Julio Molina y Vedia

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About Julio Molina y Vedia

Recuerdos de mi abuelo (por CFBMyV)

"En un caballito gris, el niño se fue a París"! Lentamente, como si remontara una cuesta muy empinada, decía "Al paso, al paso" y sus rodillas me subían y bajaban con una parsimonia que me hubiera hecho dormir si no fuera porque sabía lo que seguía más adelante. "Al trote, al trote - y mientras me dejaba inundar por su voz severa, él empezaba a acelerar rítmica y decididamente - al trote, al trote", y de repente, alzando la voz y moviendo sus rodillas de manera desenfrenada, "A GALOPE", "A GALOPE", "A GALOPE" y yo tenía que sujetarme bien fuerte si no quería caer al suelo. De la misma manera, años más tarde, yo he entretenido primero a mis hijos y luego a mis nietos y a mis nuevos hijos.

Cuando yo era pequeño, entre 6-11 años, pasaba muchas semanas de invierno en cama, afectado por bronquitis, consecuencia de dormir pegado a una pared con humedad que fue inmediatamente detectada por el Dr. Moisés Moscovich en su primera y única visita circa 1953: la pared, que chorreaba agua, fue arreglada y no volví a enfermarme. Fue gracias a esa pared que llegué a conocer y querer bien a mi abuelo Don Julio.

Esos días de invierno en que enfermaba, generalmente me la pasaba en la cama jugando solo o leyendo, salvo cuando Don Julio venía de visita. Él fué quien me enseñó a jugar al ajedrez. Uno de los atractivos de mi casa para Don Julio era la inmensa biblioteca de mis padres, en buena medida heredada de la de mi abuelo Augusto. Él tenía especial fijación o predilección por los 6 tomos de las obras completas de Herbert Spencer, a quien poco tiempo después llegué a detestar por su elitismo injustificado, pero nunca lo discutimos.

Don Julio y yo pasábamos horas y horas jugando al ajedrez. Durante los primeros meses me daba grandes ventajas, que con el tiempo fueron disminuyendo hasta que llegamos a jugar de igual a igual. - Diablos!, exclamaba. Se viene! (cuando yo le atacaba peligrosamente con un peón). Pasaban unos minutos y Don Julio repetía: - Se viene! Con mucha calma, él propiciaba juegos equilibrados, y de a poco me fue enseñando bastante, lo cual me permitió ganar todos los campeonatos del barrio.

Cuando yo tenía unos 9-10 años, empecé a ganarle de manera cotidiana a mi abuelo, cosa que lo dejaba callado y pensativo, hasta que adopté su método de "equilibrar el juego" (sin que él lo notara!) y así continuamos esos juegos agradabilísimos en que una vez llegados a posiciones interesantes las registrábamos para luego tomarlas como punto de partida para otra serie de juegos interminables. Esa era mi salida para que Don Julio no se quedara pensando la próxima jugada durante media hora, en la que no me era permitido hacer otra cosa que esperar en silencio.

Mientras jugábamos era difícil hablar de otra cosa. - No me distraigas!, me decía mi abuelo usando un tono que no daba lugar a dudas - Cómo sabés todo eso? - Dónde lo has leído? - Me temo que son tus propias ideas! - Eres muy pequeño aún para tener ideas propias! Sus preguntas y comentarios no eran de extrañar, Don Julio se había quedado en Spencer y Schopenauer, menospreciaba todo lo producido en el siglo XX, y en aquella época no tenía el menor interés por la ciencia, pero yo le comprendía porque sus argumentos eran los de un hombre bueno y sensato (aunque en la práctica pudiera no serlo).

Luego de finalizado el último partido del día (de ajedrez), ambos dábamos rienda suelta a nuestras amplias y detalladas visiones y pronósticos sobre el mundo. Era un diálogo de sordos, una larga serie de pequeñas intervenciones ininterrumpidas de un lado y del otro.

El tenía un estilo digno y pontificador y yo, en vez, rayaba en lo mesiánico, un estilo que solamente abandoné al ingresar a la universidad.

