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Ricardo Carlos Alberto Finochietto Chammás (Finochietto)

Birthdate:
Birthplace: Buenos Aires, Argentina
Death: April 01, 1962 (73)
Buenos Aires, Argentina
Immediate Family:

Son of Tomás Finochietto and Ana Castagnino
Husband of Andrea Delia Artola
Father of Luisa Artola Zeliz; Juan Jose (Johnny) Finochietto; Private and Private
Brother of Enrique Finochietto; Adela Finochietto; Orlando Atilio Finochietto; Miguel Ángel Finochietto; Juan Jose Tomas Finochietto and 1 other
Half brother of Maria Finochietto and Angela Finochietto

Managed by: Carlos F. Bunge
Last Updated:

About Ricardo Finochietto

Mi afición por la cirugía comenzó en el verano de 1942 a los 18 años cuando terminé los estudios secundarios y estaba por ingresar a la Universidad. Papá era médico del Hospital Penna y una mañana me propuso que presenciara una operación de apendicitis. No sin titubear me puse el camisolín, el gorro y el barbijo para entrar al quirófano y observé de cerca a la enferma, una muchacha de mi edad que los camilleros ubicaron en la mesa de cirugía. Cuando la enfermera inició los preparativos miré disimuladamente sus ojos llorosos, la blancura de la piel y el sexo oscuro entre las piernas. Después de la anestesia los ayudantes colocaron las sábanas para delimitar el campo operatorio y el cirujano cortó la piel con trazo firme mientras la sangre saltaba a borbotones. Sentí las manos frías, el sudor que me corría por la espalda y no recuerdo más. Me recobré fuera de la sala avergonzado de mi fracaso y reviviendo el horror que me inspiraba el matarife cuando sacrificaba las gallinas de mi abuelo con su cuchilla afilada. Este comienzo catastrófico no impidió que adquiriera cierta destreza en el arte de operar mientras estudiaba medicina ayudando en incontables ocasiones a papá y a mi tío Salomón. Poco después de ingresar a la Facultad conocí a Guillermo Badell Atencio, un estudiante venezolano que solía criticarme porque acompañaba a mis parientes médicos a "esos" hospitales de barrio, en lugar de "apuntar más arriba" en la escala profesional. Por su parte había visitado un día al doctor Ricardo Finochietto en el Hospital Rawson, y me sugirió que lo imitara llevando quizás una nota de presentación de mi tío. Así lo hice y el Jefe nos admitió a ambos como estudiantes no graduados en la sección de ortopedia que, según él, era la mejor forma de iniciarnos en cirugía porque conservaba aún la pureza de la técnica operatoria a diferencia de otras especialidades "contaminadas" por la clínica. Antes de recibirme advertí que neurología y psiquiatría eran las materias que me habían atraído especialmente durante mis estudios. No veíamos neurocirugía en el pregrado, y pensé que ese campo podía ser una síntesis donde convergiera mi entusiasmo por operar con el interés que me despertaba el sistema nervioso. Apenas rendí la última materia entrevisté a Germán Dickmann a cargo de esa disciplina en el servicio de Finochietto para que me permitiera observar su trabajo. Comenzó así una dedicación que continuó durante los cuarenta años que siguieron. Severo y autoritario, Ricardo Finochietto mantenía una férrea conducción del servicio. De piel morena aceitunada, sus ojos chispeantes resaltaban en su rostro firme y alargado. Tenía los labios finos, la nariz aguileña, la frente amplia y el cabello lacio y renegrido. Su sola presencia intimidaba. Podía percibir las más ocultas intenciones y captaba todos los detalles de cuanto sucedía alrededor. Siempre usaba sobre el guardapolvo un delantal de cocinero con un bolsillo ancho en el medio donde guardaba papeles que sobraban de otros usos y lápices para hacer dibujos y anotaciones que entregaba a sus colaboradores con sugerencias, órdenes o bibliografía que debían consultar. Hijo de inmigrantes genoveses, tenía fama de tacaño porque había heredado el hábito de ahorrar. Le costaba desprenderse de las cosas pero era capaz de prodigarse con pasión a sus discípulos que lo seguían y respetaban fervorosamente. Después de una mañana agotadora en el Hospital operaba por la tarde en el Sanatorio Podestá o atendía pacientes en su casona de la calle Paraguay al novecientos donde un mucamo yugoslavo oficiaba de conserje y secretario. Entre enfermo y enfermo conversaba con los alumnos que acudían a consultar libros y revistas de su biblioteca permanentemente actualizada. Formado junto a su hermano Enrique compartía con él su preciosismo técnico. Investigaba las maniobras más adecuadas en cada tiempo operatorio para las que siempre utilizaba un instrumento apropiado que, de no existir, creaba inspirándose en modelos de la mecánica, la herrería y la carpintería. Se consagraba especialmente a la formación de cirujanos jóvenes en las diferentes especialidades quirúrgicas. Al cabo de unos años se inclinaban por una y podían tomar su conducción en el servicio. Los que ganaban concursos en otras salas u hospitales originaban nuevos centros de difusión de los conceptos de Finochietto reconocido fundador de una de las escuelas más importantes del país. Los miércoles se hacían sesiones didácticas y se operaba en todas partes, incluso los pasillos, poniendo en jaque a las reglas de asepsia. Decenas de visitantes del interior y del extranjero acudían a escuchar las explicaciones del Jefe que recorría los quirófanos dando instrucciones, haciendo preguntas y aclarando detalles. Se sentía en la plenitud de su vocación de maestro dedicando ocho horas seguidas a la actividad que más lo apasionaba: enseñar. De tanto en tanto dirigía la atención de los asistentes hacia un tema que alguno de los médicos explicaba en detalle con láminas e ilustraciones. A poco de ingresar