How are you related to Roberto Arlt?

Connect to the World Family Tree to find out

Share your family tree and photos with the people you know and love

  • Build your family tree online
  • Share photos and videos
  • Smart Matching™ technology
  • Free!

Roberto Emilio Godofredo Arlt

Birthdate:
Birthplace: Flores, Buenos Aires, Argentina
Death: July 26, 1942 (42)
Buenos Aires, Argentina (heart attack)
Immediate Family:

Son of Karl Arlt and Ekatherine Iostraibitzer
Husband of Elisabeth Mary Shine and Carmen Antinucci
Father of Private and Mirta Arlt
Brother of Lila Arlt

Managed by: Private User
Last Updated:
view all

Immediate Family

About Roberto Arlt

Roberto Arlt. Nacimiento 2 de abril de 1900, Buenos Aires, Argentina Defunción 26 de julio de 1942 (42 años), Buenos Aires, Argentina

Ocupación: escritor, periodista, inventor Género: novela, cuento, teatro

Roberto Emilio Gofredo Arlt,1 conocido como Roberto Arlt (Buenos Aires, 2 de abril de 1900 - ibídem, 26 de julio de 1942), fue un novelista, cuentista, dramaturgo, periodista e inventor argentino.2

Índice

   1 Biografía
   2 Estilo literario
       2.1 Actividad periodística
       2.2 Muerte y legado
       2.3 Dato curioso
       2.4 Obras literarias
   3 Adaptaciones al teatro y al cine
       3.1 Crítica
   4 Una crítica
   5 Referencias
   6 Enlaces externos

Biografía

Roberto se preocupó por crear confusión respecto a la fecha original de su nacimiento encontrándose así en distintas biografías las fechas 2 o 7 de abril de 1900. En su partida de bautismo y en la de nacimiento expedida por el Registro Civil consta como fecha de nacimiento el 26 de abril de 1900. Hijo del prusiano Karl Arlt y de la nacida en Austria Hungría Ekatherine Iostraibitzer, un par de inmigrantes pobres recién llegados al país, su infancia transcurrió en el barrio porteño de Flores. En el ambiente familiar se hablaba alemán, tuvo dos hermanas que murieron de tuberculosis (una a temprana edad y la otra, Lila, en 19363 ). La relación con su padre estuvo signada por un trato severo y poco permisivo o directamente sádico. Roberto Arlt siempre recordó que, cuando él era niño, su padre ante cualquier supuesta falta le decía: «Mañana cuando amanezca te voy a azotar», y Roberto Arlt no podía dormir en casi toda la noche ya que se fijaba en el reloj de su cuarto esperando los golpes que a la madrugada le propinaría el padre. La memoria de su padre aparecerá en futuros escritos. Fue expulsado de la escuela a los ocho años y se volvió autodidacta. Trabajó en un periódico local, fue ayudante en una biblioteca, pintor, mecánico, soldador, trabajador portuario y manejó una fábrica de ladrillos. En 1926 escribe su primera novela El juguete rabioso, a la cual le iba a poner inicialmente como título La vida puerca, pero en esa época Arlt era secretario y luego amigo de Ricardo Güiraldes quien le sugirió que el nombre original La vida puerca sería demasiado tosco para los lectores de ese tiempo. También trabajó de periodista para el diario El Mundo, donde editaría sus famosas Aguafuertes porteñas. Acta de bautismo de Roberto Arlt Estilo literario Roberto Arlt.

En sus relatos se describe con naturalismo y humor las bajezas y grandezas de personajes inmersos en ambientes indolentes. De este modo retrata la Argentina de los recién llegados que intentan insertarse en un medio regido por la desigualdad y la opresión. Escribió cuentos que han entrado a la historia de la literatura, como El jorobadito, Luna roja y Noche terrible. Por su manera de escribir directa y alejada de la estética modernista se le describió como «descuidado», lo cual contrasta con la fuerza fundadora que representó en la literatura argentina del siglo XX.

Tras su muerte aumentó su reconocimiento y es considerado como el primer autor moderno de la República Argentina. Escritores como Ricardo Piglia, César Aira o Roberto Bolaño son herederos directos de algunas de sus búsquedas literarias. Del mismo modo, Cortázar lo consideró su maestro.

A partir de la década de 1930 incursionó en el teatro y en la última etapa de su vida sólo escribió en este género.

Su teatro se estrenó en el circuito de teatro independiente de Buenos Aires, más exactamente en el Teatro del Pueblo, dirigido por Leónidas Barletta. Rompe con el realismo y aborda los problemas de la alienación a través del desdoblamiento de la escena. Sólo El fabricante de fantasmas se estrenó en el circuito comercial, con un gran fracaso. Tras su muerte en 1942, Trescientos millones, Saverio el cruel y La isla desierta han sido las obras más representadas.

Se lo considera como un precursor del teatro social argentino y de corrientes posteriores, como el absurdismo y el existencialismo. Actividad periodística En los talleres, grabado del artista uruguayo Guillermo Facio Hebequer. Su obra va a ejercer una fuerte influencia en Roberto Arlt.

En sus columnas, Arlt describe la vida cotidiana de la capital. Una selección de esos artículos puede encontrarse en Aguafuertes porteñas (1928-1933), Aguafuertes españolas (escritas durante su viaje a España y Marruecos entre 1935 y 1936), Nuevas aguafuertes, etc.

Además trabajó principalmente en la sección policíaca lo que le puso en contacto con el mundo marginal que refleja en 300 Millones, obra con cierto anclaje real.

En 1931 le tocó presenciar el fusilamiento del militante anarquista Severino di Giovanni. Muerte y legado

Roberto Arlt murió el 26 de julio de 1942, en Buenos Aires, de un paro cardíaco. Sus restos fueron incinerados en el Cementerio de la Chacarita y sus cenizas esparcidas en el río Paraná. En la ceremonia de despedida habló el escritor Nicolás Olivari, y el poeta Horacio Rega Molina legó un poema. Al día siguiente el diario El Mundo publicó la última de sus famosas aguafuertes: «Un paisaje en las nubes». El suceso no sonó en los diarios porque entre las noticias se encontraba el desagravio a Jorge Luis Borges, por entonces relegado del Premio Nacional de Literatura.

Lo cierto es que la obra de Roberto Arlt fue duramente criticada durante la primera mitad del siglo XX. Hoy, líderes de opinión fundamentales de la literatura argentina nos cuentan cómo su obra ha llegado a ser un referente tan trascendente. Abelardo Castillo, por ejemplo, nos dice que Arlt significa una lectura obligada para por lo menos las dos últimas generaciones de escritores argentinos, pues redefinió lo temático y lo lingüístico y la relación artista-época. Otros, como Guillermo Saccomanno, lo colocan a la altura de Domingo F. Sarmiento, Lucio V. Mansilla, Julio Cortázar y Rodolfo Walsh, algunos de los cuales confesaron su admiración por el autor. Para el escritor y crítico literario Ricardo Piglia, Arlt inauguró la novela moderna Argentina, con su estilística nueva. Dato curioso

Formó una sociedad, ARNA (por Arlt y Naccaratti) y con el poco dinero que el actor Pascual Naccaratti pudo aportar instaló un pequeño laboratorio químico en Lanús. Llegó incluso a patentar unas medias reforzadas con caucho, que no fueron comercializadas, y al decir de un amigo, «parecen botas de bombero». Obras literarias

Novelas4

   1926 - El juguete rabioso
   1929 - Los siete locos
   1931 - Los lanzallamas
   1932 - El amor brujo

Cuentos4

   1933 - El jorobadito (Buenos Aires, Librerías Anaconda).
   1941 - Viaje terrible (publicado en «Nuestra Novela», año 1, nº. 6, 11 de julio).
   1951 - El criador de gorilas (en Obras de Roberto Arlt, vol. 6, Buenos Aires, Ed. Futuro), ilustrada por Enrique Sobisch.
   1972 - Regreso (Buenos Aires, Ed. Corregidor).
   1940 - El crimen casi perfecto

Teatro4

   1932 - Trescientos millones (Buenos Aires, Ed. Victoria).
   1938 - Separación feroz (diario El Litoral, nº. especial, Santa Fe, 1 de enero).
   1947 - Prueba de amor
   1950 - Saverio el cruel, El fabricante de fantasmas, La isla desierta, 300 millones (en Obras de Roberto Arlt, vol. 9, Buenos Aires, Ed. Futuro).
   1952 - El desierto entra en la ciudad (Buenos Aires, Ed. Futuro).

Teatro estrenado4

   1930 - El humillado (capítulo de Los siete locos).
   1932 - Trescientos Millones
   1936 - Saverio el cruel
   1936 - El fabricante de fantasmas
   1938 - África
   1938 - La isla desierta
   1940 - La fiesta de hierro
   1952 - El desierto entra en la ciudad (farsa dramática en cuatro actos, escrita en 1942. Prólogo de Mirta Arlt. Buenos Aires, Editorial Futuro, 1952, p. 102).

Aguafuertes4

   1933 - Aguafuertes porteñas
   1936 - Aguafuertes españolas (primera parte, Buenos Aires, Talleres Gráficos Argentinos).

Ediciones posteriores4

   1960 - Nuevas aguafuertes porteñas (Buenos Aires, Hachette).
   1973 - Aguafuertes porteñas (Buenos Aires, Losada).
   1975 - Nuevas aguafuertes porteñas (Buenos Aires, Losada).
   1969 - Entre crotos y sabihondos (Buenos Aires, Edicom).
   1969 - Cronicón de sí mismo. El idioma de los argentinos (Buenos Aires, Edicom).
   1969 - Las muchachas de Buenos Aires (Buenos Aires, Edicom).
   1971 - Aguafuertes españolas (Buenos Aires, Compañía General Fabril).
   1981 - D. C. Scroggins, Las aguafuertes porteñas de Roberto Arlt, recopilación, estudio y bibliografía (Buenos Aires, Ediciones Culturales Argentinas).

Obras completas4

   1951 - Obras de Roberto Arlt (Buenos Aires, Ed. Futuro).
   1981 - Obra completa (prefacio de Julio Cortázar, 2 vols., Buenos Aires, Carlos Lohlé).

Adaptaciones al teatro y al cine Emblemática foto de Roberto Arlt desde un balcón de Buenos Aires.

También se realizaron puestas en escena a partir de algunos de sus textos narrativos y El juguete rabioso, Los siete locos.

En relación con la adaptación cinematográfica y televisiva se destacan las siguientes obras audiovisuales:

Cine

   300 Millones, de Simón Feldman.
   Los siete locos. Director: Leopoldo Torre Nilsson, 1973.
   Saverio el cruel. Director: Ricardo Wullicher.1977.
   El juguete rabioso. Director: José María Paolantonio, 1984.
   El juguete rabioso. Director: Pablo Torre, 1998

Televisión

   Noche terrible, adaptación del cuento homónimo. Dirección: Rodolfo Kuhn, 1967.
   Pequeños propietarios (1974).
   Noche terrible (1983).
   Prueba de amor, dirigida por Laura Bro (1972).
   300 Millones (Carlos Muñoz (S/F).
   El jorobadito y Noche Terrible, Alejandro Doria (1996).
   El juguete Rabioso, Javier Torre, 1998.