Algunos han llegado a pensar que mi abuelo llevaba años de haberse vuelto loco (ver entrevista a mi primo Juan más abajo). Sin duda, Don Julio tenía toques quijotescos,

pero pienso que lo hacía más por sus convicciones y no creo que jamás se le hubiera pasado por la cabeza hacer algo para llamar la atención. Su orgullo, en ese rubro, era altísimo. Yo no recuerdo ningún signo positivo de locura, más bien creo que no le interesaba relacionarse con el mundo y al mismo tiempo tenía el privilegio de que tres de sus 8 hijos, Mario (padre de Juan), Emilio (padre de Carmencita quien aparece más adelante) y Julia (mi madre), siempre se ocuparon de garantizarle alojamiento, ropa limpia y alimentos que le permitieron llegar casi a los 99 años. Como cuenta más abajo mi primo Juan, al promediar los 40 (o los 50, según lo que me contaron mis padres) tuvo un patatús que casi lo deja en el camino, luego de lo cual se hizo vegetariano y rehusó volver a ver un médico.

Es cierto que era difícil discutir con él. Se podría decir que empezó como un "anarquista-caviar" y con el tiempo y la pobreza pasó a ser un "anarquista-sopa-de- verduras", con la consiguiente bajada de tono. Sin embargo, para mi era muy agradable que siempre fundamentara sus afirmaciones, aunque su estilo arrogante podía herir al débil. (Fué el primer rector del Colegio Nacional de Bahía Blanca, circa 1902, y al cabo de un año los profesores no lo aguantaron más con el resultado de que mi abuelo tuvo que renunciar a su cargo.)

El estilo de Don Julio me ofrecía la ventaja de poder retrucarle con mis argumentos y de la misma manera arrogante, sin que se inmutara en lo más mínimo, aunque a veces le incomodara que un niño de mi edad tuviera ideas propias, cosa que me recriminaba explícitamente. Sin embargo, a pesar de sus críticas, ello no impidió que siempre me tomara en serio. Con el tiempo, logré convencerle de que para mi era la única manera de sobrevivir al lado de mis padres, principalmente al lado de mi padre.

A sus 75 años los detalles del rostro de Don Julio corrían con su edad. El ojo de vidrio que llevaba debido a un derrame causado por una hipertensión ocular no tratada le daban una apariencia más severa de la que realmente hubiera tenido. Su complexión, sin embargo, era la de un hombre fuerte 20 años más joven. Una vez cuando yo tenía unos 8-10 años, le dije o respondí algo que no le gustó. - Insolente!, me espetó, y me intimó a algún tipo de disculpa. Qué le habré dicho!? Estábamos en una punta del jardín, yo me asusté y eché a correr. Él se puso detrás mío muy enojado con deseos evidentes de revancha, pero cuando ya estaba por alcanzarme (y conste que yo era el más veloz del barrio y de la escuela) logré escabullirme cruzando por debajo de un limonero que tenía ramas bajas, donde mi abuelo se quedó enredado y despotricando contra el árbol cual Don Quijote: por suerte parecía haberse olvidado de la razón por la que se encontraba en tan lamentable situación. A los pocos minutos regresé a su lado y continuamos con nuestra conversación como si nada hubiera ocurrido. (Mi madre, quien apenas medía 148 cm, también corría mucho, solamente logré ganarle a los 13 años, un año después de haber representado a mi colegio en los 100 metros, en las competencias de bachillerato en el estadio de River en 1953.)

A partir de los 11 años dejé de enfermarme de bronquitis. Al poco tiempo Don Julio, luego de pelearse con alguno de sus hijos, se mudó a un sitio precario y quedó aislado del mundo más de lo habitual. Volví a verlo cuando me casé (en 1962, tenía 88 años) y a partir de 1968, cuando se fue a vivir con mi madre en La Lucila. Para entonces promediaba los 94 y estaba indignado con la guerra de Vietnam, con la sociedad norteamericana en general y con Nixon en particular. Poco después, gracias a mi prima Carmen Molina y Vedia (física de profesión, ver su perfil, ella tuvo un papel central en mi educación), Don Julio "descubrió" las bondades y lo interesante de la ciencia.

En todos nuestros encuentros posteriores no hablamos de otra cosa sino de física y de química. Cuando llegaba a visitarlo puntualmente a la hora convenida (Don Julio era extremadamente puntual) él tenía una lista impresionante de preguntas sobre física moderna: se veía que entendía bastante. "Cómo pude haber sido tan tonto?", se lamentaba, "de haber perdido tanto tiempo en mi vida sin apreciar lo maravilloso del mundo científico."