halagó mi vanidad al indicarme que estudiara un sistema de drenaje de la vejiga que años después incorporó a su libro Técnica Quirúrgica. En los años treinta y cuarenta se había opuesto a los políticos conservadores en la Facultad de Medicina, y sus enemigos acérrimos habían sido Arce y su discípulo Ivanisevich cuya fotografía colgaba de un hilo en el vestuario, una forma pintoresca de hacer que los médicos insultaran a su rival cada vez que se interponía en el camino. El peronismo tampoco gozó de su simpatía al principio hasta que en los años cincuenta la marea se tornó a su favor y le permitieron crear oficialmente la Escuela Quirúrgica Municipal para Graduados en las salas 5 y 6 del Hospital Rawson. A partir de ese momento el régimen le brindó todo su apoyo y fue designado jefe de los servicios médicos de la Fundación Eva Perón con especial encargo de supervisar la instalación de los grandes centros asistenciales y de proveer el instrumental y los recursos humanos para que funcionaran en el más alto nivel. No pudieron comprar su voluntad con un obsequio más valioso ya que se le abrió la posibilidad de trasladar a los confines del país la Escuela Quirúrgica que con tanto esfuerzo había fundado en Buenos Aires. Tres grandes hospitales del conurbano que se llamaron Perón, Evita y Eva Perón, fueron el prototipo de las construcciones médicas de la Fundación. Caracterizados por la monumentalidad edilicia de muchas dictaduras populistas, estas instituciones estaban destinadas a servir a la población de escasos recursos que se deslumbraba con los mármoles, las escalinatas y las columnas palaciegas. Las zonas de internación brillaban por su pulcritud y los quirófanos parecían más bien salones para fiestas que áreas consagradas a la cirugía. Finochietto dedicaba la mayor parte del tiempo a la organización y a la capacitación del personal pero pronto tuvo que afrontar otra cara de la moneda y debió asumir las responsabilidades que le demandó el poder. Eva Perón tenía un cáncer de útero. Por fortuna Finochietto no era ginecólogo, y la conducción del caso estuvo a cargo del doctor Albertelli, un especialista que a su vez propuso contratar al cirujano norteamericano Pack para operarla en Buenos Aires. Finochietto permaneció entre bambalinas y, según comentó más tarde, se limitó a presenciar la intervención y a levantar prolijamente las gasas que se caían al suelo, falta que criticaba severamente en sus alumnos. La muerte de Evita no interrumpió el trabajo del Jefe que continuó en un nivel técnico cargado de connotaciones partidarias. Era un gran maestro de la cirugía pero su prestigio no alcanzó a preservar su imagen cuando la revolución de septiembre de 1955 depuso finalmente a Perón. Lo visité en esos días en el consultorio de la calle Paraguay donde lo encontré casi a oscuras solo y demudado. Lo habían expulsado de su cargo en la Fundación y sacado a empellones del Hospital Rawson. Sólo permanecían a su lado la esposa, el mayordomo yugoslavo y unos pocos discípulos que continuaban junto a él. Le dije que nunca olvidaría lo que hizo por mí y lo abracé por primera y única vez en mi vida. Finochietto continuó operando sus enfermos privados y atendiendo su consultorio hasta que, años después, un día comenzó a quejarse de dolor en la nuca. Se internó entonces en el sanatorio que hoy lleva su nombre donde se atribuyó la dolencia a un problema ortopédico. Luego de una semana no había mejorado por lo que llamaron en consulta a Dickmann, profesor de neurocirugía en la Facultad. Enseguida hizo el diagnóstico de hemorragia cerebral y con una inyección de aire por punción raquídea comprobó que había una lesión que ocupaba espacio en el hemisferio cerebral derecho. Dickmann lo operó ese mismo día en el Sanatorio Anchorena, y la biopsia confirmó que había sangre y alteraciones estructurales en el parénquima nervioso. El enfermo se agravó manifiestamente después de la intervención y, ya en coma, le hicieron una radiografía de las arterias cerebrales, una angiografía, que reveló un aneurisma de la cerebral media cuya ruptura había iniciado la enfermedad. Alguien me contó por teléfono lo que sucedía, y acudí al quirófano donde el profesor intentaba ligar el aneurisma. En las radiografías expuestas en la sala constaté que la lesión se encontraba por detrás de donde había actuado la primera vez. Completó la operación demasiado tarde, Finochietto no recobró el conocimiento y murió al cabo de unos días. No me podía explicar porqué Dickmann había cometido un error tan grosero ya que cualquier neurocirujano hubiera optado por un estudio de las arterias al comprobar la presencia de sangre en la punción lumbar. Nunca habría efectuado una inyección de aire. Dickmann era el titular de la cátedra en Buenos Aires y gozaba de la confianza de la familia y de los amigos del Maestro. La trascendencia del caso y el sentido común le indicaban que sería prudente compartir con otros colegas la responsabilidad de las decisiones. ¿Qué compulsión omnipotente lo llevó sin embargo a asumir por sí solo semejante compromiso? Tiempo después alguien me relató que la madre de Dickmann había muerto también de una hemorragia al soltarse la ligadura de la arteria cística en el postoperatorio de una extirpación de vesícula biliar. La reintervención no alcanzó a salvarle la vida. Curiosamente, el cirujano había sido esa vez Ricardo Finochietto.

Capítulo del libro Memoria de un médico, Alberto Kaplan, Buenos Aires, 1993

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Ricardo Finochietto's Timeline

1888
April 28, 1888
Buenos Aires, Argentina
1962
April 1, 1962
Age 73
Buenos Aires, Argentina
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