Guillermo Burgos Ossa

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Guillermo Burgos Ossa

Also Known As: "Guy / Guy Burgos"
Birthdate:
Birthplace: Santiago, Santiago Metropolitan Region, Chile
Death: November 11, 2001 (62-63)
Santiago, Santiago Metropolitan Region, Chile
Immediate Family:

Son of Guillermo Burgos Burgos and Marta Ossa Lindsay
Ex-husband of Lady Sarah Roubanis (Spencer-Churchill)
Half brother of Daniel Larraín Ossa; Sergio Larraín Ossa; Jorge Larraín Ossa and Rosa María de la Luz Larraín Ossa

Managed by: Luis E. Echeverría Domínguez, ...
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Immediate Family

About Guillermo Burgos Ossa

A principios de 1960, de unos cuarenta años, la vida de Sarah cambió dramáticamente. Su abuela murió, dejándola una pequeña fortuna y otra fortuna en muebles, pinturas, porcelanas y joyas. Sarah también se divorció de su marido y se involucró con un hombre muy guapo joven chileno de unos veinte años menor que ella, llamado Guy Burgos. Su abuela, que había sugerido durante mucho tiempo el divorcio de Russell, probablemente habría aprobado de la aventura romántica de Sarah con Burgos. Su familia, sin embargo, no lo hizo. Sarah, sin embargo, no le importaba y nunca le importaría lo que pensaran sobre ello. El matrimonio duró menos de un año, pero la pareja se mantuvo muy buenos amigos por el resto de su vida.


“Hace veinte años que no abro estas cajas”, dice Guillermo Burgos sumergido en las profundidades de su closet, de rodillas, con pantalones beige, camisa a rayas azules y su eterno bronceado, buscando recuerdos de su pasado.

Y recuerdos tiene miles.

De tres enormes cajas de cartón van apareciendo sin orden alguno, sin anotaciones ni fechas, trozos de su vida. Una foto con Brigitte Bardot en Saint Tropez. Una comida con Dalí y Mia Farrow en Nueva York. Una fiesta de 15 años en Santiago donde aparece alto, moreno y delgado, no muy distinto de como está ahora, sentado junto a Margarita Eyzaguirre, Laura Correa y Alfonso Undurraga. Ahí está Guy en una fiesta con la Duquesa de Windsor, o entrevistando a Elsa Martinelli o Barbara Carrera para “Interview”. También, de entre un centenar de tarjetas postales y cartas, aparecen una invitación a celebrar su cumpleaños en el “Studio 54”, otra al matrimonio de Alexander Von Furstenberg y Alexandra Miller, y decenas de añejas invitaciones a bailes en un Chile que ya no existe, las que guarda en un viejo libro verde fechado en 1957. También están, por supuesto, los recortes de diarios y revistas que parecen haber seguido cada uno de sus pasos, desde la antigua “Zig- Zag” cubriendo entusiasmada y con exasperante detalle la lista de asistentes a la fiesta de la embajada Británica en 1958, hasta el “Women’s Wear Daily”, donde Guy aparece junto a Vera Swift en la fiesta que él e Igor Cassini organizaron para la princesa Margo Alliata di Montereali en el “Club Number One” de Nueva York. Curiosamente, en ese mismo ejemplar de “WWD” aparece la foto de otros dos chilenos, un acontecimiento que probablemente no ocurrió nunca antes ni ocurrirá nunca después: Raymundo Larrain y Marta Montt, con un espectacular tocado de plumas que dejó a todo Nueva York mudo de admiración, aparecen haciendo su triunfal entrada al “Bal de Téte” de Serge Obolensky en el Hotel Pierre.

“Nací para la vida social”, dice Guy sentado frente a un pequeño escritorio en su departamento de la calle 52 de Manhattan.

A los 8 años, mientras sus amigos se preparaban con religioso fervor para la primera comunión, él estaba mas preocupado de organizar la lista de invitados que en su confesión. A los 13 comenzó a ir a fiestas en casas de amigos y conocidos, y pronto su foto y su nombre se hicieron infaltables en las columnas sociales de la época. “Yo aparezco en los diarios desde que tengo 15 años”, cuenta, “Debe ser porque no soy tímido. No me impresiono por los títulos, ni por la plata, ni por nada. Voy completamente natural”.

Guillermo Burgos Ossa fue el hijo único del abogado, poeta y ex Presidente de la Corte Suprema Guillermo Burgos y de Marta Ossa. “Mi mamá siempre pensó que era una reina. Y si ella era una reina, yo entonces tenia que ser el príncipe”, dice Guy.

El príncipe brillaba en los salones, siempre compuesto, siempre con el pelo oscuro peinado hacia atrás. los ojos atentos y la sonrisa perfecta para enfrentar a las cámaras. En el colegio, sin embargo, el éxito no era tan arrollador. “Fui pésimo alumno”, reconoce él, tal cual, como si su vida escolar hubiera sido un simple trámite, la excusa para ampliar aun más su circulo de amigos. Aun así, cuando finalmente se graduó, entró a estudiar Ciencias Políticas en la Universidad de Chile, una carrera apropiada y, más importante aun, corta. ¿Qué más podía hacer? En esos días, en el provinciano y adormecido Santiago de fines de los ’50, si el papá era abogado, el hijo lo seria también. Y si el papá era Presidente de la Corte Suprema, el hijo, bueno, tenia que al menos llegar a ser embajador. Con esa idea don Guillermo Burgos llamó a su viejo compañero en la escuela de Leyes, Jorge Alessandri, entonces en La Moneda, y le pidió una audiencia. “Vamos a ir donde el Presidente”, le anunció luego a su hijo, y los Guillermo Burgos partieron, muy serios, hasta el palacio de gobierno.