Corría febrero de 1973 cuando lo visité por última vez antes de regresarme a Brasil. En aquella ocasión me acompañó mi hija Verónica, a la sazón de cuatro años y medio. Una vez finalizada nuestra conversación (rigurosamente limitada en el tiempo por mi madre, para no agotar al viejo) lo abracé y me despedí hasta el próximo año. Con brazo firme, mi abuelo cortó mi abrazo y con toda serenidad me dijo: - "Esta es la última vez que nos vemos, ya no voy a estar el próximo año. Siento que no pasaré el invierno". No le creí.

Él estaba lúcido como siempre y simpático como pocas veces. Por primera vez noté algo vulnerable en su mirada. Yo protesté y él esbozó un principio de sonrisa. Dijo algo más que no recuerdo, pero nunca mencionó ni aludió a su enfermedad. Tres meses más tarde, con los primeros fríos de mayo, Don Julio entró en crisis. Le escribí un telegrama instándolo a luchar por la vida, que mi madre alcanzó a leerle, muriendo unos días más tarde. Hace poco mi hermano me contó que tenía un cáncer de esófago, producto de tomar su inefable sopa de verduras casi hirviendo.

Estudios de sus hijos:

a) (Me lo contó mi tío Mario, arriba mencionado, hacia finales de 1985, poco después del fallecimiento de mi madre)

"- Ud. quiere quedarse a vivir con el loco de su padre? Quédese y será un burro toda su vida!" Así le habló a mi tío Mario su abuela Manuela de Vedia. - "Si quiere ser un hombre de bien debe ir a la escuela, véngase a vivir con nosotros (Manuela y su marido Octavio, los abuelos paternos de Mario, mis bisabuelos)". Y Mario, de alrededor de 10 años de edad, a partir de entonces se fue a vivir con sus abuelos (c. 1914).

b) (Me lo contó mi madre un montón de veces) "A cada uno de nosotros que manifestaba su deseo de entrar a la universidad mi padre les preguntaba amenazadoramente: - Está Ud. seguro de que quiere entrar a la universidad?" Mi tío Mario, el quinto hijo y el primero que osó enfrentarse a su padre, respondió: Si, estoy seguro. Acto seguido Don Julio le plantó una bofetada y agregó: Estudie! Supongo (no estoy seguro) que los cuatro primeros hijos lograron aprobar el bachillerato mediante exámenes extraordinarios, pero ninguno de ellos cursó la universidad, aunque Emilio fue constructor y Alicia tradujo, entre otros, a Tagore.

Don Julio ya nunca más se metió con Mario, sin embargo, los cuatro primeros sufrieron la mano del padre durante buena parte de sus vidas. Mi tía Alicia, la mayor, soportó sus bofetadas hasta el final, lo cual le ganó a Don Julio el repudio y desprecio de mi hermano Mario. Yo no sabía de todo esto, y cuando me enteré me dió mucha tristeza por mi tía, "la negra Alicia", quien además de una bondad como pocas, tenía una inteligencia y un humor superiores, en una familia en que el humor y la risa eran moneda rara.

El sexto, Aurelio, probablemente nunca tuvo la intención de estudiar. Cuando le tocó el turno a mi madre (séptima hija), ella, resueltamente, respondió la misma pregunta con un si, y se quedó erguida y en posición de firme, mirando al vacío esperando la bofetada, pero esta vez Don Julio no se animó a levantar la mano, lo cual dio lugar a que el siguiente y último hijo, Guillermo, también se recibiera de arquitecto, al igual que Mario y mi madre. Sin embargo, la situación familiar se tornó insostenible y todos terminaron yéndose a vivir a otra parte hasta que al final el propio Don Julio se mudó y sus hijos más pequeños pudieron regresar a un hogar semiabandonado y desprovisto, por lo que todos debieron trabajar durante sus estudios universitarios.

A continuación sigue una entrevista con mis primos Juan y Florencia.

JULIO MOLINA Y VEDIA. CHARLA CON LOS HERMANOS JUAN Y FLORENCIA MOLINA Y VEDIA, SOBRE SU ABUELO.

ENTREVISTA POR JUAN IGNACIO MORALEJO Y ANA ARMENDARIZ

¿Qué nos pueden contar de Don Julio?

Juan: Yo tengo la costumbre de guardar todo lo de mi abuelo. El vivía en una pieza en una casa en La Lucila, con dos de sus hijas, la mayor (Alicia) y la menor. La menor era Julia, cuyo hijo (Mario) es un primo mío que encontró mucho material de él, y supuso bien, que yo lo querría, porque él lo iba a tirar, no le importaba el asunto.