Crítica

   Carbone, R. (2007) Imperio de las obsesiones. Los siete locos de Roberto Arlt: un grotexto. Bernal: Universidad Nacional de Quilmes
   Córdoba Iturburu (1932) El teatro del pueblo y Trescientos Millones. EN: Arlt, R. Trescientos Millones, Buenos Aires, Raño.
   Facelli, L. (1988) Las condiciones de producción del diálogo en Trescientos millones de Roberto Arlt. (inédito).
   Facelli, L. (1992) Imaginario del siervo en Trescientos millones de Roberto Arlt. (Presentado al III Encuentro IITCTL, Santiago de Chile, 1992).
   Facelli, L. (1994) El espacio otro en el otro espacio de Roberto Arlt: Trescientos millones. Actas IV Encuentro IITCTL, Ciudad de México, 1994 (en prensa).
   Fernández Toledo, G. (1983) La isla desierta: una metáfora clausurada. EN: Estudios filológicos, n. 18, p.46-57.
   Foster, D.W. (1977) Roberto Arlt's La isla desierta; a structural analysis. EN: Latinamerican Theatre Rerview, 11(1).
   Martini, S. (1991) El teatro de Roberto Arlt; una aproximación al fenómeno de la recepción. EN: Cuadernos de investigación del San Martín, 1(1), p.118-128.
   Ordaz, L. (1983) La dramática renovadora de Roberto Arlt. EN: Hispanorama, Bremen, Universidad de Bremen.
   Odraz, L. (1987) Las máscaras dramáticas de Roberto Arlt. EN: Revista de estudios de teatro, 6(15)p. 3-14.
   Pellettieri, O. ed. (2006) Teatro del pueblo, una utopía realizada. Buenos Aires, Galerna, 2006.
   Pellettieri, O. ed. (2000) Roberto Arlt; dramaturgia y teatro independiente. Buenos Aires, Galerna, 2000.
   Prieto, A. (1963) La fantasía y lo fantástico en Roberto Arlt. EN: Boletín de literaturas hispánicas, n.5, p.5-18.
   Rela, W. (1980) Argumentos renovadores de Roberto Arlt en el teatro argentino moderno. EN: Latinamerican Theatre Review, 13(2)p. 65-71.
   Russi, D. (1990) Metatheatre: Roberto Arlt's vehicle toward the public's awarness of an art form. EN: Latinamerican Theatre Review, 24(1), p. 65-75.
   Sagaseta, E. - Schinin, A. (1993) ed. Trescientos millones. EN: Un acercamiento al proceso creador en el teatro; cómo lo hacemos, ciclo 1992. Buenos Aires, TMGSM.
   Sillato de Gómez, M. (1989) Lo carnavalesco es Saverio el cruel. EN: Latinamreican Theatre Review, 22(2), p. 101-109.
   Troiano, J. (1978) Cervantinism in two plays by Roberto Arlt. EN: American Hispanist, 4(29),p. 20-22.
   Troiano, J. (1976) The grotesque tradition and the interplay of fantasy and reality in the plays of Roberto Arlt. EN: Latinamerican Literary Review, v.4, p.7-14.
   Troiano, J. (1974) Pirandellism in the theatre of Roberto Arlt. EN: Latinamerican Theatre Review, 8(1),p. 37-44.
   Troaino, J. (1979) Social criticism and the fantastic in Roberto Arlt's La fiesta del hierro. EN: Latinamerican Theatre Review, 13(1), p.39-45.

Una crítica

En Megáfono, n.º 9 (1931), revista dirigida por Sigfrido Radaselli, Edwin Rubens y Víctor Max Wullich, hay un comentario sobre Los lanzallamas, de Robert Arlt, firmado por un tal Lisandro Alonso:

   Curiosa es la posición que dentro del mundillo literario que ocupa Roberto Arlt nos permitimos hablar así porque no somos señores enfáticos, sino simples lectores que hemos adquirido su libro en una esquina un poco de voluntad propia y otro poco acaso por inercia. Sus apresuradas notas diarias en El Mundo le han dado una popularidad de la cual él se jacta pero que por sí misma no tienen nada envidiable, sin duda. De allí ese prejuicio con que cortamos el año pasado los primeros pliegos de Los siete locos creyendo encontrar una serie anodina de «aguas fuertes [sic, por aguafuertes] porteñas», donde solo había un libro desconcertante, muy superior a ellas, con todos sus infinitos defectos, muy superior a ellas, porque servía para revelar en Arlt algo que las notas no deja de ver nunca.5

Referencias

   Saítta, Sylvia. «El nombre secreto de Roberto Arlt: hallaron su partida de bautismo», diario Clarín, 27 de julio de 2011. Consultado el 27 de octubre de 2013.
   «Roberto Arlt». Literatura.org. Consultado el 7 de octubre de 2009.
   Roberto Arlt, Biography:Roberto Arlt
   Arlt, Roberto (1999). Rita Gnutzmann, ed. El juguete rabioso (4a. edición). Madrid, España: Cátedra: Letras hispánicas. pp. 79–81. ISBN 84-376-0511-3.
   Reproducido por Página/12.

Enlaces externos

   Colabora en Commons. Wikimedia Commons alberga contenido multimedia sobre Roberto Arlt.
   Wikisource contiene obras originales de o sobre Roberto Arlt.
   Literatura Argentina Contemporánea
   Roberto Arlt en el Centro Virtual
   Cervantes Virtual
   Sololiteratura
   Aguafuertes porteñas
   Esperanza López-Parada, Reseña de Los siete locos y Los lanzallamas, ABC Cultura

""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""

5 diciembre, 2006 El centenario de Roberto Arlt: Escribir como quien tira puñetazos a la mandíbula de un rival Filed under: Escritos sobre los autores — Administrador @ 8:55 pm

caricatura arltPor Verónica Abdala

Página 12 – 23 de Abril de 2000

La crítica oficial de la primera mitad del siglo XX lo ninguneó. A partir de los ‘50, su obra empezó a ser revalorizada. Hoy es considerado uno de los grandes sin discusión de la historia de la literatura argentina. Abelardo Castillo, Guillermo Saccomanno, Ricardo Piglia y Noé Jitrik explican por qué Arlt es imprescindible.

