Marcelo Sánchez Sorondo Costa Paz

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Marcelo Sánchez Sorondo Costa Paz

Birthdate:
Birthplace: Buenos Aires, Buenos Aires, Argentina
Death: June 23, 2012 (99)
Buenos Aires, Argentina
Immediate Family:

Son of Matías Guillermo Sánchez Sorondo and Micaela Costa Paz
Husband of Maria Rosa de Elía Harilaos and Amalia Moreno Bunge
Father of Private; Private; Santiago Sánchez Sorondo Moreno; María los Ángeles Sánchez Sorondo; Private and 1 other
Brother of Julio Alejandro Sánchez Sorondo Costa Paz; Private; Private; Private; Private and 2 others

Managed by: Private User
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Immediate Family

About Marcelo Sánchez Sorondo Costa Paz

Marcelo Sánchez Sorondo Premio Konex 2004: Memorias y Testimonios

Nació el 17 de septiembre de 1912. Fue cronista de la guerra civil española, traductor de Charles Peguy, admirador de Maurice Barrés, lector de Genivet y Unamuno, compañero intelectual del P. Menvielle, Leopoldo Marechal y Paco Bernardez, cofrade político de Mario Amadeo, Máximo Etchecopar y Arturo Jauretche, eminente profesor universitario y exégeta constitucional, redactor de "Nueva Política" y fundador del periodismo de "Azul y Blanco" que motivó las persecuciones gubernativas de Aramburu, Frondizi y Onganía a causa de las cuales sufrió tres veces cárcel. Entre sus obras se destacan: “La revolución que anunciamos” (1945), “Tesis doctoral sobre La teoría Política del Federalismo” (1951), “Libertades prestadas” (1970), “La Argentina por dentro” (1987). En 2001 publicó “Memorias”.

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Los intelectuales y el país de hoy Sánchez Sorondo: "Ya no quedan líderes políticos genuinos" El abogado nacionalista analiza la crisis Sábado 06 de marzo de 2004 | Publicado en edición impresa Compartir Sánchez Sorondo: "Ya no quedan líderes políticos genuinos" “Debemos apostar sin reservas por la más amplia restauración del humanismo”, sostiene Sánchez Sorondo. / Ricardo Pristupluk

"Aunque mi respuesta tenga cierto trasfondo nihilista, debo decirle que no creo que existan en la actualidad líderes políticos genuinos."

El doctor Marcelo Sánchez Sorondo no se demora en el desmenuzamiento de las cuestiones coyunturales, anecdóticas o pasajeras de la vida argentina. Fiel a su estilo, prefiere ir al encuentro de los grandes problemas de fondo y se concentra en el análisis de los lineamientos históricos y socioculturales que presiden y definen nuestro desenvolvimiento y nuestra identidad como nación. Le preocupan las deformaciones que ha ido sufriendo el sistema institucional argentino y cree que en nuestro país impera actualmente "un régimen de oligarquías partidarias que ha sustituido y corrompido a la genuina democracia". A su juicio, los argentinos vivimos una crisis sociocultural angustiosa, de modo tal que "la política gira en el vacío".

Analista político, abogado, periodista y, sobre todo, personalidad sobresaliente de la vida cultural argentina, el doctor Sánchez Sorondo es un hombre altamente representativo de las corrientes de pensamiento que han puesto el énfasis, desde la perspectiva del nacionalismo tradicional, en la defensa apasionada de los intereses de la Nación. Profesor universitario, director de periódicos que participaron intensamente de las controversias nacionales (tales como Nueva Política, Azul y Blanco o La República), ha sido durante más de medio siglo un observador sensible de las evoluciones de la vida pública nacional. En su libro "La Argentina por dentro", publicado en 1987, está contenida una parte sustancial de su pensamiento político.

Afirma que la desaparición de la clase dirigente tradicional de la Argentina ha dejado un espacio que aún hoy continúa vacante y opina que el país necesita encarar la reconstrucción de su sistema político de partidos. Para eso será indispensable -advierte- la creación de fuerzas nuevas que se identifiquen con las raíces históricas del país.

