Mario Matta Echaurren

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Mario Matta Echaurren

Birthdate:
Death: 1973 (59-60)
Immediate Family:

Son of Roberto Sebastián Matta Tagle and Mercedes Echaurren Herboso
Husband of Josefa Miró-Quesada Sosa, "Pepita"
Father of Private and Private
Brother of Roberto Antonio Sebastian Matta Echaurren; Sergio Matta Echaurren and Private

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About Mario Matta Echaurren

A diferencia de sus hermanos -Roberto, el pintor, y Sergio, el diseñador de modas- Mario Matta Echaurren no conoció el éxito internacional pero gozó de gran prestigio en Chile. Su alta sensibilidad estética, mentalidad innovadora y su carismática personalidad le abrieron las puertas de muchas casas, convirtiéndose, a partir del año 35, en referente de estilo y buen gusto. Esa fama la mantuvo hasta su muerte en 1973, y ha trascendido hasta hoy entre quienes no dudan en reconocerlo como el primer y entonces único decorador en Chile.

Quienes vivieron ese período recuerdan que el país era pobre, y que vivir austeramente no era problema porque había muy poco que comprar y menos que ostentar. Adquirir cosas en dólares era prohibitivo y la limitación a las importaciones se expresaba en muchos ámbitos, en particular en los espacios interiores de la casa.

A ese panorama se enfrentó Mario Matta durante las cuatro décadas en que fue la única voz autorizada en materia de decoración. Y lo hizo con una propuesta de gusto internacional que, apelando al uso de atrevidos colores para la época, finos tapices y buenas alfombras, entre otros elementos, apuntaba a la creación de ambientes elegantes, pero muy acogedores.

Comenzó a mediados de la década de los 30 con una pequeña tienda frente a la Plaza Bello, en el local del edificio situado en José Miguel de La Barra, entre Ismael Valdés Vergara y Santo Domingo. Partió con sus dos hermanos hombres, pero la sociedad duró muy poco. Roberto se fue a Europa en 1935, y al poco tiempo Sergio viajó a Estados Unidos y de ahí a París donde triunfó en el mundo de la moda. Mario siguió solo. Traía muebles de Europa y los copiaba. Nunca tuvo fábrica, y para ejecutar sillas, mesas y posteriormente su emblemático sofá, recurría a buenos maestros que trabajaban en sus propios talleres. "La tapicería, eso sí, se hacía bajo su supervisión, en el subterráneo del local comercial", explica Luis Valdés Eguiguren, de Muebles Valdés, quien cuenta que para él Mario Matta fue un gran aliado y un muy buen amigo de negocios.

-En 1947 empecé a trabajar con mi padre, Luis Valdés Freire. Cuando él se retiró, me quedé con la fábrica, y entonces conocí a Mario, que tenía el gran talento de descubrir cosas lindas. Hacía rato que él se dedicaba a la decoración. Como a veces se quejaba de que los maestros se atrasaban o no cumplían con la entrega de los muebles, le propuse hacerlos yo a cambio de que me permitiera venderlos pagándole un royalty. Así, más o menos a partir de 1950 y hasta su muerte, tuvimos una comunicación continua y muy fluida -dice.

Matta le entregó a Valdés dos sillas, y en la fábrica fueron bautizadas con las iniciales de la primera persona que las compró. Una se llama NH y la otra BSA, siendo la primera la más exitosa hasta el día de hoy. "Es una silla francesa, de campo, de la época Directorio, con asiento empajado y una hermosa pátina. Es cierto, no eran diseños de Matta, pero fue él quien escogió esos modelos y allí radica su mérito", explica el mueblista.

Lo que sí diseñó Matta es el sofá que lleva su apellido, ese modelo bajo y profundo "no demasiado cómodo", en opinión de Valdés, que se integró a casi todos los livings de Santiago a partir de los 60. Era la moda y su presencia también confería cierto estatus. "Lo creó alrededor de los años 50; un mueble de brazos cuadrados que podía alcanzar hasta 3 metros de ancho con una profundidad de un metro, y respaldo recto y bajo". Ésa era la fisonomía más frecuente del sofá, pero Matta lo hacía en distintas dimensiones, ajustándose a las necesidades de cada encargo, con cojines o con respaldo de botones, con zócalo inferior o con un vuelo. Incluso hay versiones con curvatura en el respaldo y en los brazos. Yo nunca los hice. Los esqueletos se los confeccionaban sus propios maestros", asegura Valdés.