“¿Qué hacemos con un genio casi analfabeto a quien le salían novelas como Los siete locos, cuentos como ‘El jorobadito’, ‘Las fieras’, ‘Luna roja’ o ‘El traje del fantasma’ y obras de teatro como El desierto entra en la ciudad, Saverio el cruel, La isla desierta? O admitamos que es algo así como el Mahoma de nuestro tiempo (ya se sabe que Mahoma nunca aprendió a leer, lo que no le impidió dictar el Corán) o nos decidimos de una vez a examinar más de cerca nociones como cultura y literatura cuando se habla de él.” La definición de Abelardo Castillo parece resumir lo que Roberto Arlt significa para por lo menos las dos últimas generaciones de escritores argentinos: un hombre que obliga a redefinir las bases de la literatura nacional. Desde el punto de vista temático y lingüístico, pero sobre todo en la relación entre el artista y su época. En palabras de Noé Jitrik: “Después de Arlt, es imposible desentenderse de lo que a uno le toca en relación con lo que describe. Hacer eso sería traicionar finalmente la tarea, y por cierto desvirtuar lo que se quiere decir”. Para el escritor y crítico literario Ricardo Piglia, “Arlt lisa y llanamente inaugura la novela moderna argentina. Porque tiene una decisión estilística nueva, quiebra con el lenguaje de ese momento. Es el primer novelista argentino, y el mayor, por donde se lo mire. Si la familia de escritores de cada uno se elige, elijo a Macedonio como padre y a Arlt como hermano mayor”. Guillermo Saccomanno, sobre cuya formación Arlt tuvo una influencia decisiva, lo explica de este modo, en diálogo con Página/12: “Para todos los escritores de mi generación y los de la anterior, él es una referencia obligada. Para mí, leer El juguete rabioso a los 15 años fue no sólo el descubrimiento de la literatura, sino además el descubrimiento de la ciudad y del conflicto del tipo solo en la ciudad. Pienso que es El Gran Escritor Argentino, ni más ni menos, junto a Sarmiento, Mansilla, Cortázar, Walsh. Es nuestro Dostoievski”. Castillo tiene claro que su influencia “es central en la literatura argentina contemporánea” y que de alguna manera su obra “es el único parámetro que habilita a medir la grandeza de un escritor”. “La inmensidad de su influencia se revela en la medida y la manera en que su obra subyace en la obra de los otros escritores”, afirma Castillo. “En el caso de Arlt, su influencia se nota en la obra de todos los grandes de la actualidad e, incluso, en la de sus contemporáneos. El cuento ‘El indigno’ de Borges, por ejemplo, no es más que una reescritura de El juguete rabioso. Nuestra generación, sencillamente saqueó el talento de Arlt. Lo más llamativo en él es su extraordinaria tensión espiritual, el alma de su escritura.” La grandeza de Arlt, sin embargo, no se comprende si se deja de lado que “definitivamente, no fue sólo un escritor de escritores, sino, fundamentalmente, como un escritor para la gente”. En los antípodas de muchos de los escritores nacionales de la primera mitad de siglo de raigambre aristocrática o apellido tradicional –Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Victoria Ocampo, Silvina Bullrich, Leopoldo Lugones, etc.–, Arlt provenía de una familia de inmigrantes de clase media baja que, además, nunca llegó a hablar del todo bien el español. Acaso su origen explique su tendencia permanente a darle voz a los desclasados y a rechazar de plano cualquier tipo de conformismo, actitud que se percibe en su escritura, en su actitud ante la vida. Saccomanno primero se resiste y luego acepta contrastar su estilo con el de Borges. “Arlt y Borges son dos maneras de entender la literatura, que se ubican en los antípodas. La de Arlt es una escritura absolutamente combativa desde el punto de vista ideológico-político, subversiva, mientras que en este sentido la de Borges es totalmente light, porque privilegia la forma por sobre el contenido.” En relación con las diferencias, de forma y de fondo, que mantienen Arlt y Borges, Piglia pensó lo siguiente: “Unir y mezclar a Borges y a Arlt es una de las utopías de la literatura argentina, pero eso no es posible, aunque el intento de la cruza está en Cortázar, en Marechal, muy nítido en Onetti. (…) Un escritor puede quebrar la estructura de las palabras, mezclar diversas lenguas, atomizar el lenguaje, pero en algún lado debe mantener la unidad. Yo creo que Arlt es uno de los pocos que marca su estilo a partir de la mezcla, del entrevero, a diferencia de Borges, que más bien es el descarte, la precisión”. Buena parte de los personajes de El juguete rabioso, Los siete locos, Los lanzallamas y Las fieras, como muchas de las geografías de las acciones que narra su autor, son marginales. En otras palabras, Arlt describe el mundo desde los márgenes. Y lo suyo no es una pose: su vida entera transcurre de ese lado de las cosas. Miembro de una clase que, en la primera mitad del siglo XX sentía que su situación declinaba invariablemente, trasladó ese sentimiento descorazonado a las páginas de la mayor parte de sus libros y al carácter de muchos de sus personajes. “Para ellos no hay nada que hacer: Buenos Aires es una enorme campana indiferente donde en cuestión de horas, más o menos, todos esos infelices serán exterminados”, escribió Jitrik. Arlt se mantuvo al margen de los círculos literarios durante años y debió luchar en vida contra los prejuicios de quienes le criticaban su supuesta “incultura” y la “desprolijidad” e “incorrección” de su escritura (ver aparte un texto suyo al respecto). Se podría decir que, en más de un sentido, era un ousider. Para los investigadores de su vida el propio escritor era, por distintos motivos, bastante afecto a cultivar la imagen del gran incomprendido. Sylvia Saítta, por ejemplo, afirma en la biografía El escritor en el bosque de los ladrillos, que acaba de publicar Sudamericana, que las expresiones de Arlt del tipo “se dice que escribo mal” o “yo no tengo la culpa de llamarme Arlt” no hacen sino “consolidar en su reiteración la imagen del escritor nunca felizmente reconocido por sus pares y por la crítica, cuyos valores estarían más allá de una escritura desprolija, llena de imperfecciones”. Acaso, Arlt adelantaba: si en su época lo criticaban, y mal, desde la década del 50, con las relecturas de la historia oficial de la literatura, su figura se agiganta, al punto de que en la actualidad es casi un profeta de las letras argentinas, y su obra, cuyo valor muy pocos se atreverían a cuestionar, se lee con devoción. Prestigiosos intelectuales reivindican desde hace décadas la necesidad de revalorizar su obra –entre ellos Raúl Larra, Ricardo Piglia, David Viñas, Oscar Massota y Noé Jitrik– y su nombre es recordado (y seguramente reverenciado) cada vez que un lector se deja cautivar por sus libros o por alguna de sus dos mil Aguafuertes que publicó entre 1928 y 1942, el año de su muerte, en el diario El Mundo. “Fueron esos artículos los que lo ubicaron rápidamente en la categoría de escritor popular”, explica Castillo, para quien el triángulo de los grandes de esa generación está conformado por Borges, Arlt y Marechal. Sin embargo, aquella postergación durante su vida sigue operando de modo tal que Arlt no ha salido del lugar del maldito por excelencia de las letras argentinas. Una mirada objetiva, si es que existe, podría subrayar que este hombre que se ganaba la vida como periodista y cometía algunos errores de ortografía supo sintetizar en su obra literaria, como nadie, el desencanto de las clases medias urbanas de la Argentina de los años ‘20 y ‘30. Los argentinos imposibilitados de cumplir sus sueños, para quienes el orden social es el velo que pretende ocultar la desigualdad, desfilan por su obra como desfilan por la de Borges compadritos arquetípicos, figurones inventados o personajes extraídos de la historia universal de la literatura. Arlt escribió volúmenes de cuentos (“El jorobadito”, “El criador de gorilas”), novelas (Los siete locos, El juguete rabioso, Los lanzallamas, El amor brujo), una docena de obras de teatro (Trescientos millones, de 1932; Saverio el cruel, de 1936; La isla desierta, La fiesta del hierro, entre otras) y artículos y columnas periodísticas, en El Mundo, Mundo Argentino, El Hogar y Crítica, entre otros medios gráficos. Se ganó un lugar en la historia, como él decía, por “prepotencia de trabajo”. Creía que su obligación era escribir libros que encerraran “la violencia de un cross a la mandíbula” y se burlaba de los literatos de extracción aristocrática que suponían que detentaban la cultura como parte de su herencia de clase. Roberto Arlt, el segundo de tres hermanos, nació con el siglo, el 26 de abril del 1900, en el barrio de Flores, fruto de la unión de Karl Arlt, un alemán con aspecto rudo, y su esposa, Ekatherine Iobstraibitzer, una campesina austríaca que en sus más secretas fantasías soñaba con tener como marido a un músico como Wagner o a un filósofo como Nietzsche. No queda claro por qué él se hacía llamar Roberto Godofredo Christophersen Arlt, si ése no era su verdadero nombre. Tampoco por qué cambiaba la fecha de su nacimiento en los reportajes (decía alternativamente haber nacido el 2, o el 7 de abril), generando una confusión que hasta hoy perdura, pese a que es sabido que en su libreta de nacimiento está fechada el 26 de abril su llegada al mundo. Lo cierto es que la posibilidad de narrar lo fascinó desde la infancia. Contaba sólo 8 años cuando vendió, por cinco pesos, su primer cuento: en ese sentido, se jactaba de haber batido un record. Muchas de sus experiencias infantiles sirvieron de materia prima para El juguete rabioso, obra que reúne, según él mismo se encargó de aclarar, algunas de sus más preciadas experiencias juveniles. A los veintiséis años, seis después de conocer a Carmen Antinucci, la mujer que se convertiría en su primera esposa, publicó la novela (el mismo año en que se publicaría Don Segundo Sombra, de Ricardo Güiraldes). Durante cuatro años, El juguete… había sido rechazada por distintas editoriales. La única hija de su primer matrimonio, Mirtha Arlt, que nació en 1923, explica en el prólogo de una de las ediciones de su obra: “La revolución rusa, la Tercera Internacional, el arresto de Trotski en lo político, Tolstoi y Dostoievski en lo literario, son el caldo de cultivo que alimenta sus lucubraciones, en ese momento. Aquí comienzan verdaderamente sus andanzas como periodista y escritor”. Aunque los comienzos no fueron fáciles –debió trabajar alternativamente como aprendiz de pintor, ayudante de hojalatero, mecánico, vulcanizador, editor de un “periodicucho” y trabajador del puerto–, nunca se desvió de su propósito original. “Sobre todas las cosas –escribió en El juguete rabioso– deseaba ser escritor.” En sus últimos años se jactaba de haber escrito sus libros entre un trabajo y otro. En general, los escribía en los pocos ratos que le quedaban libres. En una oportunidad contó: “El jefe de redacción del diario ha pasado un día a las 9 de la mañana por la redacción, otro a las 3 de la tarde y otro a las 9 de la noche, y me ha encontrado siempre rodeado de papeles, hecho un forajido, con barba de siete días, tijera descomunal sobre el escritorio y un frasco de goma agotándose. Entonces, se ha detenido frente a mí, diciéndome: ‘¿Se puede saber qué hacés? Escribís todo el día y no entregás una nota sino cada muerte de obispo. He tenido que contarle: ‘Querido jefe, confieso que aquí comienzo y termino mis novelas’”. En 1927 se incorporó como cronista policial al diario Crítica (“Yo era uno de los cuatro encargados de la nota carnicera y truculenta que estaba obligado a hacer un drama hasta de un simple e inocuo choque de colectivos”, relataría años más tarde), y pocos meses después a El Mundo, en donde publicaría hasta su muerte las famosas Aguafuertes. El recuerdo del día en que se publicó su primera columna lo acompañó durante toda la vida: “¡Cuántas preocupaciones cruzaron por mi mente aquel día!”, relataba. “Me había confeccionado una lista de lo que creía debían ser los temas a desarrollar en las columnas, diariamente. Logré reunir argumentos para 22 aguafuertes. Con qué emoción me preguntaba entonces: cuando se agote esta lista de temas, ¿de qué escribiré?” Está claro que encontró la forma de que su lista de temas no se agotara, considerando que escribió artículos durante catorce años. Esos artículos periodísticos fueron posteriormente reunidos en los libros Aguafuertes porteñas (1933) y Nuevas Aguafuertes porteñas (1960). Durante los años posteriores, también escribiría en Mundo Argentino y El Hogar. Sus obligaciones como columnista en el diario El Mundo se vieron únicamente interrumpidas durante dos meses de 1929: en ese tiempo terminó su segunda novela, Los siete locos, que se publicó a fin de año. Los lanzallamas se editó dos años después, en 1931, y El amor brujo, muy poco tiempo después, en 1932. Más allá de sus evidentes diferencias, las novelas comparten algunos elementos en común. Varios de los personajes de sus ficciones, por ejemplo, “viven en una actitud de espera romántica por lo irracional, en una espera angustiada de ‘algo’ que los sumerge en la inquietud y que los hace circular a través de los días como sonámbulos”, en palabras de su hija, que se dedicó a prologar y estudiar la obra de su padre. Cuando en una oportunidad un periodista lo interrogó sobre el origen y la naturaleza de sus personajes, Arlt respondió: “Lo único que sé es que un personaje se forma en el subconsciente de uno, como el niño en el vientre de una mujer. Que estos personajes tienen a veces intereses contrarios a los planes de la novela, que realizan actos tan estrafalarios que uno como hombre se asombra de contener tales fantasmas. En síntesis, uno trabaja de componer novelas, soñar y andar a las cavilaciones con monigotes interiores”. También admitió que modelar estos personajes era para él una forma de comprobar si “el modo A, B o C de vivir” podrían enseñarle qué era eso llamado felicidad. “Sus personajes son maravillosos”, opina Castillo. “La arruinaba únicamente cuando se quería hacer el pituco o el español y modificaba las expresiones lingüísticas: escribía ‘doncella’ en lugar de muchacha o palabras como ‘encristalado’, ‘sentóse’, soliloquio, etc… Es obvio que su capital no era ése, sino precisamente lo que hacía cuando tomaba al idioma por las astas y para utilizarlo tal cual lo usan los argentinos. Su enseñanza es doblemente valiosa, en este sentido: nos enseñó lo que hay que hacer y lo que no.” En los últimos años de su vida se estrenaron algunas de sus obras de teatro más famosas: Trescientos millones (1931) –inspirada en un caso de suicidio que le había tocado cubrir para el diario Crítica– , Africa, en 1938, La fiesta del hierro, en 1940, año en que se casó con su segunda mujer, Elizabeth Mary Shine, y El desierto entra en la ciudad, en 1942. “Esa parte de su producción, que incluye también obras como Prueba de fuego, Saverio el cruel, y El fabricante de fantasmas, a mí me fascina especialmente, y está poco difundida”, advierte Castillo. Por esos mismos años patentó uno de sus inventos más famosos: se sabe que, como varios de sus personajes, era un fantaseoso inventor, que soñaba con llegar a hacer dinero con sus muchas veces insólitas creaciones. Las medias de mujer “irrompibles” con puntera de caucho, que en opinión de uno de sus amigos más realistas “se parecían a unas botas de bombero antes que a unas medias de mujer”, y en la de su segunda esposa a “una piel de pescado”, aparecieron en 1942, pero, previsiblemente, no tuvieron el éxito que él ansiaba. El mismo destino corrieron los puños de metal para camisa, destinados a retrasar el desgaste de las prendas, y la rosa galvanizada –pensada para resistir el paso del tiempo–, que hubieran sido olvidadas completamente si no fuera por la fama que alcanzó su creador. El escritor sobre el que otro escritor, Augusto Roa Bastos, escribió “Más que acercarse a una victoria, fue un artista que demoró heroicamente la derrota”, murió de un paro cardíaco el domingo 26 de julio de 1942, en el cuarto de una modesta pensión del barrio de Belgrano. Quizá, en esos momentos, sintió lo mismo que el día en que expresó: “Algún día moriré y los trenes seguirán caminando, y la gente irá al teatro como siempre y yo estaré muerto para toda la vida”. “¿Qué hora es?”, le preguntó su segunda esposa, embarazada de seis meses, sin sospechar que el final se acercaba. “No sé”, contestó él, acaso con la intuición de que cualquiera de las que pronunciaba entonces podían llegar a ser sus últimas palabras. Afuera, la lluvia le lavaba la cara a Buenos Aires. Como completando una historia circular, tres meses después de su muerte, nació su hijo, a quien su madre anotó con el mismo nombre de su padre. Y fue como un eco de lo irrepetible. En la actualidad, Roberto Arlt (hijo) visita a su madre, Elizabeth Mary Shine, de 87 años, todos los sábados, en la residencia para ancianos en la que se encuentra alojada desde 1994.

""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""
Roberto Arlt: Dostoievski duerme en el Mar del Plata Publicado el marzo 12, 2013 por nevillescu 1 comentario Valdemar reedita, por primera vez en nuestro país en un solo volumen, el díptico de novelas escritas por Roberto Artl, Los 7 locos y Los Lanzallamas. Ambos títulos son en realidad una única novela publicada en dos partes en 1929 y 1930 respectivamente. Obra de culto en Argentina, donde su autor Roberto Artl ha merecido los elogios de escritores como Ricardo Piglia, Cesar Aira o Julio Cortazar, entre otros, es un buen momento para (re) descubrir unas de las narraciones fundamentales en lengua española del pasado siglo.

Retrato de Art

«Mirada desde las alturas de la razón, toda la vida se parece a una enfermedad maligna y el mundo a un manicomio».

Goethe

Roberto Godofredo Christophersen Artl, vio la luz en la ciudad de Buenos Aires, en el humilde barrio de Flores, en el año 1900. Era hijo de una pareja de emigrantes: Karl Artl, germano nacido en Posen, de profesión soplador de vidrio, y de Catalina Iosbstraibitzer, oriunda del Tirol y de lengua italiana. Artl pertenece a esas primeras generaciones de argentinos que intentaban abrirse paso en la encrucijada de una ciudad en plena expansión, erosionada por la lucha de clases y las contradicciones sociales y políticas. Sin apenas formación, abandona o más bien es expulsado de la escuela a los ocho años. Artl es un autodidacta, que se convierte en un voraz lector de todo tipo de lecturas. Ejercerá en su adolescencia y juventud todo tipo de oficios: hojalatero, pintor de brocha gorda, mecánico, vendedor de papel, operario en una fábrica de ladrillos y estibador en el puerto. La perpetua aspiración de su corta vida, fallece en 1942, es ser un inventor de éxito. Pero sus esfuerzos, algunos de los cuales fueron un máquina de prensar ladrillo, ya inventada, y unas medias femeninas, presuntamente irrompibles, que asemejaban unas botas de bombero, no consiguieron repercusión. Será por ello que escogerá la literatura como medio de vida. La escritura es enfocada por Artl como un trabajo, no como una veleidad artística. Un duro ejercicio pleno de esfuerzo, sudor de tinta y dedos lacerados por machacar las teclas de la maquina de escribir.

01062010155434hdDesempeñará el periodismo, escribiendo para el periódico bonaerense El Mundo, la columna diaria, Aguafuertes Porteñas, un perspicaz retrato de la vida del Buenos Aires de entreguerras , que ha devenido en clásico de la prensa escrita. Debuta en la novela en 1926 con una obra que iba a llamarse inicialmente La vida puerca. Pero su amigo, el escritor Ricardo Güiraldes, del cual Artl había sido secretario, le disuadió de emplear dicho título, y pasó a denominarse como El juguete Rabioso. Con ecos de la novela picaresca y la obra de Pío Baroja, autor del que Artl afirmaba leer todos los días cincuenta paginas, El juguete rabioso, inaugura para Ricardo Piglia la auténtica novelística argentina contemporánea, retratando una áspera realidad urbana que determina el siglo XX, renunciando a la tradición gauchesca del Martin Fierro de José Hernández, continuada por autores como el propio Güiraldes y orillando el cosmopolitismo europeizante de autores que, en el fondo, son de tradición decimonónica, como, siempre según Piglia, el mismísimo Jorge Luis Borges.

El juguete rabioso ya revela la personalidad literaria de Artl. Un autor inclasificable, al margen de las dos tendencias que regían la literatura argentina en aquellos años. La vanguardia esteticista del grupo de Florida contrapuesta a la narrativa de corte social de la escuela de Boedo. Según sus detractores, la obra de Artl revela a un escritor chirriante, tosco, semi analfabeto e ignorante de las reglas de la gramática castellana. A ello, Jesús Palacios en su prologo para la edición de Valdemar , responde: «De Artl- como de Baroja, como de Lovecraft- se dijo y se dice que escribía mal. ¡Ojalá hubiera más que escribieran tan mal como él!». Y tiene toda la razón, pues como afirmó Borges en una ocasión, «[Roberto Artl] era un gran escritor que escribía mal». Qué importa que el estilo del escritor argentino sea heterodoxo. Su prosa destaca por la poesía surrealista de los vocablos, por su afinado oído hacia la poliédrica lengua urbana de la populosa Buenos Aires, integrando el cocoliche – hibrido de castellano e italiano frecuentado por los numerosos inmigrantes oriundos de la patria de Dante- ; galicismos; el lunfardo – sobre el que, irónicamente, Artl afirmaba desconocer, por no dominar lenguas extranjeras-; neologismos técnicos y construcciones verbales inspiradas por el ángel de lo singular. Todo ello rezumando una fuerza expresiva que según sus propias palabras, buscaba la violencia de un puñetazo en la mandíbula.