Don Julio tenía una formación científica, porque estudió en la escuela de Ingeniería donde estaba Arquitectura, fue el ingeniero número 23 del país. Tuvo toda la formación científica necesaria para volverse loco y desechar la ciencia. Nadie se vuelve loco así nomás. Era un tipo que se hizo una casa de aluminio y madera, sin cimientos, porque como era anarquista, lo que más le interesaba era que no se tratara de un inmueble, que se lo pudiera mover. Era una casa desarmable que la podía llevar en un trailer. La diseñó, la construyó y en el año 30 se fue a vivir a esa casa, que instaló en Munro.

¿Ustedes llegaron a conocerla?

J: No, pero en mi colegio secundario, en primer año, cuando pasaron lista y dicen "Molina y Vedia", un compañero de aula viene y me dice "Che, donde yo vivo, en Munro, había un tipo que se llamaba Molina y Vedia y con mis amigos le tirábamos piedras a una casa rara que tenía, de aluminio, y él nos salía a correr con un sable". Era el sable del general de Vedia, que lucho con Roca, un sable todo oxidado.

Don Julio la construyó porque era carpintero, tenía su taller, eso yo sí lo vi. Le ponía números a los cortes que iba haciendo y tenía una especie de diagrama para no tirar ni siquiera una astilla; todo lo que cortaba lo ponía. escribió varios sistemas para hacer perspectivas, que es lo más objetivo que hay... pero por otro lado leía a Lao Tsé. El primer tipo que yo leí que citó juntos la metafísica y la geometría, fue un norteamericano que se suicidó muy jóven, llamado John Kennedy Toole, en el libro "La Conjura de los Necios". El personaje es un vendedor de panchos llamado Ignatius Really que dice: "A este mundo le falta geometría y metafísica". Y esos eran los dos polos de don Julio.

¿Y esa casa la trasladaba?

J: Un día a los 80 años se peleó con la familia de un tío mío donde él estaba viviendo, no dijo nada y desapareció. Había vuelto a hacer esa casa, que como era desarmable, llevaba los pedazos en el vagón del tren. Se había comprado un terreno en Ingeniero Maschwitz y hubo que ir a buscarlo y convencerlo de que volviera porque no podía quedarse sólo ahí, a esa edad.

Y vivió casi 100 años. Leí que era vegetariano.

J: Vegetariano desde los 40 años, porque estuvo por morir. Estuvo pésimo, fumaba hasta por los codos.

¿Y lo recuerdan en el rol de abuelo?

Florencia: Yo menos porque me había ido a estudiar a Europa.

J: Yo mucho. Hay un momento en que le digo que pensaba es-

tudiar arquitectura y me dice: "Ah... ¿así que vas a estudiar para construir edificios para esta sociedad inmunda que se hunde en su propia ignominia?" Me acuerdo lo que le contesté. Le dije que sí. El era un extremista absoluto, las cosas intermedias no le interesaban. Formaba un grupo de amigos y fracasaba, formaba otro grupo de amigos y fracasaba también. Tengo las listas de los que estaban en cada grupo que conformaba y en muchas estaba Borges. También tengo muchos libros de Borges, del año 23, los primeros que sacó, y las dedicatorias que le hace a don Julio son muy curiosas. En una dice: "A don Julio: con antigua y fresca amistad". Borges incluso escribe un cuento que se llama "El Congreso", inspirada en él, que es sobre un tipo loco que quiere formar una sociedad nueva.

Y recuerdo que en los asados del 25 de Mayo se hacía una fiesta de la familia donde venían como cien personas y estaban todo el día. Siempre había un momento en que don Julio recitaba un poema de Estanislao del Campo que se llama "Gobierno Gaucho", donde un tipo se pone en curda: "Tomé en casa el otro día tan soberano peludo, que hasta hoy, caballeros, dudo si ando mamao todavía. Calculen cómo sería la mamada que me agarré, que, sin más, me afiguré que yo era el mesmo Gobierno, y más leyes que un infierno con la tranca decreté". Y termina: "A ver si hay una persona de las que me han escuchao, que digan que he gobernao sin acierto con la mona". Pero don Julio carecía de humor, era cómico de a ratos, pero no se tomaba nada con humor.

Qué raro que vivió hasta los 99 años. Yo creía que vivir mucho era sinónimo de no hacerse problema por las cosas.

