Michael Kenneth Jones Garvin

Cuando recién llega a Valparaíso, Henry Swinglehurst le escribe a su esposa: "este lugar es muy agradable, con una población de unos 50.000 habitantes" y le detalla que "a pesar de estar en invierno no se usan chimeneas". "Una calle corre por dos millas al borde de la costa y una segunda calle, no tan larga, corre en la misma dirección", describe. "Están cerca del mar abierto y por debajo de altos cerros tapizados de casas, y presentan un cuadro agradable y lleno de vida, a pesar de que los cerros no tienen vegetación". Y vaticina a su cónyuge: "Yo creo que nos va a gustar". Las impresiones de este viajero europeo y las experiencias de decenas de inmigrantes del tercer milenio revelan cómo las percepciones sobre la ciudad y su entorno pueden atravesar siglos sin variar esencialmente. Porque el británico Henry Swinglehurst, representante de una poderosa empresa proveedora de equipos para los yacimientos de plata de Copiapó y tatarabuelo del destacado artista fotógrafo Michael Jones Garvin, escribe la carta a su esposa hace mucho tiempo. En el año 1853. EN EL PUERTO Tal como calcula, a su señora le gusta la ciudad. La pareja y sus cuatro hijos se instalan en el cerro Alegre hasta que el jefe de familia termina su misión en tierras nortinas y el clan regresa a Europa. Todos excepto uno de los hijos, Henry, quien se queda a cargo de un negocio que su padre había montado en el Puerto, una barraca de fierro ubicada en calle Las Heras. Aquí forma su propia familia y tiene cuatro hijos, entre ellos Lydia, quien no tarda en conocer a un joven británico-japonés que ha puesto la prudente distancia de un océano entre su nueva patria y el aire de desdén que generan entonces los rasgos asiáticos entre los súbditos del severo Imperio Británico. Él se llama Edward Jones. Lydia Swinglehurst y Edward Jones se casan y tienen tres hijos: Kenneth, Edmund y Denis, que en su momento son enviados a estudiar a Inglaterra. A su regreso a Chile, el primero estudia Medicina en la Universidad Católica y antes de terminar la carrera en Santiago conoce a la joven Isabel Garvin Rogers, de quien se enamora y lleva al altar. Ella es nieta de James Garvin y su esposa Emma Goodale, llegados en 1885 desde Nueva York en calidad de misioneros protestantes, quienes tienen nueve hijos. Uno de ellos, John, estudia diplomacia en Estados Unidos y es cónsul de ese país en Punta Arenas, Antofagasta y Valparaíso. Contrae matrimonio con Margaret Rogers y de su unión nacen George, Marion e Isabel, la futura esposa de Kenneth Jones, connotado pediatra de la zona, ex subdirector y director del hospital materno infantil "Enrique Deformes", y jefe del servicio de Pediatría en los hospitales "Jean et Marie Thierry" y "Carlos Van Buren" de Valparaíso. EL LLAMADO DEL LENTE Kenneth Jones e Isabel Garvin se casan en Santiago y allí nace su primer hijo, Ian. En ese momento, él debe cumplir un periodo como médico de zona y elige para eso un lugar recóndito, una salitrera ubicada en plena pampa a la altura de Tocopilla, cuyo nombre evoca un rasgo ancestral de su estirpe: Rica Aventura. Allá nace su segundo hijo, Michael. Dos años después los Jones Garvin vuelven a la zona central y se instalan en Viña del Mar, donde vienen al mundo los otros dos integrantes de la familia, David y Andrew. De los cuatro hijos, sólo el penúltimo se radica en Inglaterra y los otros tres, en distintas actividades, desarrollan sus vidas y sus proyectos en el país. El segundo de los hijos. Michael, hereda de su padre el gusto por la fotografía desde que recibe el regalo de su primera cámara, cuando tenía no más de 12 años. Acostumbrado a las máquinas y a los lentes, se ingenia para armar su propio laboratorio casero y no le cuesta nada incursionar en este nuevo mundo. Registra primero todo cuanto confisca la atención de un niño. Y con los años realiza álbumes temáticos y se va sofisticando. Pero debe entrar a la universidad y dedicarse a cosas "serias". Ingresa a la carrera de ingeniería donde no permanece más de dos años. Definitivamente lo suyo es la fotografía. Michael se va a Inglaterra y durante dos años estudia fotografía hasta que regresa a Chile y se dedica a ella en forma profesional. Cinco años después vuelve a partir, esta vez a Estados Unidos, donde se perfecciona. No ha parado de viajar desde entonces porque sus obras -que se pueden disfrutar en la página www.michaeljones.cl - se han expuesto en buena parte de Chile, en Buenos Aires, Grecia, Estados Unidos, México, Dinamarca y otros lugares. Además ha publicado dos libros, "Cerros en movimiento", sobre los ascensores, y "Valparaíso, dos décadas", un notable registro de la vida porteña de los años 70 y 80 del siglo pasado, donde imágenes ya idas como el viejo reloj de la estación Puerto y las empinadas calles con adoquines le hacen guiños a los habitantes más antiguos de esta ciudad cosmopolita. Ordenado y riguroso, siempre se preocupó de clasificar sus trabajos, lo que hoy le permite afirmar -comprobadamente- que tiene 150 mil imágenes en los más distintos formatos, que dan cuenta de casi cuatro décadas de pasión. No todos pueden decir lo mismo.

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