Roberto Artl se alinea en la estirpe de creadores para los que, parafraseando a Chesterton, la gran literatura es un lujo, pero la ficción una necesidad. Lejos del esteta burgués o del farisaico humanista que trata de mejorar el mundo asentado en su confortable palacete, el escritor argentino perseguía en su obra la comunicación directa con sus lectores, dispersando un torbellino de acción y emoción desbordada. No se lee la narrativa de Artl, se la SIENTE, como una incursión en el corazón de las tinieblas que nos conmueve e inquieta y nunca nos deja indiferentes.

_visd_0000JPG0HZMCCultivará de manera prolífica el relato corto en narraciones donde se desnuda el lado oscuro de las relaciones entre los sexos. Las vivencias de las clases marginales- hampones, prostitutas, macarras, pequeños delincuentes-, que conocía muy bien por su labor de periodista en la crónica de sucesos. O el fracaso existencial del ser humano, imbricando acentos naturalistas, costumbristas, fantásticos, siempre caracterizados por una tonalidad bizarra y excesiva. Hará incursiones, asimismo en la escena teatral, restringidas a circuitos independientes, con obras como 300 millones, Saverio el cruel o La isla desierta, que sus exegetas apuntan como precedentes del existencialismo francés o el teatro del absurdo.

Pero sin duda, su obra maestra es la novela Los siete locos y su continuación Los Lanzallamas. La trama tan rica en incidencias y personajes alucinantes y alucinados desmerece en un pobre resumen. Pero en síntesis es la tragedia de un hombre humillado y ridículo, Remo Erdosain, insignificante oficinista cuya existencia es un rosario de humillaciones y mezquinas derrotas. Abandonado por su esposa, inventor fracasado y lacerado por el recuerdo de un padre tiránico, Erdosain es casi un alter ego del propio Artl. Alienado habitante en una deshumanizada capital de Buenos Aires, su desesperación por no ser nadie, un individuo que no es otra cosa que un cero dentro del infinito, le llevará a desear alcanzar su realización personal a través del crimen y el delito. Dicha determinación le hará entrar a formar parte de una delirante organización secreta dirigida por El Astrólogo, misterioso personaje auto calificado como «manager de locos», que propugna un disparatado sincretismo de mística luciferina, ambiguo credo revolucionario, práctica delictiva y terrorismo de masas. Erdosain se unirá a la peculiar cruzada de El Astrólogo, farsante que, en realidad, como todo agitador que se precie, no cree en lo que prédica, cuyo objetivo es un esperpéntico golpe de estado que pretende apoderarse de la capital de Argentina a la que ahogará con gases venenosos diseñados por Erdosain, y financiados por los burdeles que dirige El Rufián Melancólico, proxeneta misógino y despiadado y, sin embargo, dolorido huérfano de esa faceta que nos hace humanos y que con tanta facilidad perdemos.

Feodor Dostoyevsky

Es perceptible la herencia de las lecturas apasionadas de la obra de Feodor Dostoyevski, del cual se ha dicho muchas veces que Artl era un discípulo salvaje. El carácter de Erdosain recuerda al Raskolnikov de Crimen y Castigo y al anónimo protagonista de Las memorias del subsuelo. El Astrólogo y su caterva de orates que pretenden asaltar los cielos guardan filiación con los protagonistas de Los demonios. Hasta hay toques a El doble, en el personaje del primo de la esposa infiel, Barsut, especie de perverso reflejo invertido de Erdosain, dominado por la envidia y el resentimiento en una suerte de Yago porteño. Pero en el universo artliano hay mucho más que la impronta del gran escritor eslavo. El autor argentino era una especie de escritor posmoderno avant la lettre, capaz de yuxtaponer los mas variados géneros de la novela. La trama tiene acentos de los folletines de aventuras y misterio, a los cuales Artl era muy aficionado con especial predilección por Ponson du Terrail. Así, las rocambolescas incidencias de la novela pudieran muy bien estar extraídas de las narraciones y seriales cinematográficos de Fantomas o el Mabuse de Fritz Lang. Agitado y revuelto con situaciones melodramáticas procedentes de las narraciones de Carolina Invernizzio, suerte de Corin Tellado de la época o de las radionovelas de corte sentimental. A esto se une un naturalismo sórdido que casi prefigura la eclosión de la serie negra en la narrativa latinoamericana, que desemboca en un surrealismo bizarro engalanado por una galería de seres grotescos más fuertes que la vida: El Buscador de Oro, La Coja, Ergueta, El Mayor, El Rufián Melancólico, Barsut, el Astrólogo…Personajes inolvidables que constituyen una polifónica colección de las voces de la aberración y el delirio a los que puede llegar la condición humana. Todos ellos, como el propio Erdosain, son, de forma ambivalente, idealistas y canallas; abyectos y sublimes; repelentes y cercanos. En definitiva, impostores que practican la verdad de las mentiras, que solo la auténtica gran literatura, independientemente de que este “bien o mal escrita”, puede transmitir.

La historia se relata en impactante sucesión de distintos registros narrativos. Una inclemente descripción en tercera persona se combina con un atormentado monólogo interior de los personajes que deriva hacia una poética que bordea el género fantástico. Hay momentos que marcan a fuego al lector desprevenido, como la muerte de El Rufián Melancólico, asistido por una fantasmagórica aparición de la Parca, entrevista como una madre bondadosa que viene a aliviar el alma agonizante del malhadado hijo de la fortuna. O la aparición del extraño visitante que Erdosain cree recibir, ataviado como un combatiente víctima de los vapores venenosos del hades de las trincheras de la gran guerra. Espectro, que pudiera ser ese dios desconocido que parece ignorarnos, y que provoca una de las más doloras confesiones de toda la literatura contemporánea.

Anteriormente ya habíamos apuntado que la obra del autor de Los Siete Locos, era remarcable por su atmósfera urbana. La ciudad de Buenos Aires es entrevista como un escenario hostil, asfixiante y viscoso, casi con ribetes de distopía de ciencia ficción. Un macrocosmos donde, en palabras de Jorge Rivera, se amalgaman y contraponen lo duro, lo gaseoso y lo eléctrico. Especie de vampiro o entidad caníbal que engulle y disipa a los perdedores en la implacable lucha por la vida.

Escritor visceral y en carne viva, Artl era igualmente capaz de practicar un rudo discurso intelectual en su obra. Los monólogos y discursos del Astrólogo irradian huellas del pensamiento de Nietzsche, Spengler o Max Stirner. Pero, sobre todo son una advertencia satírica acerca de las múltiples mácaras de los totalitarismos-fascismo, estalinismo, capitalismo salvaje, colonialismo económico- que devoran los tiempos modernos que sufren Erdosain y sus compañeros de viaje. La angustia, casi metafísica, que inunda el libro representa la alienacion e inexorable soledad del hombre moderno y es para algunos como la hija de escritor, Mirta Artl, el anticipo de la obra de un Sartre o un Camus. Otros han preferido aludir a Kafka, tabulando la ordalía de Erdosain como la pesadilla de un insecto que nunca lograra despertar y recuperar su humanidad perdida.

En definitiva, la novela de Artl es la desgarrada crónica de los olvidados, los fracasados, los malditos que, según el propio autor, «rechazan el presente y la civilización, tal cual está organizada.(…) Viles soñadores, atados y ligados entre sí por la desesperación» (citado en la edición de Flora Guzmán de Los Siete Locos para Catedra. Letras Hispanicas).

Para nosotros, «hipócrita lector, semejante como un hermano» la lectura de este vibrante díptico, nos hace comprender que todos podemos llegar a ser en algún instante Remo Erdosain. Ignorados, ridiculizados, rechazados por nuestros semejantes. Victimas del mayor pecado original del hombre que es marginarse de la fraternidad de la raza humana, lo único que puede salvarnos de la locura. Erdosain y el demente elenco de la novela son partidarios de la máxima de Jean Paul Sartre, «El infierno son los otros» y por ello recogen lo que han sembrado, el aislamiento, la tiniebla, la destruccion. Roberto Artl nos dio un aviso de lo peligroso que es seguir al demonio de la perversidad, que diría Poe, ahora nos toca a nosotros elegir entre la cordura o la búsqueda del mal como elección vital. O, puede que conformarnos con el ideario que propugna un viejo dicho alemán: «Cada uno para sí y Dios contra todos».

En 1973 el excelente cineasta argentino Leopoldo Torre Nilson adapta las dos novelas en una película titulada Los siete locos. Título galardonado en su momento en el festival de Berlín, ha devenido en clásico del cine iberoamericano. Traslación sumamente fiel, aunque algo contenida de la obra artliana -uno se pregunta qué hubiera hecho con ese material Luis Buñuel o un Alejandro Jodorowsky- la cinta refleja acertadamente los ambientes enrarecidos e irrespirables de las novelas y se beneficia de un magnífico reparto que incluye algunos de los mejores actores argentinos de todos los tiempos. Alfredo Alcón, como Erdosain, acompañado por Thelma Biral, Norma Aleandro, Héctor Alterio, Sergio Renán, Luis Politti y un impresionante José Slavin en el rol de El Astrólogo.

Me gustaría recordar que la “sagaz” critica española de la época calificó al film de ambiguo y reaccionario. Y que años mas tarde la junta militar argentina, presidida por el general Videla tildó la película de «alegato montonero» y pretendió su desaparición, destruyendo los negativos. Como vemos, el universo de Artl era demasiado para las mentalidades autoritarias de todo signo. Afortunadamente, la película pudo ser salvada de la extinción y esta editada en DVD en nuestro país por Divisa y es altamente recomendable su visionado como complemento a la lectura de la novela.

""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""

21 11 2012 elmagazin Roberto Arlt: La palabra como recurso ante la impotencia* Por: elmagazin Opiniones 2

arlt

Luis Carlos Muñoz Sarmiento**

Dedicado a mi padre, más que a su memoria;

a mis hijos Santiago & Valentina, libres para hablar y libres de impotencia;

a su madre Ma. del Rosario, y a la mía, por su valor; a Marthica, por mil razones que sólo a ella interesan…

a Augusto Pinilla y a Óscar Adán, merecedores de lo que les llega con este ensayo.

Tragedia y humor no son opuestos o, mejor dicho,

son opuestos precisamente por exigir tan inexorablemente

cada uno de ellos la existencia del otro.

Hermann Hesse

Es posible que mañana muera y en la tierra no quedará nadie

que me haya comprendido por completo. Unos me considerarán mejor

y otros peor de lo que soy. Algunos dirán que era una buena persona;

otros, que era un canalla. Pero las dos opiniones serán igualmente equivocadas.

Mijail Lermontov

Uno no se desarrolla verdaderamente y a su manera sino después de muerto.

Franz Kafka

I – Introducción impostergable e ineludible

En 1900 nació el escritor argentino Roberto Arlt. En 1942 murió. En 2010, cuando se cumplían 110 años de su nacimiento, ninguna publicación, suplemento literario, revista o periódico le dedicó un mínimo espacio… al menos en Colombia. En lo sucesivo, se espera no pase lo mismo. Aunque, en caso contrario, mejor: así sigue siendo anónimo, anti-best-seller, casi clandestino. Renuente a la fama, además. Muy pocos se acordaron de él. Mejor, así nunca será kitsch, es decir, no necesitará confirmar lo que todos quieran escuchar, sino que siempre se sentirá raro entre los lugares comunes. Y, ¿por eso será que casi nadie lo ha leído y, por ende, muy pocos se han acordado de él…? Podría preguntarse: ¿Sabe usted quién fue Roberto Arlt? Es factible que algunos lo sepan… y se dice apenas con razón. Es más bien probable, la mayoría lo desconozca.

Este ensayo propone un esbozo bio-literario de Roberto Arlt; reflexiones sobre su obra narrativa (el teatro apenas…); vigencia de la misma; refutación de conceptos críticos: los de Stasys Gostautas, Noé Jitrik, Julio Cortázar y Adolfo Prieto; Arlt: novelista urbano y pintor e involuntario arquitecto de Buenos Aires; comparación entre la obra de Arlt y la de Dostoievski, Kafka, Baudelaire; desmitificación de Boedo y Florida; Arlt y su influencia sobre Borges, no al revés; primer escritor moderno de la literatura argentina; destructor de las bases de la moral burguesa; ironista de la familia nuclear y monogámica; precursor del existencialismo y adelantado a Orwell; simpatizante del socialismo y del comunismo y aun así crítico de ambos así como del capitalismo y de los militares; Arlt y el cine como un elemento de ruptura frente a los prejuicios de su época; Arlt, pionero de la novela real y, breve antología de textos arltianos.

