad, Manuel Pérez Beato, rectificó el error del año y la identificó como la hija de un antiguo vecino de la ciudad en el siglo xvi, Bartolomé Cepero, pero más tarde terminó por reconocer que este en realidad sólo había sido su tío.

La información más confiable, publicada luego por el mismo Pérez Beato y ampliada también por otro conocido genealogista de familias cubanas, Francisco de Santa Cruz y Mallen, asegura que María fue hija de Francisco Cepero, natural de las montañas de Burgos y uno de los antiguos colonizadores y pacificadores del país, y de Isabel Nieto, de esa misma procedencia. Francisco falleció en 1548, pero un hijo del mismo nombre mantuvo en pie el espíritu conquistador de la familia y acompañó al adelantado Pedro Menéndez de Avilés en sus expediciones a La Florida.

Maria se casó con Juan de Rojas Inestrosa, miembro de otra familia de activa participación en la conquista y colonización de la Isla y especialmente de La Habana.

Su suegro, Manuel de Rojas, había sido un hombre de confianza del adelantado Diego Ve1ázquez de Cuellar, conquistador de Cuba, y por dos ocasiones ocupó el cargo de gobernador a la muerte de éste, antes de partir a terminar sus días como colonizador en el reino del Perú. El matrimonio tuvo una hija, Magdalena de Rojas. Ningún documento o partida original sobre Doña María se recoge en los libros sacramentales de la antigua parroquial de La Habana, pues estos registros comienzan con posterioridad a su fallecimiento. No obstante, la ausencia de estos documentos no atenta contra la veracidad de las fuentes manejadas por los mencionados genealogistas que muy bien pudieron recopilar sus datos a partir de las hidalguías e informaciones de nobleza de sangre realizadas posteriormente, como era frecuente entre las antiguas familias habaneras, y que ellos tuvieron la oportunidad de consultar en los archivos.

VARIOS RELATOS PARA UNA SOLA MUERTE

Es indudable que el accidente que le ocasionó la muerte debió haber sido un suceso memorable y haber dejado un recuerdo muy duradero, tanto por su carácter extraordinario como por el linaje de la víctima, perteneciente a las familias fundadoras y principales de la villa. Pero con el paso del tiempo el hecho se fue reduciendo al contenido de la lápida y las demás circunstancias terminaron borradas de la memoria colectiva. De la Torre, que escribía en 1857, trescientos años más tarde, afirmaba que existían por entonces varios relatos tradicionales y errados sobre la manera en que había ocurrido, como el de haber sido causada por los efectos de una bala de cañón escapada de un barco surto en el puerto, pero él aceptaba como verdadero, sin aludir a ninguna prueba de autenticidad, que la legendaria dama había sido alcanzada por una bala de arcabuz mientras se encontraba arrodillada en el templo, proyectil escapado de la descarga realizada durante una fiesta que ella misma había sufragado.

En realidad, no había un recuerdo exacto del sitio donde la lápida estuvo colocada señalando el trágico accidente. Sólo se conocía que había estado sobre los muros de la Iglesia Parroquial, pero bien podía haber estado emplazada en su interior o en sus fachadas exteriores. Cuando el antiguo templo fue demolido en 1776 para dejar su espacio a la construcción del Palacio de Gobierno (actual Museo de la Ciudad) el relieve pasó a manos de Rafael Cepero, y por iniciativa de José Cepero –si juzgamos por el apellido ambos eran descendientes ya lejanos de María–, se instaló en otro sitio de la Plaza de Armas, sobre el muro de la mencionada casa de la calle Obispo, frente al lugar que la iglesia había ocupado antes. Resulta revelador que entre los numerosos monumentos y lápidas funerarias que deben haber existido en la iglesia en el momento de su demolición, sólo éste haya permanecido expuesto luego sobre el espacio público de la plaza, como si se hubiera tratado de respetar así la alusión original a un sitio exterior, probablemente a cielo abierto, donde pudo ocurrir el suceso que había permanecido evocando a través de los años. Por otra parte, la historia de la iglesia parroquial arrojaba incertidumbre sobre la posibilidad de que este accidente hubiera ocurrido en su interior, pues había sido destruida en 1555, durante el asalto de los corsarios franceses hugonotes que la quemaron junto con el resto de la villa, y debieron pasar algunos años antes de ser reconstruida y puesta en uso nuevamente, por tanto, no se puede asegurar en qué estado se encontraba apenas dos años después de incendiada, y con toda seguridad la fiesta a que el historiador aludía debió haber tenido lugar en algún otro local improvisado para templo, bien fuera dentro de la plaza o no.

La inscripción de esta tarja conmemorativa parece haber actuado sobre la imaginación popular desde temprano, acentuando el dramatismo que ya por sí mismo tenía el accidente aludido y, por supuesto, esto permitía poner en duda que la muerte tuviera lugar dentro del templo y en la forma antes descrita. Esta misma reflexión, que resultaba bastante evidente, dio motivo para imaginarse otras situaciones, aunque no menos tremendas. La palabra tormento sugirió a los oídos más simples e inexpertos un contexto totalmente opuesto al piadoso acto de arrodillarse en la iglesia parroquial e imaginaron a la víctima ardiendo en una hoguera levantada por la Santa Inquisición en la misma plaza pública, pero como el Santo Oficio aún no se había instalado en la Nueva España en ese año, esta interpretación aventurada quedó bastante desautorizada. Con mucho más respeto a la trascripción del latín, el historiador Pérez Beato lanzó la hipótesis que el suceso había tenido lugar durante algunas de las escasas fiestas públicas que se celebraron en 1557 en aquella población desmedrada y recién destruida, como fue la proclamación del monarca Felipe II, donde podemos suponer a María, quizás por entonces una joven madre, en medio de la plaza durante un bullicioso festejo, vestida con sus mejores galas, desplomándose al ser alcanzada por el disparo de un arma ante el asombro de todos. Como se puede entender, su muerte aún continua abierta al misterio, a los azares de la historia y de los archivos, y también a la fantasía de los creadores de leyendas.