Guy consiguió, gracias a la poderosa influencia del Presidente, un puesto en la Cancillería. De ahí, cuando terminara sus estudios, iría de tercer secretario a alguna embajada, segundo secretario a otra, primer secretario a una tercera y, con el tiempo, obtendría, por supuesto, la seguridad, tranquilidad y respetabilidad de un embajador. Para Guillermo, sin embargo, un embajador, por muy seguro, tranquilo y respetable que fuera el puesto, seguía siendo un burócrata. Y él, que ya conocía los encantos de un buen cóctel y que adivinaba que el mundo seguía más allá de los limites de Santiago, no estaba dispuesto a llevar la existencia de un elegante oficinista.

Para escapar de la aletargada rutina de la universidad y la cancillería, se inscribió en la academia de teatro de Teresa Orrego y Pedro Orthus. En cuestión de meses pasó a integrar el elenco de “La Pérgola de las Flores”, y cuando la compañía fue invitada a una gira europea con su director, Eugenio Guzmán, Guy, “el último pelagato del elenco”, como se autodenomina, partió con ellos en 1961, abandonando para siempre la universidad, la cancillería y los grandiosos sueños de su padre y el Presidente.

Los sueños del propio Guillermo resultaron ser, como se enteró todo el mundo después, infinitamente más grandes que los de su familia. En España, la primera parada de la gira, el triunfo del Teatro del Ensayo de la Universidad Católica fue apoteósico. Después de la función, los camerinos se llenaban de reporteros, críticos, productores y socialites ansiosos de conocer y saludar a los actores. Un día, un señor se acercó a Guy y, confundiéndolo con Héctor Noguera, uno de los protagonistas de la obra, lo invitó a comer al restaurant más elegante de Madrid. Guy aceptó y llevó con el a la actriz Lucy Salgado, que en ese tiempo era algo así como su novia. Ahí estaban sentados los anfitriones y los dos jóvenes actores cuando, de pronto, el maitre se acercó a anunciar que “sus majestades” deseaban conocer a las estrellas de “La Pérgola de las Flores”. Sus majestades eran Juan de Borbón, la señora Dampierre, una de las infantas y el Marqués de Marisma, que terminó siendo uno de los mejores amigos de Guy en España. Tan fascinados quedaron los nobles con este joven y conversador actor, tan felices de conocer a parte de la compañía que estaba dando tanto que hablar en Madrid por esos días, que invitaron, a través de Guy, a todo el elenco a una fiesta.

Cuando Guillermo llegó al teatro e informó de la invitación, claro, nadie le creyó. Solo cuando el Marqués llamó personalmente a Eugenio Guzmán para recordarle de la fiesta, todos se dieron cuenta de la hazaña social, la primera entre muchas, que había realizado este asombroso actor que aunque con suerte tenia un parlamento en la obra, se había convertido en la máxima estrella de la compañía.

Cuando “La Pérgola…” llegó a Paris, Guy supo de inmediato que no volvería a Chile. Paris, en esos días, era la ciudad más y glamorosa del mundo, y estaba a años luz de distancia del opaco mundo que Guy había conocido. Durante dos años vivió entre Paris, Madrid y Barcelona. Obtuvo becas, una para estudiar Historia del arte en España y otra para la Sorbonne. Trabajó como modelo, actor y pintó departamentos. Pero esa era la sobrevivencia. Su vida, su verdadera vida, estaba en la noche, cuando envuelto en su mejor y único smoking, partía en metro a las fiestas y comidas de sus nuevos amigos: los Romanones, el Marqués de Marisma y su amiga y acompañante en esos días, Natalia Figueroa, hija del Marqués de Santofloro y actual esposa del cantante Raphael.

Cuando Guy finalmente volvió a Chile, lo hizo mas por obligación que por agrado, y la experiencia, como cualquier podría haber adelantado, fue un desastre. Antes de viajar a Europa se había comprometido con una joven chilena, no muy distinta de cualquiera de las que aparecían en la páginas de “Zig- Zag”, la pareja perfecta, pensaban todos, para un hombre como él. Pero el Guillermo que volvió era muy distinto del que se había ido, y la vida en Santiago se le hizo insoportable. “Conseguí trabajo en una corredora de propiedades y de pronto vi mi futuro: ganando poco, con una señora, niños, y los pañales secándose en la chimenea”, cuenta. En apenas seis meses partió de nuevo, esta vez a Nueva York, dejando atrás a la novia con anillo puesto y la promesa de venir a buscarla cuando hubiera consolidado una todavía incierta carrera.

Guy Burgos llegó a Nueva York en 1963 y casi de inmediato se convirtió, como diría “Town & Country” años después, en uno de los “inmigrantes” más destacados de la escena social de la ciudad.