Antes de entrar en materia, resulta conveniente dar a conocer los criterios a refutar:

“Y Roberto Arlt (1900-1942) cuyas faltas de ortografía y gramática eran proverbiales.” (1) “Creo que no se puede entender la obra de Roberto Arlt si, al mismo tiempo, no se hacen otras lecturas: la primera es la del contexto político social argentino; (…) la segunda invita a una diversificación textual: el sainete y el teatro culto, el lunfardo y los intentos de una literatura popular, la poesía de vanguardia, el tango, la arquitectura, el cine, la radio, la industria, la comicidad, el fútbol y el box, la delincuencia y otros.” (2) “La perceptible falta de humor en Roberto Arlt traduce un resentimiento que él no alcanzó a superar dentro de condiciones de vida y de trabajo que sólo al final cambiaron un tanto, cuando ya era tarde para abrirle una visión más comprensiva e incluso más generosa.” (3) y “… su instalación en una franja social y cultural sacudida por códigos fuertemente contradictorios, le retaceó el manejo lúcido de sus propios recursos y le impuso un escenario en el que debía representar una inacabable batalla con fantasmas. El fantasma de la escritura artística, del estilo, fue, probablemente, el que lo acosó con mayor asiduidad y malicia; el que lo obligó a desarrollar el más enérgico espíritu de defensa; y el que lo distrajo, por último, de las reflexiones que mejor convenían a su proyecto de narrador.” (4)

¿Por qué audición? Para nadie es un secreto… lo que en Colombia A. Caicedo es a Cali, en Argentina R. Arlt es a Buenos Aires: alguien que intuyó como nadie el alma de su ciudad. Si Cali es sinónimo de salsa, Buenos Aires lo es de tango. La relación entre música y literatura en ambos autores no admite discusión. En cuanto a la relación Arlt-Buenos Aires-literatura-tango, en Tango: Discusión y Clave, de Sábato, Alejandro Álvarez señala dos asuntos comunes a los famosos, aunque mal llamados, movimientos de Boedo y Florida: “La enemistad con el modernismo y la preocupación por el tema ‘Buenos Aires’ en el poema, el cuento y la novela.” Tema al cual no es ajeno Arlt, como lo demuestra desde su primera novela publicada (5), El juguete rabioso (1926), en la que no faltan alusiones al tango, al conventillo, al compadrito, ni podría obviarse la primera inclusión de un homosexual en la literatura argentina, afirma el sitio web Noticias Alternativas: Roberto Arlt, obrero de la literatura: “…por lo que la obra de Arlt adquiere un carácter trasgresor y revolucionario para la década de 1930.” Sin embargo, esto parece no ser cierto, como me informa Fernando Sorrentino desde Buenos Aires:

“Bazán se equivoca con lo de ‘por primera vez se incluye un homosexual en la historia de la literatura argentina’, pues mucho antes, en 1914, José González Castillo había hecho lo mismo, y con mayor desparpajo, en su obra teatral Los invertidos. Y no sé si no habrá otros textos anteriores…” (3.X.12).

A propósito del compadrito, no otra cosa que sinónimo de resentimiento (voz peyorativa para lo que simplemente es volver a sentir…), cabe señalar lo que cuenta Onetti cuando aún no conocía a Arlt: “Lo imaginé como un compadrito porteño, definición que no puede ser traducida, que llevaría horas para ser explicada y tal vez sin acierto posible.” No obstante, en la siguiente definición sobre el compadrito, hecha por Fdo. Guibert, se puede constatar que parece una del propio Arlt, de acuerdo con lo que aquí se dirá…:

“El compadrito quería ser el hombre que no podía alcanzar porque sabía que no lo era, eso lo angustiaba y cuando más crecía su sombra entre los otros, más ganas le entraban de ser aún más compadre. Así, desesperado, probándose a sí mismo, amontonaba hazañas tras hazañas, es que asistía al drama de su impotencia vital a pesar de la hombría paciente y estudiada, asistía al drama de su inferioridad pese al inmoderado levantar de sus hombros y su mirar al costado, su frase o su silencio perdonando. Era inferior y lo entendía, y entendía también que su suerte estaba echada, por eso su resentimiento ya le había dado la primera puñalada por la espalda. Era el actor y el público, hablaba siempre de enfrentarse declamando, siempre escupía eso del enfrentarse, pero a pesar de enfrentar con su corazón desnudo, era sólo la cáscara del corazón, porque por dentro, en ocasiones, estaba encogido como un ovillo, de temor, de cansancio o de asco a sí mismo”, concluye Guibert.

El sentido de esta definición es procurar dilucidar la relación entre Arlt y el tango y la cuestión sobre Arlt y su resentimiento (tan cacareado por los críticos), que es el de todos los argentinos… de acuerdo con la opinión de Ernesto Sábato (1911-2011):

“Negar el resentimiento en la Argentina puede ser lindo, pero tiene el pequeño defecto de ser totalmente falso. Y también en esto nuestra mejor literatura nos da irrefutable testimonio: desde el Martín Fierro hasta los monólogos de Erdosain, pasando por los feroces diálogos de La Gringa. El resentimiento viene de muy lejos y ha tenido complicado desarrollo. Cuando en 1873 apareció el Martín Fierro cobra ya forma el justificado rencor del gaucho contra la oligarquía extranjerizante de Buenos Aires, que, con razón histórica o sin ella, lo condena a la miseria, a la delincuencia y al exilio en su propia patria; corrido por el gringo agricultor, por el alambrado y por los ferrocarriles.”

Se aclara: Erdosain, de nombre Augusto Remo (por el primer César y por uno de los fundadores de Roma) es el protagonista del díptico narrativo Los siete locos y Los lanzallamas; el Martín Fierro, de José Hernández, y La Gringa, del anarquista, dramaturgo y periodista uruguayo Florencio Sánchez, son en su orden una novela costumbrista y una comedia en cuatro actos; cuando Sábato habla del gringo, se refiere al extranjero en general, no al oriundo de EE.UU. Más adelante, anota Sábato:

“En tales condiciones, entre 1853 y 1910, se forma la nueva Argentina de la inmigración. Inmigración que va a proveer de material humano tanto a las chacras del litoral como a las fábricas de Buenos Aires, a sus prostíbulos y a sus sainetes. Así surge a la existencia ese nuevo argentino de barrio, cruza de gringos pobres con criollos arrabaleros (rencorosos gauchos vueltos del exilio pampeano); un tipo inédito hasta ese momento, proclive al amor prostibulario y a la canción sentimental, extraño híbrido de exuberante napolitano y de reservado ‘hijo del páis’, cuya máxima y más original creación fue ese tango que recuerda a la música pampeana como el compadrito al criollo viejo, pero que secretamente siente la nostalgia de su patria europea a través de los sones de su bandoneón. Y mientras Enrique Santos Discépolo iba arrastrando por la calle Corrientes su infinito desprecio por la raza humana, y su infinito amor —esa contradictoria mezcla de desprecio y amor que sólo puede encontrarse en cierta clase de santos—, Roberto Arlt escribía sus novelas que algunos creen costumbristas, pero que en realidad son mágicas y desaforadas fantasías de un ser desgarrado por el mal metafísico.”

De esto se desprende no sólo la plena justificación para hablar de Arlt y el tango, comprender su re-sentimiento y aceptar su condición metafísica, sino la posibilidad de incluir tangos que guardan estrecha relación con el mundo arltiano, si se consideran los temas comunes a ambos. Pero, aparte de un compadrito, ¿quién fue Roberto Arlt?

II – Roberto Arlt: Una autobiografía literaria

“Desafío a que haya alguien que sepa sacar mejor partido que yo de las intenciones abortadas, de los ensayos manidos y de las cegueras y cojeras de sus prójimos.

Observo entonces, con placer, que aquéllos que me suponían agriado se retiran consternados, sin saber cómo clasificarme.

Y así pasan los años. De mi ineptitud se desprende una filosofía implacable, serena, destructiva:

— ¿Para qué afanarse en estériles luchas, si al final del camino se encuentra como todo premio un sepulcro profundo y una nada infinita?

Y yo sé que tengo razón.”

Con estas palabras, Roberto Arlt concluye uno de sus mejores cuentos, Escritor fracasado… uno de los nueve que integran El jorobadito, libro publicado en 1933. La obra del escritor Roberto Arlt es inseparable del hombre y del nombre Roberto Arlt.

Roberto Arlt o, mejor, Roberto Godofredo Christophersen Arlt, nació en Buenos Aires el 7 de abril de 1900, según documentos que lo prueban, pero él y su madre aseguraban que el 26, por el día en que fue anotado en el Registro Civil de la ciudad: hecho que nunca se aclaró. Fueron sus padres Karl Arlt, oriundo de Posen, norte de Prusia, hoy Alemania, oficial del ejército de Bismarck, de ahí su carácter autoritario y punitivo; y Catherina Iobstraibizer (firma en carta a su hijo, 2000: lámina p. 161), natural de la región italiana de Trieste, de extracción campesina, y quien inculcó en Arlt el amor por la literatura junto con el gusto por el espiritismo. Así, mientras su padre hablaba alemán y su madre, italiano, Arlt balbuceaba el español y dominaba el lunfardo, lenguaje vivo absurda y únicamente vinculado con el hampa y los bajos fondos. De su nombre, siempre se burló: “Mi madre, que leía novelas romanticonas, me agregó al de Roberto el de Godofredo, que no uso ni en broma, y todo por leer La Jerusalén Libertada, de Torcuato Tasso”, según reza una aguafuerte o crónica publicada en el diario El Mundo, 8 enero 1930. Falta saber qué más leyó su madre para añadir al de Godofredo el de Christophersen. De todas maneras, en otra aguafuerte, expresó: “Yo no tengo la culpa”, básicamente por su complicado apellido, que despertaba constantes burlas entre sus allegados y que lo hacían sentir extranjero en su propio país. Caso análogo al de su admirado Conrad, quien nunca se pudo sentir inglés pese al cambio de nombre…

Creció en el popular barrio de Flores, entonces un suburbio bonaerense, entre la extrema pobreza y la resistencia a un despótico padre. Así, en estrecha relación con un espacio de humildad y trabajo (explotación) y una dura y hostil realidad social (que lo seguirá hasta su muerte, en 1942) aunque, por contraste, en medio de un rico universo literario donde convivían Conrad, Kipling, Salgari, Stevenson y, entre otros, Ponson du Terrail con su bandido Rocambole, Arlt va integrando en él, al decir de Goloboff, la vocación de un Dostoievski con la terrible dictadura filial de un Kafka. Aquí comienza a revelarse su autobiografía con base en la ficción: entonces, su alter ego Erdosain —uno de los que tuvo— en un desgarrador capítulo de Los siete locos (1929), su segunda novela, El humillado, traduce claramente tal fatalidad —ya no sólo había leído Los demonios e incorporado a su visión sino que lo había traducido al lunfardo, la jerga porteña mezcla de gallego, italiano, alemán y demás ingredientes del habla inmigrante:

“Sí, mi vida ha sido horriblemente ofendida… humillada. Créalo, Capitán. No se impaciente. Le voy a contar algo. Quien comenzó este feroz trabajo de humillación fue mi padre. Cuando yo tenía diez años y había cometido alguna falta, me decía: ‘Mañana te pegaré’. Siempre era así, mañana… ¿Se dan cuenta? (…) Y cuando al fin me había dormido para mucho tiempo, una mano me sacudía la cabeza en la almohada. Era él que me decía con una voz áspera: ‘Vamos, es hora’. Y mientras yo me vestía lentamente, sentía que en el patio ese hombre movía la silla. ‘Vamos’, me gritaba otra vez, y yo, hipnotizado, iba en línea recta hacia él: quería hablar, pero eso era imposible ante su espantosa mirada. Caía su mano sobre mi hombro obligándome a arrodillarme, yo apoyaba el pecho en el asiento de la silla, tomaba mi cabeza entre sus rodillas y, de pronto, crueles latigazos me cruzaban las nalgas. Cuando me soltaba, corría llorando a mi cuarto. Una vergüenza enorme me hundía el alma en las tinieblas. Porque las tinieblas existen aunque usted no lo crea.” (6)

Hasta aquí el desahogo de Arlt… perdón, de Erdosain. Muy precozmente comienza Arlt a escribir. Dos años antes de ese “feroz trabajo de humillación” que comenzó su padre y que él sublima al escribir, se hace dueño de una anécdota entre complaciente y chistosa:

