Victoria Teresa Francisca de Borja Casilda Fernández de Córdoba y Fernández de Henestrosa, XVIII duquesa de Medinaceli

Por la desmesura de Ducados que acumula (amén de marquesados y demás grandezas), el ingenio popular comparó a la Casa de Pilatos con un estanco. Cuatro ases hay en tan aristocrática baraja: Medinaceli, Alba, Osuna y Medina Sidonia, todos, hoy, mujeres (paridades casuales del destino) y tres de ellas afincadas en Sevilla (desequilibrios territoriales de la Historia). Juntas eclipsarían a un zar; por separado, a las ramas más frondosas de la nobleza europea. Ocho siglos en su descomunal genealogía: con santos y guerreros, filántropos y recaudadores, píos y pecadores. Casi niña marchó al exilio en Roma con el rey Alfonso XIII y volvió para normalizar la vida social de un país atrapado en la hecatombe del odio entre hermanos. En aquel palacio, que dotó de origen a la Semana Santa de Sevilla, su figura benefactora se negó a recibir a «la Perona» y acogió entre mármoles y gules al más rutilante escalafón internacional. Elegante, discreta y señorial (valga tanto pleonasmo), cuida, bruñe y administra un patrimonio cultural del tamaño mismo de la geografía de España.