Después de un corto periodo como vendedor en una prestigiosa librería de la Quinta Avenida y como modelo de la agencia Ford, Guy reunió, creando posters para la Feria Mundial de Nueva York de 1964, una pequeña fortuna que le permitió abrir su primera galería de arte. La “Burgos Gallery” fue el trampolín desde donde el joven chileno, de apenas 24 años, saltó a lo que quedaba del nostálgico “Café Society” y a la estratosfera del naciente “Jet- set”.

La inauguración de la primera exhibición, que incluía trabajos de de Chirico, Legér y su amigo y socio, el pintor Gustavo Novoa, obtuvo una asistencia inusitada, y entre los presentes estaban, entre otros, madame Rockefeller, Bill Blass, y hasta el elegantísimo Gabriel Valdés.

Desde ese día la prensa social de Nueva York siguió los pasos de Guy con la misma perseverancia con la que lo había hecho la prensa santiaguina. Y por eso no fue curioso que el Domingo 14 de Febrero de 1965, día de los enamorados, la columnista del “New York Journal”, Suzy Knickerbocker, publicara la siguiente nota: “Guy Burgos dio una encantadora comida en ‘Le Caprice’ para lady Sarah Russell, su hermana, lady Carolina Waterhouse, y su hermano, lord Charles Spencer Churchill. No necesito decirles”, continuó la informada Suzy, “que los tres son hijos del duque de Marlborough. También estaban presentes Joseph Meehans y su mujer, y las hijas de Lady Sarah, Serena y Mimi Russell. Si ustedes se están preguntando quién es Guy Burgos, es el dueño de esa encantadora y pequeña galería de en la calle 61. Y es tan, tan chic”.

Guy había conocido a Sarah, que además de hija del duque de Marlborough es sobrina del ex Premier Británico Winston Churchill, nieta de Consuelo Vanderbilt y bisnieta del multimillonario norteamericano Cornelius Vanderbilt, en una comida en Southampton junto a sus amigos Phillip y Charles van Rensalaer. El recuerda esa noche como si hubiera sucedido hace apenas unas horas. “Estábamos solos los cuatro, y aunque ella habló durante toda la noche sin parar, no me miró en ningún momento a los ojos. Le daba miedo. Cuando salimos del restaurante, antes de subir al auto, la agarré y le di un beso. La traté igual como trataba a las niñas chilenas, y nunca se me pasó por la mente que no se iba a enamorar de mi si yo quería”.

La estrategia. Sin duda, dio resultado. A los pocos días lady Sarah, una de las mujeres más ricas y respetadas de Inglaterra, casada, con cuatro hijos y 44 años, comenzó a rondar la galería de la calle 61 con la esperanza de cruzarse con este, el ser más exótico que había conocido en su vida.

Por ese entonces, Guy recibió una carta de su novia en Chile anunciándole, sin rodeos, que el compromiso estaba roto, que se había cansado de esperar, y que planeaba casarse con uno de sus mejores amigos. Guy, confiesa, sintió un poco de rabia, pero mas que nada sintió alivio. Finalmente estaba libre para pasar a ser parte de a familia del Noveno Duque de Marlborough.

Lo que siguió se ha convertido en casi una leyenda. Lady Sarah se divorció, y en cuando el decoro se lo permitió, se casó con su joven y atractivo novio, casi veinte años menor que ella.

La noticia del matrimonio ocupó primeras planas en casi todos los periódicos en Estados Unidos y en Londres. Y por supuesto también en Chile. Poco tiempo después de la boda, Guy le escribió a sus padres: “Queridos, aquí estoy en la casa de mis suegros pasando el fin de semana. Es sin duda la casa mas linda del mundo y con toda razón llamada Palacio. Somos 14 personas y este es un wiken de caza. Cazamos faisanes, y aunque nunca antes lo había hecho me fue muy bien; donde pongo el ojo pongo el cartucho. Para los ingleses es muy importante ser un buen “sportsman’…me enteré que el matrimonio tuvo muy mala publicidad en Chile. En una revista salió un articulo muy estupido en que se refieren a “el ceniciento”. No se preocupen, todo el mundo es envidioso de la felicidad ajena. Besos de su hijo”.

La “casa de los suegros” a la que se refiere Guy en la carta, es el magnifico palacio Blenheim, la propiedad privada más grande y famosa de Inglaterra, una soberbia construcción rodeada de parques, jardines, lagunas y campos, que ha pertenecido a los Spencer Churchill desde el siglo XVIII, cuando la reina Ana le obsequió los terrenos al primer duque de Marlborough. “ ¿Me casé bien?”, pregunta orgulloso Guy cuando muestra las fotos del increíble palacio.

Poco antes del matrimonio, y después de una corta visita a Paris para asistir a un baile de los Rothschild, y a Roma, donde se reunieron con Nöel Coward para estar presentes en el matrimonio del príncipe de Torlonia, Guy y Sarah se dirigieron a Londres para la pedida de mano oficial de la novia. Meses antes habían viajado hasta Santiago, donde Sarah, con la franqueza de una noble, le dijo a su futura suegra: “Yo sé que soy la última mujer que usted quisiera como esposa de su hijo. No soy católica, soy divorciada y extranjera. Además, no puedo tener mas hijos así que no le voy a dar nietos. Pero le prometo una cosa: siempre estaré al lado de Guy y siempre lo voy a querer’.

En Blenheim, como era de esperarse, las cosas no fueron tan fáciles. Los Spencer Churchill, con el duque a la cabeza, no estaban fascinados con la idea de que Sarah volviera a casarse, y mucho menos con un hombre menor que ella, sin fortuna considerable y con la apariencia sospechosa de un “latin lover”.