“Yo soy el primer escritor argentino que a los ocho años de edad ha vendido los cuentos que escribió. En aquella época visitaba, en Flores, dos librerías, la de los hermanos Pellerano y la de José Prata. Allí conocí entre otros a don Joaquín Costa, distinguido vecino del barrio. El señor Costa, que conocía mis aficiones estrambóticas, me dijo cierto día: ‘Si traes un cuento te lo pago’. Al domingo siguiente fui a verlo a don Joaquín. ¡Y con un cuento! (…) A don Joaquín le impresionó de tal forma mi cuento, que, emocionado, me lo arrebató y, prometiendo leerlo después, me regaló cinco pesos. Ese fue el primer dinero que gané con la literatura.” (7)

La mala situación económica familiar y su desinterés por la escuela hicieron que nadie se molestara por su educación: “He cursado las escuelas primarias hasta el tercer grado. Luego me echaron por inútil. Fui alumno de la Escuela de Mecánica de la Armada. Me echaron por inútil…” (8) Su desdén por el estudio se tradujo ya adolescente en obsesión por la literatura y por el aprendizaje de matemáticas, física y química (y aun ocultismo), materias vinculadas a su afán por inventar, pasión que irrigará su vida y su literatura. A los 14 años escribe sus primeros cuentos. Y en 1915, o 1916 según diversos textos, publica por primera vez un cuento, Jehová, y un artículo, Prosas Modernas y Ultramodernas, en la Revista Popular, que dirige Juan J. de Soiza Reilly, al decir de Arlt “el primer hombre que me tendió una mano cordial.” Colabora en periódicos de barrio, mientras frecuenta una biblioteca pública en Terrero; allí, en su primer contacto serio con los libros, recibe la influencia anarquista y descubre a Gorki, Tólstoi y Andreiev. “A Dostoievski va a descubrirlo más tarde” (Raúl Larra, crítico autorizado). Ese año 1916, por continuar empeñado en el descubrimiento de universos subjetivos, indiferente al idioma alemán, radicalizado en su rebeldía y constituido en una carga para la familia, Arlt es echado de la casa por su padre, hecho que a la postre y por contraste se convertirá en germen indirecto de su personal, patética y portentosa actividad literaria. El lamentable episodio quedaría registrado cuatro años después en Las ciencias ocultas en la ciudad de Buenos Aires, su primer ensayo, publicado en Tribuna Libre (28.I.1920); en la Introducción confiesa:

“¿Cómo he conocido un centro de estudios de ocultismo? Lo recuerdo. Entre los múltiples momentos críticos que he pasado, el más amargo fue encontrarme a los 16 años sin hogar. (…) Había motivado tal aventura la influencia literaria de Baudelaire y Verlaine, Carrère y Murger. Principalmente Baudelaire, las poesías y bibliografía de aquél gran doloroso poeta me habían alucinado al punto que, puedo decir, era mi padre espiritual, mi socrático demonio, que recitaba continuamente a mis oídos, las desoladoras estrofas de sus Flores del mal. (…) Y receptivo a la áspera tristeza de aquel periodo que llamaría leopardiano, me dije: vámonos. Encontremos como De Quincey la piadosa y joven vagabunda que estreche contra su seno impuro nuestra extraviada cabeza, seamos los místicos caballeros de la gran Flor Azul de Novalis.” (9)

Aquí, un paréntesis para desmentir una afirmación de su gran admirador y heredero espiritual, Ernesto Sábato, quien en La cultura en la encrucijada nacional anota:

“La superposición de una Argentina inmigratoria a la vieja nación semifeudal se manifiesta, después de la I guerra mundial, en dos grandes corrientes literarias: la aristocrática y la plebeya. De un lado, escritores como Güiraldes y Oliverio Girondo, cuya cultura es a menudo la de un escritor francés. Del otro, escritores surgidos del pueblo como R. Arlt, influidos por grandes narradores rusos del siglo pasado y por los doctrinarios de la revolución ya que nuestra inmigración fue pobre y proveniente de países con fuerte tradición anarquista y socialista; hijos de obreros extranjeros, esos futuros artistas de la calle aprendieron a escribir leyendo traducciones baratas de Gorki y Zolá, de Marx y Bakunin; en lugar de los textos de Baudelaire o de H. James que paralelamente leían sus compatriotas privilegiados. Esta división se manifestaría, literariamente, hacia 1920, en los grupos de Florida y Boedo. Y daría dos arquetipos: Jorge Luis Borges y Roberto Arlt.”

Sobre lo anterior: la lectura de determinados autores no se puede reducir, por fuerza, a privilegios económicos o de clase (Arlt leyó a Baudelaire); la famosa polémica Florida (corriente aristocrática y estetizante) y Boedo (tendencia plebeya y social) fue sólo un invento de un par de críticos, envidiosos de que hubiera grupos literarios en Francia, mientras en Argentina no… según diálogo sostenido por uno de los dos arquetipos, Borges, con el propio divulgador de la falsa polémica, Sábato. He aquí lo que dicen en Diálogos Borges-Sábato, de Orlando Barone (Emecé, 1976 y 1997). Borges:

“Recuerdo la polémica Boedo-Florida, por ejemplo, tan célebre hoy. Y sin embargo fue una broma tramada por Roberto Mariani y Ernesto Palacio.” Sábato: “Bueno, Borges, pero aquel tiempo no fue el mío. (Lo dice con sarcasmo)” (…) Y con esa fina ironía que siempre lo caracterizó, Borges destruye el mito Boedo-Florida: “Ahora hay profesores universitarios que estudian eso en serio. Si todo fue un invento para justificar la polémica. Ernesto Palacio argumentaba que en Francia había grupos literarios y entonces, para no ser menos, acá había que hacer lo mismo. Una broma que se convirtió en programa de la literatura argentina.”

La otra broma, que Borges no refirió, fue que Arlt tampoco perteneció a ambos grupos: su acendrado egoísmo, su insobornable y beatífica misantropía literaria no le permitía más que escribir libros en orgullosa soledad. Como deja entrever cuando, decepcionado por el alejamiento involuntario de la familia, empieza a rondar el ambiente periodístico e intelectual: “Ya en mis vagancias había tenido ocasión de conocer muchas vilezas; conocía el hastío y la maledicencia que rumia en las reuniones de los periodiquines de parroquia, donde al decir de Lorrain se presencia la ‘ignominia de los queridos compañeros’.” A partir de aquel alejamiento, “Nada raro será —dice Mirta Arlt—, la enemistad imborrable entre el padre prusiano y el hijo rebelde y descreído. Ese muchacho que no se acepta como los demás y que provoca conflictos, no estará nunca a la altura de lo que se espera de él, primero, ni de lo que se le exige, después.”

Como sostienen los biógrafos de Arlt y lo demuestra su literatura, la pésima relación con su padre y la consecuente lucha para conseguir dinero, lo empujan a ejercer diversos oficios (“dependiente de librería, aprendiz de hojalatero, aprendiz de pintor, mecánico y vulcanizador. He dirigido una fábrica de ladrillos; después fui, corredor, director de un periodicucho y trabajador en el puerto”), en los que quiere ser-en-el-mundo-con-los-demás en algo, para superar al menos en parte su carácter de (concreto) huérfano y su culpa, así como conformar un espíritu rebelde, independiente y resuelto a conseguir logros en su arte a fin de abofetear literalmente al padre; y, en los que mantiene viva su pasión por la literatura: según quienes lo conocieron, confirmados por quienes lo han leído, no es difícil rastrear su infancia y adolescencia en sus tres novelas, en sus Aguafuertes Porteñas, casi 1.500 crónicas que publicó como periodista y eso sin hablar de las Españolas ni de los cables de El paisaje en las nubes, libro póstumo. En dichas Aguafuertes, de las que Piglia dice “Arlt ha titulado la mayoría de sus crónicas usando el modelo de una técnica gráfica (las aguafuertes, el ácido que fija la imagen) porque quiere fijar una imagen, registrar un modo de ver” (2009:12), desarrolló lo que ya temprano había adquirido: la destreza necesaria para, a través de la curiosidad y de su relación con un mundo hostil, manejar con maestría aquellos personajes que creó, mitad extensión de su propio yo, mitad personajes que proporcionan sorpresas de seres vivientes, como le ocurre al novelista instintivo, al que en vez de autor, debía denominársele secretario de personajes invisibles porque hace lo que ellos le mandan.

En 1920, Roberto Arlt se traslada a Córdoba conducido por el amor, desempeña distintas labores y presta el servicio militar; además, allí habría publicado una novela que después olvidó y que nunca se recuperó: Diario de un morfinómano. Concluido el servicio militar, trabaja en el semanario Patria. Al año siguiente se casa con Carmen Antinucci, la razón de su viaje, y se instala en las sierras de aquella provincia, donde también, en distinta época, van a estar su esposa y su hermana Lila a causa de la tuberculosis. “El día de su matrimonio, Roberto Arlt lava su rostro en la fuente de una plaza. Unos puños cosidos a las mangas de la camiseta y una pechera postiza adecentan su porte y ocultan su infinita pobreza”, cuenta Raúl Larra. (10). Allí mismo, en Cosquín, en 1922 nace su hija Electra Mirta, crítica y prologuista de casi toda su obra, posterior a su muerte. No podrían ignorarse las palabras con que, precisamente, Mirta Arlt confirma las razones que, motivadas por su mismo padre, lo llevan a abandonar el hogar, así como confirma la autenticidad autobiográfica de su saga literaria:

“Su fracaso, sin embargo, lo hará sentirse Caín frente a esa hermana (se refiere a la menor, la citada Lila) que, a pesar de su tuberculosis, estudia, y frente a la madre que, frágil y desposeída, ejerce la tiranía de los débiles, hasta que por fin, harto de ser testigo de cuanto su modo de ser en buena medida provoca, y marcado por el odio contra el padre, se marcha definitivamente de la casa. Hasta aquí buena parte de su vida está en El juguete rabioso.” (11)

Aquí, señala Mirta, en sus inventos reales que el autor adjudica al protagonista, un crítico freudiano “podría ver el deseo sublimado del artista en el fantasma expresado mediante la obra de arte.” Esto podría redondearse: en su obra está omnipresente la sublimación de la angustia del autor mediante su propia potencia para crear universos fictivos, no sólo reflejos de la realidad, sino exploración de la existencia. 1924: a la tuberculosis de su hermana, se suma la de su esposa. Tal razón lleva a la pareja a instalarse en Cosquín, sanatorio pulmonar de la época. Es probable que de allí surja Esther Primavera, uno de sus cuentos… el más desolador. A mediados del mismo año termina El juguete…, novela escrita en diversas etapas y publicada en 1926: el primer capítulo en 1919 y el último en 1924, cuando una editorial organizó un concurso. En 1925, Arlt publicó dos capítulos en la revista Proa, a instancias de Güiraldes, de quien fue secretario: El poeta parroquial, excluido al final, y El rengo, título cambiado por el de Judas Iscariote. En Borges y Arlt: las paralelas que se tocan… Fernando Sorrentino escribe:

“En el número 8 (marzo de 1925) de la revista Proa, dirigida a la sazón por Ricardo Güiraldes, Jorge Luis Borges, Pablo Rojas Paz y Alfredo Brandán Caraffa, se publica El Rengo, relato de Roberto Arlt que un año más tarde pasaría a formar parte de Judas Iscariote, cuarto y último capítulo de El juguete rabioso. No es fácil imaginar a una personalidad literariamente tan fuerte como Borges resignándose a publicar un texto que le desagradara. Y, en efecto, en 1968 el mismo episodio es reproducido en la segunda edición de El compadrito: su destino, sus barrios, su música, antología que Borges compila con la colaboración de Silvina Bullrich. Es evidente que a Borges el texto lo había impresionado.”

Más adelante, Sorrentino anota algo de lo cual ya se puede inferir la influencia del social Arlt sobre el estetizante Borges, nunca al contrario, y para ello compara Judas Iscariote con El indigno, cuento escrito por Borges 44 años después del anterior y publicado en El informe de Brodie y cuyo tema en ambos, es el mismo: la delación que una persona, poco o nada familiarizada con el delito, hace de quien la ha iniciado en él:

“Cuarenta y cuatro años más tarde de la aparición de El juguete rabioso (1926), Borges publica El informe de Brodie (1970). En el Prólogo nombra —que yo sepa, por primera, última y única vez a lo largo de toda su extensa obra— a Roberto Arlt: (…) Recuerdo a este propósito que a Roberto Arlt le echaron en cara su desconocimiento del lunfardo y que replicó: ‘Me he criado en Villa Luro, entre gente pobre y malevos, y realmente no he tenido tiempo de estudiar esas cosas’. Invocado por el tema de las hablas regionales o especiales, o por las causas que fueren, lo cierto es que, al escribir El informe de Brodie, el recuerdo de Arlt andaba por la cabeza de Borges.”