LA FRAGILIDAD DE SU VIDA

La muerte de María Cepero, al margen de la circunstancia en que ocurrió y del tipo de arma que la produjo, tuvo como consecuencia haber dado origen al monumento conmemorativo más antiguo que se conserva en la ciudad de La Habana. Formalmente el relieve se inscribe dentro de un auténtico estilo artístico de presencia bastante excepcional en la Isla, el estilo plateresco o renacimiento español, del cual es el único exponente auténtico que se ha conservado en Cuba íntegramente. En el resto de las Antillas, si exceptuamos la Catedral de Santo Domingo y sus más antiguos altares, se han conservado pocas muestras del mismo. No podemos afirmar que la lápida fuera realizada de manera inmediata al fallecimiento que conmemora, al menos la iglesia donde fue situada no se terminó del todo hasta el año 1574, lo que se logró con la ayuda de 10 mil ducados entregados por Jerónimo de Rojas Avellaneda, un miembro de la familia del esposo de Doña María cuyos integrantes dominaron los cargos públicos de la villa durante el siglo xvi y mantuvieron una renovada y constante relación con España. El mismo Jerónimo, ya residente en la Metrópoli donde llegó a desempeñar el cargo de regidor de la ciudad de Toledo, daba curso en 1584 desde Madrid a una información de testigos en La Habana para probar la destacada participación de su familia en la fundación y defensa de la villa.

Debemos pensar que en la recién concluida iglesia parroquial de La Habana los vecinos principales se apresuraron a dejar constancia de su jerarquía social colocando sus lápidas funerarias en un sitio que era el espacio privilegiado de congregación para toda la población. Los Rojas estuvieron sin duda entre los primeros o más interesados en hacerlo, aunque no fueran los únicos, y es en medio de este contexto donde el monumento de María Cepero adquiere un sentido pleno de interpretación.

Por la factura de su material, bien distinto de la piedra porosa de las canteras donde se labraron los sillares de las primeras fortificaciones y viviendas de la villa, no parece haber sido un trabajo de mano de obra local, más bien pudo ser importada desde otro lugar del virreinato o de la propia España, como lo había sido poco antes el escudo de armas de la Casa de Austria, colocado sobre la entrada al Castillo de la Fuerza.

Su mensaje está logrado con una elegante y sobria economía de medios decorativos, llena de una modernidad que hace honor a la tradición clásica griega y romana que el estilo renacentista había tomado como referencia simbólica y figurativa. La inscripción personal aparece en el nivel inferior o base, lo más cercano a la tierra y contingente, a continuación, el cuerpo del templo clásico con la cruz del martirio se nos revela como el curso de la existencia humana, un tránsito hacia un estado superior, trascendente, representado por el frontón triangular que lo remata, donde el rostro del querubín, un poco inflado, parece soplar el débil y pasajero aliento de la vida, para terminar, en fin, sosteniendo tres lámparas de resplandor y energía eternos. Toda una escueta lección en imágenes del ascenso y fugacidad de la existencia humana, de su fragilidad.

En un sentido social parece darnos a entender que la vida de María pertenece a un pasado de violencia e inseguridad, de asaltos e incendios, de conquistas y pacificaciones de las tierras descubiertas, de aglomeraciones de guarniciones, pasajeros y flotas de navíos en La Habana, en fin, la vida convulsa de todo un mundo nuevo que nacía al otro lado del Atlántico, época de inestabilidad donde la vulnerabilidad de una mujer indefensa se levanta como una imagen representativa, digna de ser perpetuada para el futuro.

El primer monumento funerario en nuestra ciudad, erigido en el lugar de un accidente, una lápida en honor de doña María Cepero, que fue herida casualmente por un disparo de arcabuz, durante la fiesta religiosa subvencionada por la ilustre dama, que no logró sobrevivir. - Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Madrid-Las Palmas (2007), núm. 53, pp. 497

Bibliografía: -Torre, José María de la: Lo que fuimos y lo que somos o la Habana antigua y moderna, Librería Cervantes, Habana, 1913. -Pérez Beato, Manuel: “Inscripciones Cubanas”, en El Curioso Americano, no.10, Habana, 15 de abril de 1893, p. 157. -“Inscripciones Cubanas”, en El Curioso Americano, nos. 1-2, Habana, enero-febrero de 1901, p. 4. -“Catálogo genealógico de apellidos cubanos”, en El Curioso Americano, no. 6, Habana, mayo-junio de 1928, p. 242. -Roig de Leuchsenring, Emilio: “Tesoros históricos y artísticos que posee actualmente el Palacio Municipal” en Los Monumentos Nacionales de la República de Cuba, Vol. I, La Habana, 1957, p. 132. -Santa Cruz y Mallen, Francisco Xavier de: Historia de familias cubanas. Tomo Primero. La Habana 1940.

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María Cepero y Nieto's Timeline

1537
1537
1555
1555
Cuéllar, Segovia, Castilla y León, Spain
1557
1557
Age 20
Habana, Cuba
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