“Yo estaba muy consciente de lo que sucedía, de lo que estaba haciendo”, recuerda Guy, “y por eso no estaba nervioso”.

Cuando llegaron al palacio, se les informó que esa misma noche habría una comida de etiqueta con 40 invitados. “Ahí me empezaron los nervios”, reconoce. “Mi dormitorio estaba lejos del comedor, como a diez minutos caminando, y cuando llegué al salón ya habían terminado sus Martinis y estaban listos para sentarse a la mesa. Casi todos eran ingleses, y casi todos miembros del Parlamento. Por suerte a mi lado estaba Maria Gabriela de Saboya, a la que ya conocía, que me dijo “!Que bueno que estés aquí también! Claro, ella era italiana. Después de la comida las mujeres se pararon y los hombres nos quedamos fumando y tomando oporto”.

El duque, que según Guy era un hombre “divertido y difícil”, sabia perfectamente quién era él y por qué estaba ahí, pero aparte de presentarlo como “Mr. Burgos de Chile”, no dio ninguna muestra de querer hablar del tema. Eso, hasta la mañana siguiente, cuando Sarah, nerviosa como una adolescente, le dijo que “daddy” quería mostrarle los campos.

Así salieron Guy y el duque de Marlborough, en un auto, a enfrentar el curioso destino iba a unirlos para siempre.

“Tengo entendido que quiere pedirme la mano de Sarah”, dijo finalmente el duque.”Si señor”, contestó tímidamente Guy. “Para qué se molesta”, le dijo finalmente el duque, “si ya tiene todo el resto”.

El matrimonio se realizó el viernes 11 de Noviembre de 1966 en el fabuloso “townhouse’ de la novia, en la calle 72, y Suzy Knickerbocker relató todos los detalles en su columna del “World Journal Tribune”. “La boda tendrá lugar a las 5 de la tarde, en el salón de la mansión de Lady Sarah, que está lleno de muebles franceses, finas pinturas y objetos de arte heredados de su abuela, Consuelo Vanderbilt, la desaparecida novena duquesa de Marlborough. La ceremonia, que la novia asegura que durará quince minutos, no más, no menos, será oficiada por el reverendo G. Sutken y asistirán cerca de 25 invitados, todos amigos cercanos de los novios”. Entre los asistentes estaban Jerome Zipkin, el príncipe Marino Torlonia, Juan S. de Santa Cruz, Carolina Herrera, y Eliana Vidiella, que fue la madrina del novio.

Mas adelante, Suzy continuó describiendo el vestido de novia, un traje de seda azul agua diseñado por Cosmo Sirchio. Y aunque Sarah no llevó ningún tocado en la cabeza, nadie dejó de advertir lo que llevaba en el tercer dedo de su mano izquierda: un anillo de compromiso compuesto por un enorme diamante “marquise” en el centro, otros dos mas pequeños en los costados, y decenas de pequeños diamantes alrededor de la argolla. “El regalo del novio a la novia fue un par de aros de perlas y diamantes que ella, naturalmente, llevará consigo a su viaje de luna de miel a Madrid, Roma y Londres”, siguió la columnista. “Sarah y Guy, como se les conoce, pasarán el primer fin de semana de Diciembre en el palacio de Blenheim con el padre de Sarah. En Paris verán a Mimi Russell, la bellisima segunda hija de Sarah, que está haciendo sensación en esa ciudad como modelo. La princesa Peggy D’Aremberg les dará un baile en Paris antes de que viajen a Nueva York para asistir al baile de Truman Capote y Serge Obolensky. Y hoy Sarah ofrecerá su propia fiesta, un pequeño baile para 200 personas”. Finalmente la periodista concluye que está feliz de poder entregar la exclusiva de este matrimonio entre “lady Sarah y Guy, hijo de un distinguido abogado chileno y nieto del marqués de Ossa”.

Los largos romances no siempre aseguran largos matrimonios, y el de Guy Burgos y lady Sarah Churchill comenzó a mostrar públicamente sus trizaduras en menos de un año. El 24 de Mayo de 1967, Nancy Rudolph, la poderosa columnista del “Daily News”, se preguntó si “el temperamental chileno” volvería de su “molesto viaje a Europa” a tiempo para la inauguración de la temporada de arte en Southampton, donde él y Sarah, ahora socios en la Burgos Gallery, habían organizado una grande “vernissage” con más de mil invitados. “Algunos de ellos”, señaló la Rudolph, “han escuchado los rumores de separación de la pareja”.

Lady Sarah, con un candor inexistente en nuestros días, le explicó a la columnista: “Guy es latino y reacciona a las cosas muy emocionalmente. Yo soy mayor que mi marido y muy asertiva en muchos sentidos. Eso puede hacer que Guy se sienta inseguro, supongo, y sensible. Ha estado trabajando muy duro. Ayer hablamos por teléfono y me dijo que iba a tratar de estar presente en la recepción”.

Meses mas tarde, el “New York Post” informó que “Guy ha abandonado su hogar y a Lady Sarah para partir, después de una pelea familiar, a Marbella. No es nada serio: volverá después de comprar nuevas pinturas para su galería”.