Que el sofá pudiera adoptar distintos anchos y formas sutilmente diversas hace pensar que éste nunca estuvo patentado, como le gustaba decir a su autor. "Él me dijo que patentó el original, y tal vez lo hizo, pero es difícil registrar un mueble porque hay que patentar un diseño y un método de construcción específico que Matta no tenía. Además, basta cambiarle un solo detalle, como él mismo hacía, para que el mueble deje de ser el mismo", explica Luis Valdés, a quien le tocó ser testigo del fuerte carácter de su amigo cuando en una ocasión se encontró con un sofá similar a los suyos en una tienda de Providencia. "Estaba furioso. Apelando a la famosa patente exigió que lo sacaran, y tuvieron que hacerlo. Mario se imponía por presencia", recuerda.

El negocio del buen gusto

Uno de sus más grandes amigos, Sebastián Santa Cruz Sutil, lo recuerda así: "Mario hablaba marcando las eses, un poco como español. Tenía la mandíbula firme, una risa alegre, una mirada de buen humor y era muy correcto en su vestir", y aunque dice que ya se acostumbró a su ausencia, reconoce que al principio le hizo mucha falta. "Nos conocimos cuando compró la casa de Zapallar, en los 50, pero nos hicimos amigos entre el 64 y 65. Formábamos un grupo muy entretenido, éramos los que no íbamos a misa. Sus más cercanos fueron la Marta Montt, Juan García de la Huerta, Juan Pablo Reymond, Sergio Echenique y yo".

Santa Cruz y Matta se veían siempre en Zapallar y regularmente en Santiago, aprovechando que vivían muy cerca. El decorador había heredado parte de la Chacra Las Mercedes, propiedad que a la muerte de sus padres subdividieron, y él conservó la antigua casa, inmersa en un bosque de añosos árboles. "Estaba en Las Condes, más o menos a la altura del 11.500, antes de llegar a San Damián. Hoy ahí hay un edificio. La casa era de una materialidad bastante precaria, no era colonial sino una casa de campo chilena más bien modesta, pero estaba muy bien puesta".

Le gustaba vivir bien. "Aunque no era rico, Mario vivía como príncipe y se atrevía a hacer cosas diferentes, como pintar el living de su casa de un tono rojo violento", recuerda Luis Valdés. Se daba sus gustos, y como cuenta Sebastián Santa Cruz: "Desde que pudo comprarse su primer Cadillac, nunca dejó de tener uno, aunque siempre de color oscuro: azul marino o negro, como auto de embajador".

Podía hacerlo porque sabía cobrar. "Mario se hacía pagar bien por sus servicios y por sus conocimientos. Era caro, pero muy bueno", dice Santa Cruz, a lo que Valdés agrega que además de ser un decorador excepcional era muy buen comerciante. "Los tapices también eran parte del negocio. Traía telas extraordinariamente buenas: linos y terciopelos de seda en azul, rojo y tonos beige; los importaba a través de la señora Blanca Eyzaguirre en París. El siempre tapizaba a su gusto; en eso el cliente no podía opinar", sostiene Valdés y cuenta que las casas de los clientes eran la mejor carta de recomendación del decorador. "Mario tuvo acceso a toda la gente rica del país. A él le gustaba intervenir espacios grandes, como embajadas y casas de dimensiones importantes. Era un decorador innato, nunca trabajó con planos de planta ni con medidas; veía el espacio y lo imaginaba armado. Además, era un extraordinario dibujante a mano alzada y mediante croquis explicaba sus propuestas a los clientes. Para El Cañaveral, la casa del arquitecto Ignacio Tagle que más tarde pasó a manos de Allende, Mario hizo varios muebles especiales. También trabajamos juntos el restorán Camino Real de los Rabat, en calle Merced, y la casa de Santiago de Jorge Yarur Banna, hoy convertida en Museo de la Moda por su hijo, quien recuperó los recintos principales tal como eran originalmente".

Una familia dispersa

De su juventud poco se sabe, aunque a través de las biografías que se han escrito sobre Roberto Matta se puedan inferir algunos detalles. Que el abuelo materno, Víctor Echaurren Valero -abogado, agregado diplomático, diputado y alcalde de Santiago, entre otros cargos- influyó decisivamente en la faceta estética de Mario y de sus hermanos hombres. Ese abuelo fue muy rico, y en su casa de Huérfanos 576 nacieron todos los Matta Echaurren: Roberto en 1911, Mario en 1913, Sergio en 1915 y Mercedes en 1917. De la relación con sus padres, Roberto contaba que era fría, y que para ellos la "mama" había ocupado un lugar de privilegio, pero como dice Santa Cruz: "Roberto fue un gran hilvanador de historias y creo que hay mucha fantasía en las urdiembres de su memoria. Lo que sí me contaba Mario es que tenía recuerdos más bien aburridos con sus padres, de lo que era la vida de campo, cuando Las Condes era campo. Con sus hermanos Sergio y Mercedes, aunque había cariño, no había mayor conexión".