Evoca a Juan Domingo Perón como un personaje complejo, "cuya psiquis más profunda se sumerge en una región insondable". Cuando se le pregunta cuál era el elemento central del pensamiento político de Perón, rescata el concepto de la "comunidad organizada". En el justicialismo de hoy ese concepto está ausente y por eso -dice- "el debate interno en ese partido se circunscribe a opciones dependientes, en todos los casos, de influencias extranjeras".

Sánchez Sorondo opina que la llamada globalización no es un obstáculo para que cada país ejerza plenamente su soberanía. Al contrario, cree que en algunas circunstancias la vivencia real de la soberanía puede resultar favorecida por el proceso de mundialización. En el caso de las naciones de nuestro continente, entiende que la tendencia a la integración regional, como la que se expresa en el Mercosur, ante todo debería reconocer y propiciar una toma de conciencia acerca de la "espontánea e histórica unidad de los pueblos de nuestra América".

-En "La Argentina por dentro", usted se refiere a la relación entre dos conceptos fundamentales: el de Nación y el de democracia. Dice usted que la democracia tiene un valor instrumental. En la Nación, en cambio, se encarnan los valores esenciales y permanentes. ¿Cree que los líderes políticos actuales comparten esa visión de lo sustancial y lo instrumental?

-Aunque mi respuesta tenga cierto trasfondo nihilista, empezaré por decirle que no creo que existan en la actualidad genuinos líderes políticos. ¿Qué es un líder político? ¿Cuál es la diferencia respecto de un dirigente? Sin ser exactamente un caudillo -término que se orienta hacia el pasado-, el verdadero líder político se distingue precisamente por los rasgos que Mitre atribuía a los caudillos: "Buscan una patria indisoluble y un gobierno para todos; respetan el interés general y se inspiran en sentimientos verdaderamente argentinos". A quienes hoy asumen el papel de actores de la política no parece preocuparles esa distinción sustancial entre Nación y democracia, y hasta sospecho que no la disciernen en los hechos. No se paran a distinguir "la voz entre los ecos" y confunden su propia fortuna en el poder con el éxito en la tarea suprema de servir al bien común. Desde luego, la diferencia entre democracia y Nación es obvia, puesto que se trata de valores distintos, que actúan en diversos planos. La democracia es un sistema de gobierno, en tanto que la Nación es un cosmos político. Quiero suponer que a los dirigentes políticos actuales no se les escapa esa diferenciación tan clara y elemental. No se necesita ser un experto en política para advertirla.

-Usted ha dicho que la consulta electoral y el gobierno de las mayorías son elementos necesarios, pero no suficientes, de la democracia. Hace falta algo más, pues de lo contrario la democracia puede degenerar en demagogia o puede llevar a un entramado de oligarquías partidarias, como nos ha ocurrido a los argentinos. ¿Cree que hoy estamos saliendo de esa vieja deformación? ¿Hemos aprendido algo los argentinos, o el mal subsiste?

-La deformación subsiste y, por cierto, agravada. La política argentina conforma hoy -en efecto- un régimen de oligarquías partidarias que ha sustituido y corrompido a la genuina democracia. No se advierte cómo el sistema democrático podría adquirir una genuina consistencia bajo el peso de esos factores deformantes. Estimo que hemos aprendido poco y nada, porque a la mayoría del país se la sigue pensando desde la encerrona del cuarto oscuro.

-¿Cómo definiría a la crisis argentina actual? ¿Es una crisis política o es una crisis que afecta a otra clase de valores y principios?

-Creo que el país argentino vive una angustiosa crisis sociocultural, de suerte que la política gira en el vacío. Es preciso revertir la crisis de fondo. Por supuesto, no se trata de la simple tarea de un gobierno: es una faena que debe asumir toda la sociedad. Se necesita una generosa movilización de la opinión pública, a fin de que la comunidad nacional en su conjunto tome conciencia de la gravedad del problema y vuelque toda su energía en el esfuerzo por trascender de ese estado crítico.

-En el libro ya mencionado usted sostiene que no basta la legitimidad de origen de los gobernantes. Hace falta una legitimidad de ejercicio. ¿Cómo se llega a esa legitimidad sustancial, de fondo?