El 20 de junio del mismo año, la periodista Doris Lilly, en su columna “Party Line”, contó a sus lectores: “!Guy lo hizo nuevamente! Durante un crucero por las islas griegas, Guy Burgos, el joven y atractivo marido de lady Sarah, partió dejando atrás a Sarah, su padre, sus anfitriones, el barco, Grecia y posiblemente Europa. ¿No les da la sensación de que Guy está tratando de decir algo?”.

“Sarah pensó que yo era parte de sus dominios”, reconoce ahora Burgos., “que tenia su cocinero, su ‘nurse’, sus niñas y su marido. Si me demoraba minutos más de lo acostumbrado en el camino desde la galería, comenzaba a interrogarme. Me retaba porque me acostaba tarde, por esto y por lo otro. ¡Yo tenia 25 años! Y era latino. La rutina me estaba agobiando. Estaba aburrido del matrimonio, los niños, la casa, el padre, los viajes, el palacio…Nada eso me interesaba. Quería pasarlo bien”.

La última pelea fue en Jamaica, cuando lady Sarah, tratando infructuosamente de domesticar a su inquieto marido, ordenó cerrar las puertas de la casa con llave. “Salí al camino tal como estaba, con un pantalón y una camisa de lino. Hice dedo y tome el primer avión a Nueva York. Acá era invierno y llegué a la ciudad envuelto en una frazada de Pan Am”, cuenta.

Cuando lady Sarah llegó días después a Nueva York, su marido ya había volado a Paris, a buscar una nueva vida.

El 24 de Agosto del año siguiente, los periódicos anunciaron el divorcio del matrimonio Burgos, firmado en Juárez, México, por “incompatibilidad de caracteres”.

La llegada de Guy Burgos a Paris después de su rápida salida de Nueva York y el abrupto fin de su matrimonio con lady Sarah Churchill, fue más auspicioso de lo que cualquiera podría haber imaginado. Incluso él. Después de una corta estadía en Marbella, Guy se convirtió en director de la nueva galería Wally Findlay en la Avenue Matignon, sucursal de la célebre sala de mismo nombre en Nueva York. La galería, un impresionante espacio de cinco pisos en pleno corazón de Paris, fue el nuevo y perfecto escenario para que Guy desarrollara su mayores talentos: la vida social y la promoción del arte. “Yo conocía Paris, conocía a la gente…”, recuerda, “y con este puestazo me sentía como un surfista en la cresta de la ola”.

La galería puso un auto a su disposición para que saliera con los clientes y una presupuesto ilimitado. “Vivía como un príncipe”, cuenta, “en un enorme departamento decorado por Alberto Pinto frente a mi oficina”.

Su primera exhibición tuvo un éxito sin precedentes. Con impresionante habilidad logró crear una mezcla perfecta entre arte, negocios y vida social convenciendo a su amigo, Salvador Dalí, de que exhibiera su curiosa colección de joyas por primera vez en Francia. “Dalí ha sido de las personas más importantes en mi vida”, asegura Burgos, “lo conocí poco después de mi llegada a Nueva York, en un restaurant donde estaba comiendo con Mia Farrow. Me llamó a su mesa y me dijo, ‘usted se parece a mi cuando era joven. Es tan guapo como era yo a su edad’”. El genial artista quedó fascinado por el reflejo de su propia imagen en Guy. “Lo que nos unió fue la belleza y el arte”, dice Burgos, “y aunque en un principio pensé que su interés podía ser sexual, nunca hubo nada de eso”.

Hasta la Avenue Matignon llegaron la princesa Ghislaine de Polignac, Jacqueline de Ribes, el duque y la duquesa de Orleáns y Nati Abascal a suspirar admirados frente a las magnificas joyas de Dali, entre las que encontraban un corazón de rubíes que latía gracias a un pequeño motor, y una mariposa de brillantes que abría y cerraba sus alas. La recepción de la muestra ocupó decenas de páginas en diarios y revistas, y Guy Burgos se transformó, como diría alguien años mas tarde, en la “turbina” de la sociedad parisina. “Mis fiestas en la galería se hicieron célebres porque eran muy sociales, algo absolutamente inédito en el mundo del arte”.

La estrategia de Guy comenzó a dar resultados casi inmediatos. En un mes llegó a vender 14 Renoir, y en un simple crucero por las islas griegas con uno de los hombres más ricos de estados Unidos vendió 23 millones de dólares en pinturas.

“Los ricos americanos que nunca habían comprado una obra de arte, pensando que iban a codearse con los nobles europeos, llegaban hasta la galería a adquirir cuadros”, explica. “Mi formula resultó. Una duquesa por acá, una princesa por allá, fotos, y todo con el telón de la galería Findlay. ¿Dónde estuvo la condesa? En la galería Findlay. ¿Dónde estuvo la princesa? En la galería Findlay”.

Una de las fiestas más comentadas de Guy en esos años fue el “Baile de los Leopardos” que organizó en el club “Safari” para recibir a su amigo y ex socio, el pintor Gustavo Novoa. “Esa noche un mono escapó por la Avenue Foch, una hermosísima mujer negra- que resultó ser Grace Jones- llegó desnuda, y los anfitriones lucieron poleras con fieras pintadas por Novoa con ojos brillantes avaluados en mil dólares”, informó en Nueva York el “Women’s Wear Daily”. Entre las bestias sociales que aparecieron esa noche estaban Kiki Lagier, la duquesa d’Uzes, Alexis de Redé, y la exótica y bellisima viuda del ex Presidente de Indonesia, Dewi Sukarno.