Con Roberto, en cambio, aunque vivían lejos, eran muy cercanos. "Una vez, durante el gobierno de la UP, vino a Chile y Mario le organizó un cóctel en Zapallar porque a Roberto también le gustaba estar con la gente linda. Resultó un desagrado de proporciones; los invitados querían devorarse al famoso artista que había venido a pintar murales con la brigada Ramona Parra. El aspecto político era un punto de desacuerdo total entre los hermanos, pero eso nunca los distanció", cuenta Santa Cruz.

De joven fue polero, y al parecer en una gira deportiva conoció a Josefa Miró Quesada Sosa, una joven de la alta sociedad limeña, hija de los dueños del diario El Comercio, con quien se casó a los 23 años. Tuvieron dos hijos: Josefa y Mario, pero el matrimonio terminó al poco tiempo. Ella se volvió a casar; él no lo volvió a intentar, pero de ningún modo abandonó las pistas. 

-Tuvo muchas amigas, y todas muy lindas. Le encantaban las mujeres bonitas a Mario -dice Sebastián Santa Cruz, para quien los mejores recuerdos de su amigo son los de Zapallar. "Desde su terraza, donde tenía un telescopio, veía quiénes estaban en la playa y bajaba tarde -siempre vestido y con sombrero de paja, nunca en traje de baño- para convidar a sus amigos a comer o a almorzar".

Conocedor del buen vivir

La casa de Zapallar fue su refugio. Había pertenecido a Matías Errázuriz, quien antes de construirla encargó un proyecto a Le Corbusier. Al no cumplir éste con todas sus expectativas, el diplomático usó la propuesta sólo como inspiración para un diseño propio. Mario la compró en los años 50, le hizo algunas transformaciones, y allí imprimió su sello como en ningún otro lugar. "El living, por su tamaño y altura, era extraordinario. Tenía una chimenea enorme, unas columnas tumbadas, otras de pie, una altura poco usual tipo gran palacio. Él se sabía manejar muy bien entre lo elegante y lo sofisticado, creando espacios que resultaban muy vivibles. Sabía combinar, entendía de proporciones y conocía la importancia del manejo de la luz. Mezclaba sus sofás, de líneas modernas, con muebles franceses y con unas mesas portuguesas con marquetería, relativamente rústicas, que se usaron mucho en esa época. Sin duda, Mario fue un gran escenógrafo", dice el decorador Luis Fernando Moro, quien cuenta que a pesar de los treinta años de diferencia que tenían con Matta, llegaron a ser buenos amigos.

Fue una amistad que se mantuvo gracias a que Matta supo perdonarle una gruesa impertinencia: "Estábamos en una fiesta. Llegué tarde y de una bandeja saqué un huevo; no sabía qué hacer con él y de repente, no sé por qué se lo quebré en la cabeza a Mario. ¡Que estupidez más grande! Fue tal su enojo y el de los demás invitados que me sentí pésimo y arranqué. A la mañana siguiente partí a pedirle disculpas y bajamos juntos a la playa, donde estaban todos expectantes", recuerda Moro.

Gran admirador de su amigo, Moro lo recuerda como un excelente anfitrión, de esos que con poco presupuesto son capaces de armar una fiesta. "Servía en unas copas preciosas, todo súper bien presentado. Convidaba siempre gente muy diversa, y era un buen conversador, tenía historias entretenidas, era un gran vividor". Y le molesta que las nuevas generaciones no sepan quién fue Matta. "¡Si Mario marcó un hito en la decoración del país! Fue un vanguardista que introdujo colores, texturas y combinaciones que eran impensadas. Creativo, convincente e histriónico, abrió las puertas a un rubro que no existía, porque entonces eran los mueblistas quienes oficiaban de decoradores", dice.

Durante sus últimos años de vida estuvo siempre vigente, y entre sus proyectos había uno que lo tenía especialmente entusiasmado. Había obtenido de parte de la Municipalidad de Las Condes la concesión, de por vida, de las Casas de Lo Matta, a cambio de restaurarlas y abrirlas al público. Ya había adquirido puertas, ventanas y rejas coloniales, basas de piedra y otros elementos decorativos, pero le faltó tiempo.

-La noche anterior a su muerte vino a comer a mi casa, y con mi mujer lo notamos muy cansado. Al día siguiente, murió de un ataque al corazón. Tenía 60 años recién cumplidos -cuenta Santa Cruz, y aún recuerda que sólo después de un penoso entierro provisorio en el Cementerio Católico pudieron llevarlo a su tumba en Zapallar.

Esa casa magnífica frente a la playa, la de Santiago, más modesta pero igualmente bien puesta, y el pequeño local frente a la Plaza Bello murieron con la muerte de Matta en el invierno de 1973, pero su legado se conserva, y hasta hoy se ven casas con la decoración que él impuso, un estilo más bien atemporal, donde la dignidad y la elegancia no atentan contra la calidez. 

Texto, Andrea Zúñiga Saavedra.

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