Esto ocurrió cuando, tras la recuperación momentánea de su esposa, Arlt regresa a Buenos Aires para vincularse al periodismo. Trabaja en el diario La Hora, donde conoce al autor de Don Segundo Sombra. Güiraldes se interesa no sólo por la novela, sino por el mismo Arlt, lo hace su secretario, lo presenta a otros escritores y le publica en Proa los dos capítulos ya citados. Los cuatro en que se divide El juguete… corresponden a los distintos años de su elaboración. Según César Tiempo, “Ricardo Güiraldes y Roberto Mariani eran las dos únicas devociones vivas de Roberto Arlt”. Pero, es apenas hasta 1926 cuando Enrique Méndez Calzada, miembro del jurado del concurso abierto por la Editorial Latina recomienda publicar El juguete... Así ocurre y de acuerdo con Arlt mismo, en el Prólogo a la 2ª edición (1931), la obra “pasó sin dejar mayores rastros en los anales de la crítica, aun cuando entre la juventud El juguete rabioso, invocara apasionados comentarios”. En dicho prólogo expresó algo que hasta su muerte jamás traicionó: “Sobre todas las cosas deseaba ser escritor”. Una de las escasas notas críticas fue escrita por el fundador del Teatro del Pueblo, Barletta, luego entrañable amigo de Arlt, cuando éste se vinculó al teatro, hasta llegar a ser el corrector de su estilo descuidado aunque de un sentido muy eficaz: “El juguete… de R. Arlt es una buena novela. Aquí un seguro instinto guía al autor por el intrincado campo de la novela. Su libro es por este modo espontáneo y extraordinariamente interesante”. (12)

En este periodo, la voracidad lecto-escritural, amén de la capacidad creativa en Arlt, no decae un ápice, como atestigua el director del periódico Don Goyo, con quien Arlt colabora en 1926 y a quien conocía desde 1923, Conrado Nalé Roxlo, en Borrador de memorias, texto suyo: “… Arlt escribía en aquel tiempo con letra pequeña y apretada y a una velocidad casi mecánica. A nadie he conocido que escribiera y leyera tan rápido como Arlt” (13). No se puede discutir el cuidado puesto por Arlt en la evolución literaria de su tiempo; sin embargo, cabe reflexionar sobre la función que tal bagaje tuvo en su obra, así como los factores que contribuyeron a crearla. La mayoría de autores leída por Arlt era de origen extranjero y, por ende, traducida de múltiples idiomas: traducciones, pésimas. La imagen que sobre él proyectó la literatura, dejándole profundas cicatrices en la sintaxis, gramática, ortografía, estuvo intervenida por esa otra lectura-escritura impuesta entre autor y lector. Lo que viene no es una coyuntura para disculpar a Arlt, sino un certificado de sus carencias que paradójicamente es útil para dilucidar el juicio de Gostautas sobre las “faltas de gramática y ortografía proverbiales” de Arlt:

“El modelo de la lengua que se practicaba en la sobremesa de su hogar está viciado de deformaciones sintácticas, de declinaciones defectuosas propias del alemán y del italiano que hablaban sus padres. Literariamente tiene la influencia de las malas traducciones españolas en ediciones baratas que llegaban al país. Por lo tanto, su uso de la materia literaria, su idioma, es el producto de una improvisada artesanía individual, elaborada en el vagabundeo de sus años juveniles” (14).

De acuerdo con esto, el lector arltiano se puede anexar a la idea de Mirta, quien a partir de El desierto entra en la ciudad, último drama de su padre, corregiría “sus graciosos errores de ortografía”. Si esto no convence, quizás la magia verbal de Onetti ayude:

“Dedicado a catequizar, distribuí libros de Roberto Arlt. Alguno fue devuelto después de haber señalado con lápiz, sin distracciones, todos los errores ortográficos, todos los torbellinos de la sintaxis. Quien cumplió la tarea tiene razón. Pero siempre hay compensaciones; no nos escribirá nunca nada equivalente a La agonía del Rufián Melancólico, a El Humillado o a Haffner cae. (…) No nos dirá nunca, de manera torpe, genial y convincente, que nacer significa la aceptación de un pacto monstruoso y que, sin embargo, estar vivo es la única verdadera maravilla posible. Y tampoco nos dirá que, absurdamente, más vale persistir. (…) Y en otro plano del arltismo: ¿quién nos va a reproducir la mejilla pensativa, el perfil desgraciado y cínico de Roberto Arlt en el sucio boliche bonaerense de Río de Janeiro y Rivadavia, cuando se llamaba Erdosain?”

El mismo episodio que refiere Elsa, su esposa, en el desgarrado intertítulo El poder de las tinieblas, parte de Tarde y noche del día sábado de Los lanzallamas:

“Un día recibí una sorpresa extraña, que me dejó mucho tiempo preocupada. Era domingo. Yo iba por la calle Rivera, cuando de pronto me detuve asombrada. Junto al vidrio de un café de cocheros, un vidrio lleno de polvo iluminado por el sol, estaba él, tristemente apoyada la mejilla en la palma de la mano. (…) Yo me detuve para observarlo. Era mi esposo. ¿Qué hacía allí, en ese lugar repugnante, con la mejilla casi apoyada en el vidrio sucio, y una franja de sol iluminando la galera de los cocheros que hacían círculo en torno de las mesas?” (271-272).

He ahí por qué la obra del autor Roberto Arlt es inseparable del hombre que la creó. En 1927, comienza una regular actividad periodística en el diario Crítica, a petición de Natalio Botana, su director: por primera vez gana un salario fijo, como cronista policial. Y aunque era un periódico amarillo, al estilo Hearst, al estilo de cualquiera que domina el espacio, el tiempo y el espectador colombianos… Adolfo Prieto sostiene que “por la redacción de este diario (Crítica) sensacionalista, pero inteligentemente programado, pasaron muchos de los mejores escritores de esa generación”. Pregunta: ¿fue Arlt menos lúcido por habitar esa franja social y cultural de códigos contradictorios y no más bien, por contraste, mucho más lúcido al ser parte de una mixtura cultural como la de Boedo? ¿Incluye Prieto entre los mejores escritores o, al menos, entre los escritores de esa generación a Arlt? De incluirlo, queda sin piso su tesis sobre Arlt, quien es grande por ser fruto de la contradicción, del mestizaje cultural, del coro idiomático y quien gracias a su lucidez pudo escribir esas desquiciadas páginas, esos intertítulos de antología, El Humillado, Ser a través de un crimen, La casa negra, Discurso del Astrólogo, La Farsa, de Los siete locos, y, de Los lanzallamas, La cortina de angustia, El Abogado y el Astrólogo, Bajo la cúpula de cemento, El pecado que no se puede nombrar, El homicidio, incluyendo, claro, los citados por Onetti. Ahora, cuando Prieto dice: “El fantasma de la escritura artística, del estilo, fue, probablemente, el que lo acosó con mayor asiduidad y malicia; el que lo obligó a desarrollar el más enérgico espíritu de defensa; y el que lo distrajo, por último, de las reflexiones que mejor convenían a su proyecto de narrador”, hay que señalar, quien se distrajo fue él en su lectura: con Arlt queda atrás el clásico el estilo es el hombre; poco importa para él la escritura si carece de sentido o se desconecta de la realidad inmediata: la que convierte en una 2ª realidad, más inquietante que la 1ª; más que el estilo, fue la adversidad del medio, la intolerancia frente a un ser distinto, lo que forjó en Arlt su rebeldía; ninguna reflexión de un escritor, más o menos conviene a su proyecto: el arte es la suma de demonios y abismos de ese secretario de seres invisibles que termina por ser más invisible que estos… Por algo, hoy Arlt es considerado el primer escritor moderno de la literatura argentina. (15)

Nadie podría negar que uno de los prólogos más lúcidos a cualquier obra de Arlt es el de Adolfo Prieto: pero, esa lucidez se extravía cuando pretende negar la de Arlt. A guisa de ejemplo, va sin comentarios un fragmento de Los lanzallamas cuando en Discurso del Astrólogo (91-102) éste opina sobre la actual (1927) pérdida de la religión, como si hablara hoy, y sobre la peste del suicidio que sucederá a la pérdida de interés por la vida, dada la deshumanización de la especie y, de paso, su negativa a engendrar hijos:

“Lo enorme es esto. La humanidad, las multitudes de las enormes tierras han perdido la religión. No me refiero a la católica. Me refiero a todo credo teológico. Entonces los hombres van a decir: ‘¿Para qué queremos la vida?…’ Nadie tendrá interés en conservar una existencia de carácter mecánico, porque la ciencia ha cercenado toda fe. Y en el momento que se produzca tal fenómeno, reaparecerá sobre la tierra una peste incurable… la peste del suicidio… ¿Se imagina usted un mundo de gentes furiosas, de cráneo seco, moviéndose en los subterráneos de las gigantescas ciudades y aullando a las paredes de cemento armado: ‘¿Qué han hecho de nuestro dios?…’ ¿Y las muchachitas y los escolares organizando sociedades secretas para dedicarse al sport del suicidio? ¿Y los hombres negándose a engendrar hijos que el iluso Berthelot creía que se alimentarían con pastillas sintéticas?…” (1978: 92).

O cuando en Bajo la cúpula de cemento Arlt… perdón… Erdosain, reflexiona sobre la muerte, lo que para nosotros es la vida cotidiana, y sobre el hastío de las relaciones:

“Aguza el mirar y se dice: — ¿Es posible que se tema tanto a la muerte? ¿Que la muerte preocupe tanto a los hombres, si es su descanso? Mas en cuanto ha pensado de esta manera, se dice: — La realidad mecánica ensordece la noche de los hombres con tal balumba de mecanismos que el hombre se ha convertido en un simio triste. A veces los cuerpos, a tres pasos de las máquinas, refugiados en una bohardilla (por buhardilla), se inclinan; las manos despojan los pies de las botas, luego caen los vestidos, después los cuerpos se acercan a los espejos, se miran un instante, luego levantan un lienzo, se cubren, cierran los ojos y duermen. A veces un miembro entra en un orificio, vuelca su esperma, los dos cuerpos se separan hartados, y cada uno por su lado duerme sudoroso. Y despacio crecerá el vientre… y eso es todo.” (…) (16)

Toda grandeza viene de una pérdida, sostenía Alejandro Magno: los hombres se hacen grandes en la adversidad, no con el viento a favor: a Arlt se le puede atribuir que escribe mal, pero nunca que carece de claridad: “Se dice de mí que escribo mal. Es posible. De cualquier manera, no tendría dificultad en citar a numerosa gente que escribe bien y a quienes únicamente leen correctos miembros de sus familias.” (17) Desde cuando trabaja en Crítica, recibe ofertas del director de El Mundo para integrar el equipo de redactores, al que pertenecerá hasta su muerte. Allí publica unas 1.500 crónicas sobre su ciudad y quienes la habitan, agrupadas y publicadas bajo el título Aguafuertes Porteñas (1933). Con agudo humor, negro, ácido e hiriente, panea sobre los caracteres urbanos, para así componer uno de los frescos periodísticos más ambiciosos y acabados de que se tenga noticia y donde coexisten la idiosincrasia, la bondad y la maldad populares: cada lector puede toparse consigo mismo, con su propio lenguaje y con una ciudad compleja y extrovertida, descrita al detalle. Unas pocas Aguafuertes y anécdotas, ilustran sobre la supuesta falta de humor de Arlt, su pretendido analfabetismo y su verdadera dimensión humana. Sobre su analfabetismo quizás baste señalar que estudió por su cuenta piano, inglés, fue corresponsal de varios diarios argentinos; también, estudió física y química, materias que puso al servicio de su oficio de inventor… Con dicho oficio rebasó el plano real para llegar al de la ficción con Silvio y Erdosain. Personaje, éste, que, contra lo que se pueda creer, es real… como cuenta Borré en su biografía sobre Roberto Arlt:

“Cuando el verdadero Erdosain lee acerca de las monstruosas aventuras en las que Arlt lo ha implicado está dispuesto a darle un par de trompadas. Sujetado y disuadido por sus amigos, el verdadero Erdosain abandona la plaza gritando e insultando a Roberto Arlt. — Pero este tipo es una bestia — dijo Arlt. Es tan bestia que no se da cuenta de que acaba de entrar a la inmortalidad gracias a mi novela.” (2000: 212-213)

También vale la pena referir una anécdota que reafirma “la ignominia de los queridos compañeros” en la actividad periodística y que de un tajo corta la posibilidad de que Arlt haya pertenecido a Boedo o a Florida o a los dos; la referente al humor, contada por Onetti, va luego. En El Cementerio del Estómago (29.I.29), Arlt declara sin ambages:

“Yo he leído muchas novelas. He empezado a leerlas a los doce años; tengo veinte y ocho (no dice veintiocho…). Así que hace diez y seis que leo a un término medio de cincuenta libros al año, lo cual significa seiscientas novelas.”