Guy había conocido a la Sukarno meses antes, en “Maxim’s”, donde la princesa Soraya había presentado a su nuevo y joven acompañante, Arnaud de Rosnay. Después de la cena, Soraya y Rosnay subieron a un auto, y Dewi y Guy a otro. Desde entonces y durante mas de dos años, fueron inseparables. Siguiendo la agotadora agenda del entonces llamado “jet-set”, la pareja viajó incansablemente de Paris a Nueva York, de Río de Janeiro a Baden- Baden, de Saint Tropez a Londres, y cada vez que salían, recuerda Guy, había un fotógrafo esperándolos en la puerta. “Dewi es una mujer encantadora, sensual, inteligente y dominante, y yo era el extranjero mimado de la sociedad francesa”, explica. “Entre los dos recibíamos la atención de todo el mundo”.

La revista alemana “Stern” publicó algunas fotos de Dewi y Guy paseando por Saint Tropez en el verano de 1974, ella con una falda gitana, un sombrero de paja y un minúsculo top, y el bronceado, sin zapatos y apenas cubierto por un pequeño traje de baño. Esa misma temporada, en España, la revista “Hola”, siempre atenta a estos menesteres, visitó a la pareja en la villa que habían arrendado en la costa Azul. “Comenzamos hoy nuestras páginas dedicados a los famosos este verano del ‘74”, señaló “Hola” en su tradicional estilo, “con la figura mas ‘in’ del actual mundo ‘jet’ del viejo continente: Ratna Dewi Sukarno, la riquísima viuda del que fuera presidente de Indonesia. El lugar elegido para sus vacaciones ha sido este año Saint Tropez, donde aparece con su habitual ‘chevalier servant’, Guy Burgos”. Las fotos muestran a Dewi y Guy en la magnifica piscina de la villa de madame Patrick Leroy, ella feliz con su poodle en los brazos y su cabeza envuelta en un turbante, y él nuevamente sin mas ropa que un traje de baño, como surfista en la cresta de la ola.

El romance terminó poco tiempo después, en parte porque detrás de su piel de porcelana y sus suaves modales, Dewi esconde un carácter de hierro. Años después “Vanity Fair” publicó un articulo, enérgicamente desmentido por Dewi y sus amigos, incluyendo a Guy, en el que el periodista Bob Colacello la describía como una cantante de cabaret que, entre otras cosas, había amenazado a su ex novio, el duque Elzear de Sabran, con una pistola calibre 6.3, iniciado una batalla legal con Regine que había durado tres años, y herido a un hombre llamado Manuel Miranda en un ataque de ira en un restaurant de Nueva York. Dewi demandó a la revista y logró limpiar su célebre nombre. “Les enseñamos que esas cosas no se hacen”, dijo.

Ese no fue el primer ni el ultimo affaire de Guy que llegó a las páginas de la prensa. En enero de 1974, “Hola” aseguró que Burgos era el “firme candidato” para convertirse en el nuevo marido de la entonces septuagenaria duquesa de Windsor. “Éramos muy amigos, pero nunca pasó nada entre nosotros”, asegura Guy. Sin embargo, “Hola” dijo otra cosa: “Norteamericana, divorciada dos veces, y viuda del que pudo haber sido el rey Eduardo VIII, la duquesa recobra la alegría al lado de un hombre de 29 años, director de una galería de arte en Paris, llamado Guy Burgos. Se conocieron en una fiesta en la capital francesa. La duquesa lo acogió como un hijo, y él la acompaña en salidas a cenas y a pasear, llevándola cogida de la mano en las mañanas de invierno por el Bois de Boulogne”.

La verdad es que Guy había conocido a los duques de Windsor años atrás, cuando todavía estaba casado con Sarah Churchill. “La duquesa no tenia titulo real, y por lo tanto las mujeres británicas no tenían obligación de hacerle reverencia”, explica Burgos, “pero Sarah se inclinaba frente a ella y por eso la duquesa la adoraba. ‘Su marido es tan divino’, le decía. Cuando estábamos invitados a alguna fiesta, la duquesa le decía a la dueña de casa ‘ponga al señor Burgos a mi lado’. Yo le gustaba porque la hacia reír. En cambio si la sentaban al lado de algún príncipe o ministro, tenia que hablar de cosas serias”.

Según recuerda Guy, la relación entre los Windsor era extremadamente cariñosa. “El la llamaba ‘mi romance’”, cuenta, “aunque ella era una mujer muy dominante. Todas esas mujeres son dominantes”, reflexiona finalmente. “Por eso no me he casado mas veces”.

A comienzos de 1975, Guy comenzó a viajar cada vez mas frecuentemente entre Paris y Nueva York, hasta que, a mediados de ese año, decidió volver definitivamente a vivir en Manhattan. “Me enamoré de una mujer en Nueva York y abandoné mi vida en Paris, igual como antes había abandonado mi vida junto a Sarah. Después de todo, cuando uno llega donde quiere llegar, ¿qué mas?, ya llegó”.

La nueva compañera de Guy, que estaría junto a el los cuatro años siguientes, era la heredera australiana Mónica Lorraine, una mujer atractiva y tan inquiera socialmente como el propio Guy.