-No es, por cierto, fácil establecer la trayectoria propia de una auténtica legitimidad de ejercicio, que se define, ante todo, por la capacidad del gobernante para realizar el bien común. La legitimidad de ejercicio no se agota con el mero consenso público relativo a medidas parciales de gobierno, sino que requiere una explícita capacidad para garantizar la concordia nacional, vale decir, la convivencia pacífica entre todos los factores que integran la sociedad.

-¿Por qué a la sociedad argentina le cuesta tanto integrarse en un auténtico ideal de Nación? ¿En qué medida el mejor conocimiento de nuestro pasado histórico o su revalorización puede ayudar a crecer hacia la unidad que hoy está faltando?

-En la Argentina se dio un fenómeno propio de los países con fuerte presencia inmigratoria. Esto explica la existencia en nuestro territorio de una pluralidad de sociedades que carecen de un común denominador. Algunos de los pasos para revertir esta situación ya han sido dados, paradójicamente, como fruto de la notoria merma de autoridad que dio lugar a la caída del presidente Fernando de la Rúa y a los borrascosos episodios que de inmediato se sucedieron. Hoy son muchos más que entonces -son mayoría- los argentinos que reconocen que su destino común es ineluctable. Sin duda, el mejor conocimiento de nuestro pasado facilitaría el logro de la unidad nacional. En las últimas décadas contribuyó decididamente a concretar ese alto objetivo el papel de la enseñanza privada de nivel superior. Esta adquirió una gravitación decisiva en el país, por la importancia de sus establecimientos universitarios, que atraen a una verdadera elite estudiantil. Todo ello constituye un factor determinante que fortalece al sistema educativo en su conjunto, pues no sólo estimula la memoria histórica de nuestros compatriotas, sino también su comprensión de los hechos actuales.

-Hace más de quince años usted dijo que el país no tenía, como en otro tiempo, una clase dirigente. Sólo existe, afirmó, una pluralidad de minorías "eficaces en lo suyo". ¿Se ha avanzado algo desde entonces, o el problema se mantiene estático? ¿El espacio que dejó la clase dirigente tradicional continúa vacante?

- Sí, ciertamente continúa vacante. La antigua clase dirigente no ha sido reemplazada en la tarea del Estado. En su lugar actúan las oligarquías partidarias, que no son una clase ni son dirigentes.

-El sistema de partidos políticos atraviesa, en nuestro país, una crisis integral. Existe un partido en cierto modo hegemónico, el justicialismo, en el que conviven distintas visiones del país. Y el resto es una suma de partidos todavía débiles o en declinación. ¿Por dónde debería empezar la reconstrucción del sistema?

-En la actualidad, el justicialismo es un partido hegemónico en tanto y en cuanto conviven bajo el paraguas del mito peronista tendencias muy diversas. No es la primera vez que sucede: ya se manifestó hace más de treinta años, cuando el regreso de Perón convirtió al movimiento justicialista en una fuerza electoral invencible. En aquel momento, el propio Perón, convencido de su gravitación incontrastable, estimuló esa pluralidad de agrupaciones políticas de distinto signo. Y cuando aquella convivencia se volvió imposible, estuvo él para preservar la unidad partidaria. Hoy, para la reconstrucción del sistema de partidos sería necesaria la creación de una o más fuerzas políticas con capacidad para convocar al pueblo y obtener su apoyo. Sólo si esas fuerzas nuevas demuestran un alto grado de salud política será viable esa reconstrucción. De otro modo, sería más de lo mismo. Esas fuerzas nuevas sólo tendrán éxito si consiguen identificarse con las raíces históricas del país.

-Usted se asomó siempre a la vida política desde el campo del pensamiento y del análisis intelectual. Pero en un momento determinado, en 1973, asumió un compromiso militante y fue candidato a senador nacional por la Capital, por el aglutinamiento en el cual el peronismo constituía la fuerza mayoritaria. ¿Qué conclusiones extrajo de esa experiencia?