J: Cuando un hombre le decía una opinión, él le respondía: "Dígame, mirándome fijo a los ojos, exactamente lo que usted piensa". Yo a los 20 años era jugador de fútbol, jugaba en Excursionistas y a él le parecía una cosa asquerosa el fútbol; escuchar un partido de fútbol era algo que le parecía inconcebible. Tenía una visión cartesiana, creía en la pureza, en lo exacto; y uno se acostumbra a moverse en lo inexacto y en la impureza. Un año antes de morir le dijo a sus hijas y a mí: "Bueno, no me molesten, me voy a sentar acá porque tengo que ocuparme de un problema muy importante." Y le preguntaron: "¿Y cuál es el problema tan importante del que te vas a ocupar?". "De mi vida en el otro mundo". Se dedicó un año a prepararse...

¿Y cuándo tradujo el Lao Tse al castellano?

J: El Lao Tse lo leyó en el año 20, por ahí. Pero consultó un estudio que critica las traducciones del Lao Tse. Y cuando él hace la versión metódica del Tao Te King supone que está haciendo lo que Lao Tse hubiese querido que alguien hiciera, y no lo que habían hecho las traducciones francesas e inglesas.

También tradujo "Walden, la Vida en los Bosques" de Thoreau.

J: Y su hermana Carolina tradujo a Edward Carpenter. Un libro sobre sexo, en el año 30, que parece escrito por las del suplemento feminista de Página 12, Las 12.

F: También está la otra hermana de Julio: Delfina, nuestra abuela. Es que nosotros somos hijos de primos hermanos. Don Julio era el padre de nuestro papá y Delfina era la madre de nuestra mamá. En esa época se casaban entre las familias.

J: Nuestra bisabuela dijo cuando hubo una que no se casó con alguien de la familia: "Bueno... era hora de que alguien saliera a tomar aire..."

F: Pero cada uno de los hermanos tenía una impronta muy fuer-

te. Delfina también es muy interesante para estudiar.

J: Fue la primera mujer que entró en la universidad, y tenía 15 años cuando ingresó. Estudió bioquímica, pero también era pintora, había estudiado pintura en París. En 1902 le escribe una carta a don Julio, contándole que había estado en el salón de los rechazados en el Louvre, y dice: "Hay uno que me gusta bastante, se llama Cézanne". También era soprano, estuvo por cantar en el Colón en una ópera pero como era algo mal visto, como si fuese una prostituta si cantaba, el marido le hizo un movimiento por lo bajo y consiguió que no cantara. En fin, era de todo esta mujer.

¿Don Julio estuvo casado mucho tiempo?

J: No mucho tiempo, del 1910 al 30 y pico. Pero tuvo 8 hijos.

F: Nunca se separó oficialmente.

J: Se fue. Tuvo amantes, incluso una compartida con Lugones por la que se retaron a duelo.

¿Es verdad que no mandó a sus hijos a la escuela?

F: A algunos no, pero les hacía dar exámenes en su casa.

J: Y les escribía libros de textos para que estudiaran con eso. El texto de Literatura y Gramática es extraordinario, no tiene nada que ver con la Real Academia. El siempre decía: "¿Usted quiere ser un inútil, un idiota? Entonces vaya a la escuela."

Y hace poco vinieron a comprarte su archivo. ¿Cómo fue eso?

J: Sí, vinieron los de la Universidad de Princeton a comprar el archivo. El tipo me trató muy bien, me daba toda clase de garantías... Pero ellos no se dan cuenta que nada puede pagar el material que tengo de mi abuelo. Y sobre todo, que yo no quiero ganar nada con eso. Tengo una aversión a todo lo que parezca una oportunidad, no quiero que me regalen nada, no quiero nada gratis. Cuando algo parece que es una oportunidad, yo seguro la dejo pasar. Escribí un texto que se llama "Crítica de la Razón Gratis" que es sobre ese tema. No es nada complicado, empieza observando un vagón de Retiro a las 7 de la tarde, con todos los tipos leyendo el diario La Razón gratis. ¿Es divertido eso, no? Están todos leyendo el mismo discurso, es del 1984 de George Orwell eso, ciencia ficción. Lo que William Morris veía en el peligro de las máquinas era que nosotros nos transformáramos en máquinas. Llegué a la conclusión de que los extraterrestres no van a venir de otro planeta, ya están acá, se fabrican acá. Pensás dos minutos eso y te das cuenta de que el que es gratis es uno. Lo que es gratis es tu tiempo, el tiempo que le vas a de-