Con su experiencia en Paris y sus impresionantes conexiones, Burgos no tuvo mayores problemas para integrarse al ritmo de la ciudad. Apenas unos meses después su nombre volvió a ocupar las páginas de la prensa, esta vez con la inauguración de un exclusivo club llamado “Cecil’s” del que Guy no era dueño, sino, más importante aun en esos días, anfitrión. “Nunca he sido ambicioso y el dinero nunca me ha importado en lo más mínimo”, señala, “lo que me mueve es la energía”.

En “Cecil’s” había energía y dinero en abundancia. El club, justo al frente del legendario “Morocco”, había sido remodelado y redecorado a un costo de medio millón de dólares, una cifra escandalosa en esos tiempos. El “Cecil’s” tenia un jardín inglés, un enorme bar de madera de roble, alfombras orientales y chandeliers del siglo XIX. En el primer piso estaba el bar, y a través de una extraordinaria escalera en espiral se subía al cabaret y la sala de “backgammon” en el segundo piso.

“!Los pobres siempre han sido pobres. Otros, como nosotros, siempre hemos tenido suerte!”, exclamó Howard Oxemberg, el ex marido de la princesa Elizabeth de Yugoslavia, el día de su inauguración, mientras en un costado Guy recibía besos y abrazos de Diane Von Furstenberg, Alexis Smith y Joan Fontaine. Salvador Dali también hizo una de sus apariciones esa noche, con su bastón de empuñadura de plata en una mano y Amanda Lear en la otra, anunciando a toda voz que “!Dali esta más escandaloso que nunca!”.

Durante un año en Nueva York no se habló mas que de “Cecil’s”, un lugar, como estableció “Women’s Wear Daily”, donde a diferencia de los clubs de Paris, uno tiene que vestir chaqueta y corbata. Si no, es expulsado’. Y así siguió Guy, noche tras noche, recibiendo con dos besos, uno en cada mejilla, a la lista de celebridades que llegaron a sus fiestas.

Esta, por supuesto, no era su única actividad. Con clientes como Christian Dior y Givenchy, y con una oficina en la Olimpic Tower de Manhattan, el edificio donde Onassis tenia sus cuarteles generales, Guy era el relacionador pùblico mas brillante de la ciudad. “Egon von Furstenberg dice que no ha conocido a ningún hombre que trabaje más que yo”, asegura. Y si uno cree todo lo que dice la prensa, pareciera ser verdad.

El “New York Times” informó el 20 de marzo de 1975 que mas de 700 personas, incluyendo a Kenneth Jay Lane, Nan Kempner, Monique van Vooren y, por supuesto, Guy Burgos, habían llegado hasta la estación del metro en la calle 56 para celebrar el estreno de la película “Tommy’. El “Daily News” publicó en Marzo de 1979 que Guy había organizado un “brunch” en el Bistro Pascal para dar la bienvenida a los mellizos DuPont que habían comprado recientemente un duplex en el East Side. Sentados en la mesa estuvieron Spiros Niarchos, Paul Getty, el príncipe Egon von Furstenberg, Andy Warhol y John Fairchild. “Fue un rico desayuno”, concluyó el periódico.

Entre sus clientes, Burgos tenia además a los gobiernos de Jamaica y Brasil, que lo habían contratado para organizar viajes con celebridades a Kingston o Río. Curiosamente, nunca recibió ofertas desde Chile. “Tenia que encargarme de todo”, cuenta él, “desde la limousine en que pasaba a buscar a los invitados, el champagne, la comida con el ministro de turismo, y algún paseo en bote o a caballo”. Estos viajes se convirtieron en el arquetipo del jet-set: un grupo de elegante y bronceados gitanos deslizándose en un jet de fiesta en fiesta.

“En Brasil soy mucho mas conocido que en Chile o en cualquier parte”, asegura Guy.”Debe ser porque decidieron convertirme en algo así como un himno nacional”. La razón de semejante popularidad, sin duda, se debe a una invitación que el alcalde de Río de Janeiro hizo a nueve personas para participar en el carnaval de 1977. Guy era el único hombre, y entre el resto de los invitados estaban Raquel Welch, Margaux Hemingway, Marisa Berenson y Jacqueline Bisset. “No había ninguna mujer en Brasil que no quisiera conocerme”, recuerda Guy. “Y todos los hombres querían conocerme también, para que los presentara. Nunca en mi vida he sido más popular’. Meses mas tarde, el PlayBoy brasilero publicó una entrevista titulada “Guy Burgos: Play Boy, a mucha honra”.

Guy tuvo la oportunidad de justificar su reputación poco tiempo después, junto a Jacqueline Bisset. “Jacqueline, algo que nunca antes me había pasado, me trataba como un objeto sexual”, cuenta.

El romance se inició en Río, y a su regreso a Nueva York Guy terminó con Mónica Lorraine para continuar su relación con la espectacular actriz, que en esa época estaba preparando su rol en “El magnate Griego”, donde encarnaba a Jackie Kennedy, junto a Anthony Quinn como Onassis. Halston era el encargado de su vestuario para la película, y la Bisset viajaba todas las semanas a hacerse pruebas en el atelier del diseñador en Nueva York. “Me llamaba desde el avión”, cuenta Guy, “y me decía, ‘a las siete de la tarde en el hotel’, como si me hubiera estado pagando”.