-Para responder a su pregunta considero indispensable manifestar que mi candidatura a senador nacional fue consecuencia de una intensa actividad política previa, que se propuso avanzar más allá del peronismo, aunque reconociéndole su condición mayoritaria, para integrarlo con otros núcleos del campo nacional. Se trataba de lograr que el peronismo conviviese con otras expresiones políticas en el marco del Estado de Derecho y cualquiera que fuere su condición mayoritaria. Lo cierto es que desde entonces el peronismo jamás pretendió excluir a sus opositores de la lucha por el poder. Aquella incursión en la política activa me facilitó el contacto con hombres de otras tendencias y me permitió obtener una visión más amplia del escenario nacional y, por consiguiente, advertir cómo era posible superar las tentaciones del espíritu de facción.

-¿Qué visión tiene usted, a estas alturas, del fundador del justicialismo? ¿Cuánto queda de Perón y de su visión del mundo en el actual justicialismo?

-El general Perón era dueño de una simpatía personal muy notoria, que facilitaba el trato con él. Perón era, según su humana complexión, un personaje complejo, cuya psiquis más profunda se sumergía en una región insondable. Considerando hoy retrospectivamente su personalidad, no rectifico ese juicio. Personalmente, mi recuerdo de Perón no se desglosa de aquella opinión que me merece su célebre actuación pública. Por lo demás, conviene aclarar que mi contacto con él fue muy anterior al momento en que su vida pública se volvió notoria y se configuró su extensa popularidad. A mi juicio, la visión del mundo que tenía Perón se centraba en la idea de la comunidad organizada, porque sólo con ella el país podía enfrentar con éxito los avatares de la política mundial sin alineamientos de ninguna clase, o sea, cuidando la independencia. Desde la muerte de Perón, la estructura del poder internacional ha variado radicalmente. Perón, que se anticipó a la globalización, definida por él como "mundialización", no tuvo que lidiar con su concreción en un escenario de una única superpotencia, como es el que hoy tenemos. En el justicialismo actual, lo que se echa de menos es, precisamente, la idea de la comunidad organizada. Y lo que divide a sus distintas tendencias es el criterio sobre la posición de la Argentina en el mundo. Por una parte, hay sectores que se caracterizan por adherir al alineamiento acrítico con los Estados Unidos. Ese fue el criterio que se expresó en la década menemista y creo que, en parte, se mantiene en la actualidad en las esferas del poder. Por el otro lado, hay sectores en los que asoma cada tanto la nostalgia de un sedicente peronismo setentista, que se invoca en los discursos, pero pasa a segundo plano a la hora de las decisiones, salvo en los temas en los que el sesgo ideológico no afecta a intereses concretos. Estos sectores ideologizados no tienen ya referente internacional, porque el bloque soviético se hundió. La ausencia actual del concepto de comunidad organizada en el justicialismo ha terminado por circunscribir el debate interno a opciones dependientes, en todos los casos, de influencias extranjeras.

-Los miembros de su generación tuvieron una experiencia singularmente enriquecedora por su participación en los recordados cursos de cultura católica, que tanta repercusión alcanzaron en las décadas del 20 y del 30. ¿Qué gravitación tuvieron esos cursos, históricamente, en la evolución del pensamiento político argentino?

-Los cursos de cultura católica fueron un testimonio muy notable de lo que podríamos llamar la elite intelectual de entonces. Gracias a esos cursos, cuyo mentor era César Pico, la juventud argentina orientada hacia el catolicismo encontraba las bases de su pensamiento político. Y aunque esas reuniones no se prolongaron demasiado, su impronta marcó decisivamente a los núcleos juveniles que se formaron bajo su influencia. Por entonces, la vida cultural argentina no estaba perturbada por esa violencia ideológica que fue el eco local de la terrible Guerra Civil Española y, más tarde, de la Guerra Mundial que le sucedió. Creo que el principal aporte de los cursos de cultura católica a la evolución de las ideas políticas nacionales fue el redescubrimiento de un tomismo remozado por la obra de Jacques Maritain. Para ser claro, ese tomismo afirmó la primacía del orden moral sobre la política e instaló el bien común -y no la "voluntad general" de la Revolución Francesa- como el gran objetivo legítimo de la acción política. Esto tuvo luego amplias consecuencias.