Para apreciar su magnitud humana, dos anécdotas: 1ª) Para todos sus biógrafos es clara la afinidad de Arlt con el anarquismo. Así, cuando después del golpe de 1930 (que Arlt previó) en que el general Uriburu derroca al reelegido Yrigoyen, es fusilado el anarquista Severino di Giovanni (1901-1931, quien voló la embajada gringa en Buenos Aires a raíz del asesinato de Sacco y Vanzetti, voló el consulado italiano en que cayeron siete de los mejores fascistas de Mussolini en la capital argentina y quien en su último panfleto escribió: “Sepan Uriburu y su horda fusiladora que nuestras balas buscarán sus cuerpos. Sepan el comercio, la industria, la banca, los terratenientes y hacendados que sus vidas y posesiones serán quemadas y destruidas.”), se cuenta que vuelve al diario El Mundo “destrozado, deshecho”… Arlt le dice a un linotipista: “Yo no me explico que haya gente que se ponga guantes blancos para ver matar a un hombre.” (Raúl Larra, Cuadernos de Cultura, en Goloboff: 47); 2ª) Referida una vez más por ese testigo de excepción llamado Onetti y que muestra a un rosántico de tiempo completo:

“Una mañana sus compañeros de trabajo lo encontraron en la redacción (era otro diario, Crítica, donde Arlt estaba encargado de la sección Policiales) con los pies sin zapatos sobre la mesa, llorando, los calcetines rotos. Tenía enfrente un vaso con una rosa mustia. A las preguntas, a las angustias, contestó: ¿Pero no ven la flor? ¿No se dan cuenta que se está muriendo?” (Prólogo de Onetti en El juguete rabioso)

Las siguientes dos anécdotas se prestan para sepultar lo relativo a la no pertenencia de Arlt a Boedo-Florida y a la tesis de Cortázar sobre la carencia de humor en aquél, de quien no obstante aseguraba: “Si de alguien me siento cerca en mi país es de Roberto Arlt”… Raimundo Calcagno, compañero de labores en El Mundo, describe a aquél:

“Golpeaba las teclas de la máquina de escribir como si esta fuera un puching ball o lo hacía con la desesperación de que el tiempo le resultara corto… No tenía muchos amigos en la redacción, no tenía tiempo para tener muchos amigos, ni para vestirse con aliño; estaba muy afanado en su obra. No podía uno llegar a ser su amigo, porque no se puede ser amigo de una catarata.” (18)

Onetti ataca de nuevo:

“Cuando yo era secretario de redacción de Reuter en Buenos Aires y visitaba a los clientes, uno de ellos era el diario El Mundo. Y allí conocí a Arlt, que, por último, no digo que se suicidó, pero algo así; andaba mal del corazón, y el médico le dijo que no comiera ni tomara mucho, que no hiciera mucho esfuerzo, y él la segunda vez que vio al médico, se hizo los diez pisos hasta el consultorio a pie, y le dijo: ‘Vio que no me pasó nada en el cuore?’ Era un desafío. Bueno: las diferentes interpretaciones de la gente sobre un mismo acto de Roberto Arlt. Algunos opinaban que una actitud suya demostraba que era angélico; la misma actitud, para otros, probaba que era un farsante; y había quienes aseguraban que, con esa actitud, Arlt había sacado patente de hijo de puta. Yo no sé si era angélico, farsante o hijo de puta, posiblemente las tres cosas a la vez. Era un loco. El libro que yo quería hacer era de testimonio de quienes lo conocieron. Pero ahora es tarde para hacer ese libro, muchos testigos se murieron.” (1978: 438)

Este ensayo pretende ser una mínima aproximación a la intención abortada de Onetti… otro angélico-farsante-loco-hijo de puta. Por fortuna. Y para desgracia de quienes no son ninguna de las tres primeras cosas, salvo la cuarta. Todo el mundo conoce la calle Corrientes por la descripción que se hace de ella en el tango A media luz. Y es que el tango no sólo le ha cantado a Buenos Aires, también a la calle que la simboliza… Roberto Arlt sostiene en una aguafuerte porteña que El espíritu de la calle Corrientes no cambiará con el ensanche (aquí, el último fragmento):

“Calle única. — Calle única, calle absurda, calle linda. Calle para soñar, para perderse, para ir de allí a todos los éxitos y a todos los fracasos; calle de alegría, calle que las vuelve más gauchas y compadritas a las mujeres; calle donde los sastres le(s) dan consejos a los autores y donde los polizontes confraternizan con los turros; calle de olvido, de locura, de milonga, de amor. Calle de las rusas, de las francesas, de las criollas, que dejan demasiado pronto el hogar para ir a correr la juerga tras de un malevito; calle de tango, de ensueño; calle que recuerdan los presos en el cuadro quinto; calle que al amanecer se azulea y obscurece, porque su vida sólo es posible al resplandor artificial de los azules de metileno, de los verdes de sulfato de cobre, de los amarillos de ácido pícrico que le inyectan una locura de pirotecnia y celos”. (…)

A media luz: “Corrientes 3-4-8/ segundo piso, ascensor/…” Muchacha es un tango que tiene mucho que ver con la literatura de Arlt y con él, que siempre se sintió culpable de haber asesinado la inocencia de una de doce o trece años como se comprueba al leer El poder de las tinieblas, cuando Elsa se confiesa en el Convento:

“Iba y venía como de costumbre, observando una conducta hermética, hasta que descubrí algo repugnante. Era en el fondo de un parque. Sentada a su lado, con una cartera de colegiala, estaba una criatura de trece años a lo sumo, el cabello en rizos escapándose de un gorrito de paja, y el delantal plegado sobre la cartera. ¿Quién es esa criatura con la que te has retratado? Sin enojarse, con una sonrisa cándida me contestó: —Una chica que está en tercer grado y hacemos el amor. Esa mañana se hizo la rabona. — ¿Cuántos años tiene? — Va a cumplir doce el mes de agosto.

Con esta historia, Arlt buscará destruir las bases de la moral burguesa y poner de manifiesto las represiones en el plano de las vivencias sexuales dentro del matrimonio que lleva a destruir el propio vínculo, hasta llegar con El amor brujo a subvertir el pensamiento de época ironizando sobre valores centrales de la sociedad: la familia nuclear y monogámica. (19) Tras su salida de Crítica y antes de ingresar a El Mundo, Arlt adelanta un capítulo de Los siete locos, en preparación, en la revista Pulso (1928) que dirige Alberto Hidalgo (el 9.IX publica en La Nación Esther Primavera, obra maestra). El capítulo es La sociedad secreta, finalmente La farsa, otra obra maestra, como se verá al final cuando el Mayor hace arqueología de los gobiernos corruptos, los partidos políticos informes, los políticos deformes que venden su país al mejor postor, como quien sin pensar obedece la Ley de Herodes: “O te chingas o te jodes”: gracias Luis Estrada por su radiografía de un descompuesto PRI. Los siete locos, aparece al año siguiente por Editorial Latina. En nota publicada el 27 de noviembre de 1929 en su personal e intransferible página seis de El Mundo, Arlt definió así a sus personajes:

“Estos individuos, canallas y tristes, viles y soñadores simultáneamente están atados o ligados entre sí por la desesperación. La desesperación en ellos está originada, más que por la pobreza material, por otro factor: la desorientación que, después de la gran guerra, ha revolucionado la conciencia de los hombres, dejándolos vacíos de ideales y esperanzas. Hombres y mujeres en la novela rechazan el presente y la civilización, tal cual está organizada”.

Para esta época, había leído con pasión Crimen y castigo: se diría, era el octavo loco del octavo infierno de Dante, adonde el autor de La comedia confinó a los culpables de los pecados del lobo: hipócritas, seductores, nigromantes, ladrones y mentirosos. Una fauna parecida a la de Arlt, en la que no faltan seres pérfidos como hienas: basta pensar en Erdosain. En 1930, el 8 de mayo, Arlt se hace acreedor al único galardón literario de su vida, por Los siete locos: Tercer Premio, Concurso Municipal de Literatura. A partir de ese momento ganan popularidad paralela sus Aguafuertes Porteñas. Misma época que L. Barletta, en su afán por renovar el lenguaje dramático que se halla dominado por la comedia chabacana y facilista, crea el Teatro del Pueblo y pone en escena El humillado, capítulo de Los siete locos. Novela sobre la que aquél dejó sentada su protesta al no serle concedido a Arlt el máximo Premio. En La Literatura Argentina, Barletta dice:

“Hace pocos día terminé de leer Los siete locos, de Arlt, novela que conceptúo como muy buena. Sabía yo, por El juguete rabioso, que en Arlt había un excelente novelista, pero en el presente libro se ha superado. Un libro como el de Arlt, a quien el jurado debe otorgarle el Primer Premio Municipal da por tierra con todos los Zogoibi y Don Segundo Sombra de los éxitos fáciles.” (2000: 203)

Al enterarse del Tercer Premio, Arlt contesta con gracia sobre los “terceros premios” algo que ayuda a entender a quiénes se les dan los primeros; lo hace desde Río de Janeiro adonde ha llegado como enviado del diario El Mundo:

“…estoy sumamente extrañado de que me hayan premiado. En nuestra ciudad siempre los terceros premios han sido reservados para los mejores prosistas; ejemplos: Elías Castelnuovo, 3er premio; González Tuñón, 3er premio; Álvaro Yunque, 3er premio. El tercer premio es la comida de las fieras, no hay candidato a premio que no diga: me conformo con el tercer premio y al final de cuentas son tales los líos que se arman para repartir el tercer premio…” (2000: 204)

El poeta y guionista Ulises Petit de Murat redimensiona la literatura arltiana en 1931, al señalar la dicotomía entre literatura rural y urbana. Ubica el nombre de Güiraldes (Don Segundo Sombra) junto a los de Hernández (Martín Fierro) y Lynch (El romance de un gaucho), representantes de la literatura gauchesca, y los contrapone al surgimiento de la antítesis ciudadana que es la obra de Arlt, cuya irrupción está centrada en el “frenesí por contar en donde algunas influencias de origen ruso y germano han tenido mucho que ver con la obra de este autor.” (2000: 205) Pero, como en esto de la literatura seria, no mediática, no faltan los aguafiestas ni menos los jueces sesgados por su situación económica o por su posición intelectual, un crítico universitario, Antonio Aíta, “ve a Roberto Arlt como un hombre de imaginación desordenada y sórdido, al que sólo le interesa lo prostibulario, lo humillante y el crimen, e invita a Arlt a no alucinarse con escritores rusos” (2000: 205). Aíta le saca como defecto a Arlt lo que ve en sí mismo; olvida que la sordidez está en la realidad antes que en quien escribe; pretende ignorar que en el arte el artista sublima lo que descubre en su sociedad; pide lo que le está vedado: invitar o prohibir a un autor a tomar o a dejar sus gustos literarios. Algo así como pedirles a los políticos que cumplan a los votantes, desistan de la demagogia, hagan democracia…

Aparece en la revista S.O.S. un fragmento de Los lanzallamas, que en 1931 publica la editorial Claridad y en cuyo prólogo responde a los que le han censurado su mal gusto y estilo deficiente. También reclama los derechos de la creación solitaria. Constituye la continuación de Los siete locos y su título original, Los monstruos, se sustituyó por sugerencia de Carlos A. Leumann que el autor aceptó. Según Mirta, era más apropiado por “el juicio de valor de Arlt sobre sus propios personajes”:

“Odian esta civilización. Quisieran creer en algo, arrodillarse ante algo, amar algo; pero, para ellos, ese don de fe, la ‘gracia’ como dicen los católicos, les está negada. Aunque quieren creer, no pueden. Como se ve, la angustia de estos hombres nace de su esterilidad interior. Son individuos y mujeres de esta ciudad, a quienes yo he conocido. (…) En síntesis: estos demonios no son ni locos ni cuerdos. Se mueven como fantasmas en un mundo de tinieblas y problemas morales y crueles. Si fueran menos cobardes se suicidarían; si tuvieran un poco más de carácter serían santos. En verdad, buscan la luz. Pero la buscan completamente sumergidos en el barro. Y ensucian lo que tocan. A mí, como autor, estos individuos no me son simpáticos. Pero los he tratado. Y todo autor es esclavo durante un momento de sus personajes, porque ellos llevaban en sí verdades atroces que merecían ser conocidas. En definitiva: en esta obra no hay ningún casamiento, ni baile, ni declaración de amor. Al sexo femenino no le puede interesar”. (Aguafuertes Porteñas, en Obra Completa, Tomo 2: 253-204 y 255

view all

Roberto Arlt's Timeline

1900
April 2, 1900
Flores, Buenos Aires, Argentina
1923
January 25, 1923
Cosquín, Punilla Department, Córdoba Province, Argentina, Argentina
1942
July 26, 1942
Age 42
Buenos Aires, Argentina