El romance fue corto pero conocido.

“Para absorber aun más la personalidad de la Onassis, Jacqueline Bisset almorzó y cenó, en el mismo día, con Guy Burgos en ‘Coup de Fusil’, uno de los restaurantes favoritos de Jackie”, publicó el “New York Post”.

La pareja atrajo aun mas atención días después, cuando asistieron juntos al cumpleaños de Bianca Jagger organizado por Mick Jagger y Halston en el “Studio 54”, y bailaron en forma tan apasionada y escandalosa, que las fotografías fueron publicadas en todo el mundo. “Hacíamos locuras juntos”, cuenta Guy. “Salíamos a la calle a las siete de la mañana fumando marihuana y cosas así. Lo pasamos divino, pero al final me pasó lo contrario de lo que siempre me pasaba: ella me dijo que no tenia intenciones de casarse y que yo me estaba poniendo posesivo, lo que era verdad”.

No pasó mucho tiempo antes de que Guy apareciera junto a la actriz Barbara Carrera y Jacqueline junto al bailarín ruso Alexander Godunov. El affair había durado casi lo mismo que el “Studio 54”.

El domingo 22 de mayo de 1977, la agencia Associate Press informó que el “Studio 54” había sido clausurado la noche anterior después de una redada policial. “Cerca de 700 personas, incluyendo varias estrellas de cine, estaban dentro del club celebrando el cumpleaños del socialite Guy Burgos cuando llegó la policía”, señalo el cable. “Entre los invitados, ninguno de los cuales fue arrestado, se encontraban Jack Nicholson, Warren Beatty, Mick Jagger y la modelo Margaux Hemingway”. El alegre grupo, cargando sus pieles y sus cajas de champagne, siguió la fiesta en otro lugar, Pero Steve Rubell, dueño del “54”, no tuvo tanta suerte y fue arrestado por una ridícula infracción a la ley de alcoholes.

Anthony Haden- Guest, autor de “La Ultima Fiesta: el Studio 54 y la Cultura Disco”, recuerda en su libro que Guy le estaba contando que veía a “trescientos amigos en la discoteque”, cuando de pronto llegaron unos policías, se acercaron al bar y pidieron un trago. El barman pensó que se trataba de fanáticos del grupo gay “Village People”, pero cuando les entregó su bebida lo esposaron. Lo que siguió fue un escándalo del que nadie puede dar total explicación. Lo único que Haden- Guest puede decir con certeza es que Guy y sus invitados abandonaron el lugar, mientras los policías requisaban las botellas llenas y Rubell, montado sobre el bar, anunciaba “!Vuelvan, estaremos abiertos mañana!”. Al día siguiente el club estuvo abierto y Guy escuchó nuevamente su “Happy Birthday”, pero las cosas no volvieron a ser las mismas, y meses después Rubell y su socio, Ian Schrager, fueron encarcelados por evasión de impuestos.

Guy era buen amigo de ambos. “Le hice relaciones públicas a ‘Studio 54’ hasta que cerraron”, dice. “Mi trabajo era llevarles gente y consumir champagne”.

Cuando a Rubell le preguntaron cuanto le pagaba a Guy por su trabajo, él contestó que su trabajo no tenia precio y que, si quería, se podía llevar la discoteque completa. En esos días demenciales, el “Studio 54” reunía bajo su techo más poder, influencia y dinero que la Casa Blanca, y Guy, con el apoyo de Rubell y Schrager, estaba sentado ahí, en el lugar más alto de Nueva York. “Mi teléfono recibía sesenta llamadas al día”, dice, “ gente de Chile, Argentina, Australia, Londres, París, que quería entrar al ‘Studio 54’”.

Cuando uno le pregunta que pasó con esa vida social, dónde están todos, Guy, sin un asomo de nostalgia, contesta: “No sé. Lo que pasa es que las ‘turbinas’ ya nos retiramos”.

Aunque su vida social sigue igual de agitada y las invitaciones se acumulan, Guy Burgos, a punto de cumplir 59 años, lleva una existencia muy distinta. “Salgo menos porque estuve algo enfermo”, dice mientras prepara una maleta para viajar a un baile en Alemania y luego pasar el verano en la casa de amigos en Southampton y Newport., la clara muestra de que quizás sale menos pero está lejos de ser un ermitaño. “Sigo en relaciones públicas, pero también estoy trabajando conmigo mismo, con mi filosofía de vida. Ya he hecho todas las frivolidades posibles; ahora quiero llegar a un nivel espiritual limpio, porque las cosas que importan en la vida son el amor, la compasión, la lealtad. En esas cosas yo me manejo bien. Pero hay otras en que tengo que esforzarme más, como la paciencia o la humildad”.

Cuenta que el año pasado sufrió una terrible hepatitis y que, tal como le ha pasado en ocasiones anteriores, estuvo al borde de la muerte. Pero Guy no es de los que se quedan fríos frente a un desafío, y en constante actividad, rodeado siempre de gente joven, talentosa y atractiva de la cual, como dice él, absorbe energía, está listo para seguir viviendo lo que el destino le tenga preparado”.

Cosas, 1997

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Guillermo Burgos Ossa's Timeline

1938
1938
Santiago, Santiago Metropolitan Region, Chile
2001
November 11, 2001
Age 63
Santiago, Santiago Metropolitan Region, Chile