-Usted es reconocido como uno de los máximos exponentes de lo que se llamó genéricamente el pensamiento nacionalista argentino. ¿Cuál fue la principal contribución del nacionalismo al desenvolvimiento de nuestra vida política? ¿Cuánto le debió el peronismo, por ejemplo, a esa corriente?

-La influencia del nacionalismo se advierte en distintos campos de la vida política argentina. Uno de ellos fue la crítica al sistema de partidos, al que se identificó como "partidocracia". Otro fue la impugnación al influjo determinante de los intereses extranjeros en la vida nacional. Un tercero fue la terca denuncia de la corrupción en el ejercicio de los cargos públicos. En cuarto lugar, el nacionalismo no dejó nunca de advertir las consecuencias catastróficas que acarrearía la falta de rigor en la educación pública y el sesgo ideológico que ese sector de la enseñanza fue adquiriendo. La corriente nacionalista no tuvo éxito en su momento. Eso explica, en buena medida, el descreimiento actual acerca de los partidos políticos en la opinión pública. En cuanto al peronismo, ¿qué duda cabe de que en sus orígenes se adueñó de la prédica nacionalista, aunque pocas veces fue fiel a sus postulados?

-¿Cuáles deberían ser hoy los principales lineamientos de nuestra política exterior? ¿Cómo se deben afrontar las tensiones entre el Estado nacional y la tendencia a la formación de bloques supranacionales? ¿Cómo se ejerce la soberanía en un mundo que tiende a la globalización?

- Para ser fiel a los intereses nacionales, la política exterior argentina debería perseguir los siguientes objetivos: a) defender la soberanía de la Nación; b) establecer las mejores relaciones con los países vecinos y procurar echar las bases de una confederación sudamericana y con España, lo cual incluye especialmente al Mercosur; c) facilitar en el campo de los intereses locales y regionales el entendimiento distante con los Estados Unidos. No es buena política insistir o exagerar las tensiones entre los Estados y los bloques. La formación de tales bloques, lejos de ser un inconveniente o un obstáculo para los Estados nacionales, los beneficia tanto en el ejercicio de su autonomía como en su capacidad para influir en la política mundial. La llamada "globalización" no constituye un escollo para la plena expresión de la soberanía de cada país; al contrario, en algunas circunstancias puede favorecerla. En ese sentido, debe quedar claro que la soberanía no es una suerte de mito político que separa como una valla infranqueable a los distintos países, sino que admite la complementación entre ellos. Es evidente que los procesos de integración, como es el caso del Mercosur, tienden, por su propia dinámica, a favorecer, y no a obstruir, los intereses de cada uno de los pueblos latinoamericanos. Ello no obsta para que, en su transcurso, se planteen conflictos que pueden y deben superarse. Pero la integración, referida sobre todo a los temas económicos, debería ante todo reconocer y facilitar una toma de conciencia sobre la espontánea e histórica unidad de los pueblos de nuestra América.

-¿Qué lugar queda para la esperanza en un mundo en el que los valores tradicionales del humanismo son a menudo desmentidos? ¿Cómo visualiza el porvenir de la Argentina a partir de una realidad tan compleja y severa como la que afrontamos hoy?

-Nuestro país abriga la esperanza de una restauración de sus valores tradicionales. Ante la obvia comprobación de su actual decadencia, la Argentina debe apostar sin reservas por la más amplia restauración del humanismo, como condición para recuperar el papel protagónico que concierne a su identidad nacional. Si nuestro país logra reencontrarse con su tradición más auténtica, sin duda participaremos con nuestros valores en un mundo contemporáneo en el cual esos valores, justamente, son con frecuencia negados o desvirtuados.

Por Bartolomé de Vedia De la Redacción de LA NACION

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Marcelo Sánchez Sorondo Costa Paz's Timeline

1912
September 17, 1912
Buenos Aires, Buenos Aires, Argentina
1948
1948
2012
June 23, 2012
Age 99
Buenos Aires, Argentina
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