dicar a eso. Uno tendría que vender en cuotas su tiempo a los canales de televisión diciéndoles: "Voy a ver 7.000 horas de esto que usted me está vendiendo y también me voy a asegurar de que mis hijos vean 10.000 horas. ¿Cómo me lo quiere abonar? Le puedo dar facilidades de pago". En los supermercados ahora vas y agarrás un tarro y tiene un raya que dice: a partir de acá es la parte gratis... Ya Borges en el año 30 decía que no podía creer en la publicidad, que era un elogio que hacía una persona de un producto que era de sí mismo. Le parecía raro que la gente no sospechase de eso.

Don Julio ahora estaría peor que nunca.

F: Cuando veía los edificios altos decía: "Qué trabajo va a dar tirar abajo todo esto..."

Es que es muy moderno el pensamiento que tenía. El grupo de los 60s Superstudio ya proponía la vida sin objetos. Decían en plan extremista "Lo mejor que puede hacer un arquitecto es suicidarse".

J: Sí, los de Superstudio eran de la época del 68 de París, estudiaban el constructivismo ruso, les gustaba Mies van der Rohe porque había hecho el monumento a Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo...

También recuerda un poco a Matta Clark y a las ciudades móviles de Archigram.

J: Matta Clark a mí me gusta muchísimo. En los 70s había hecho unos ensayos de perturbación de los cánones e intentaba conectar la arquitectura con el cine, con el teatro, con otras disciplinas; que es lo que ahora está tan en la superficie y que muchos hacen. Aunque un tipo en este momento para llamar la atención tiene que hacer cosas terribles y controversiales, pero como está de onda ser distinto... son aburridísimos. Pero don Julio también cae en la deformación de la cúpula del poder, porque llega un momento en que el anarquista es anarquista, siempre y cuando todos le hagan caso a él. Son hombres muy dominadores, muy autoritarios, quieren que la humanidad sea de una determinada manera.

¿Cómo fue ese proyecto que tuvo de una comunidad anarquista en el Paraguay con Macedonio Fernández?

J: Fue una idea que nunca se concretó. En una carta que le escribe a Macedonio, le cuenta que tiene 100 personas decididas a vivir la experiencia. Porque los yerbatales en el Paraguay existían, los había heredado. Algunos decían que don Julio era un niño bien... Es que el abuelo de mi abuelo era el general Julio de Vedia. Y el padre de mi abuelo también era general, Nicolás de Vedia que peleó con San Martín. Y el primer Vedia era el segundo del Virrey, que llegó en 1780.

¿Mariano de Vedia es pariente? Publicamos en el número 4 de la revista, una causerie de Lucio V. Mansilla dedicada a él. (Ver perfil de Mariano de Vedia en éste árbol.)

J: Mariano de Vedia fue intendente de Buenos Aires en el momento en que se hizo el obelisco. Era primo de don Julio pero estaban peleados. En una carta Mariano le dice que no se hablen más porque nunca se van a entender. Es que hay una parte de la familia que surge de la aristocracia Mitrista y cuando murió don Julio, en La Nación, diario fundado por Mitre, pusieron: "Falleció en su residencia de La Lucila"... y era una pieza de cuatro por cuatro donde vivía. Pero creían que un Vedia no podía morirse en una pieza, entonces lo cambiaron por "residencia"...

F: Y era un cuartito en el fondo de una casa, de un PH, al que había que subir por escalera.

J: Tenía 99 años y seguía subiendo esa escalera.

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Julio Molina y Vedia's Timeline

1874
August 26, 1874
Buenos Aires, Argentina
1898
May 27, 1898
Buenos Aires, Capital Federal, Argentina
1899
November 18, 1899
Buenos Aires, Argentina
1900
1900
Buenos Aires, Capital Federal, Argentina
1902
September 21, 1902
Buenos Aires, Capita Federal, Argentina
1904
1904
Buenos Aires, Capital Federal, Argentina
1908
1908
Buenos Aires, Capital Federal, Argentina
1912
November 16, 1912
Buenos Aires, Belgrano, Capital Federal, Argentina
1914
1914
Buenos Aires, Capital Federal, Argentina
1973
May 10, 1973
Age 98
La Lucila, Provincia de Buenos Aires, Argentina