Juan Bautista Alberdi

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Juan Bautista Alberdi Aráoz

Birthdate:
Birthplace: San Miguel de Tucumán, Tucumán Province, Argentina
Death: June 19, 1884 (73)
Neuilly-sur-Seine, Île-de-France, France
Place of Burial: Buenos Aires, Capital Federal, Argentina
Immediate Family:

Son of Salvador Cayetano de Alberdi Egaña and Josefa Rosa Aráoz Valderrama
Fiancé of Julia Alurralde; Petrona Abadía y Magán; Matilde Lamarca Coronel; Jesusa Muñoz; Ignacia Gómez de Cáneva and 1 other
Ex-partner of Lastenia del Carmen Videla Díaz
Father of Manuel Alberdi y Abadía
Brother of María del Rosario Alberdi Aráoz; Ignacio Alberdi Aráoz; Felipe Timoteo Alberdi Aráoz; Manuel Ventura Alberdi Aráoz and Maria del Tránsito Alberdi Aráoz

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Last Updated:

About Juan Bautista Alberdi

En mi opinión (CFMyV), uno de los intelectuales más íntegros que pisó la superficie terrestre además de humanista connotado. En 1870, poco antes de la guerra franco-prusiana, publicó tal vez el primer alegato universal contra la guerra y contra todas las guerras, denunciando su carácter inhumano y de pillaje.

Juan Bautista Alberdi (San Miguel de Tucumán, 29 de agosto de 1810 - Neuilly-sur-Seine, Francia, 19 de junio de 1884) Político, jurista y escritor argentino.

Contenido

1 Datos biográficos

2 Actividad política e intelectual

3 Obra de Alberdi

4 Bibliografía

5 Enlaces externos

Datos biográficos

Juan Bautista Alberdi nació en Tucumán en el año de la Revolución de Mayo. Su padre, Salvador Alberdi, era un comerciante español, y su madre, Josefa Aráoz y Balderrama, era de familia criolla. Su madre falleció a causa del parto de Juan Bautista. Pocos años mas tarde falleció su padre, quedando huérfano al cuidado de sus hermanos mayores.-

Su familia había apoyado a la Revolución desde sus inicios y su padre frecuentaba a Belgrano cuando éste estaba al mando del Ejército del Norte.

Se trasladó desde muy joven a Buenos Aires, donde estudió en el Colegio de Ciencias Morales, gracias a una beca de estudio otorgada por la provincia de Buenos Aires. Abandonó prematuramente sus estudios en 1824, debido a que no se adaptó a las exigencias de la enseñanza.

Se empleó como ayudante de comercio en la casa de don Juan B. Maldes, que había sido colaborador de su padre, cuyo negocio se encontraba enfrente del Colegio. Dado que veía diariamente a sus compañeros, pronto se arrepintió y retomó sus estudios, cursando en el departamento de jurisprudencia en la Universidad de Buenos Aires. Continuaría sus estudios en la Universidad de Córdoba y los culminaría en Montevideo en 1840. Obtendría su título de doctor en jurisprudencia durante su estadía en Chile.

En esos años en Buenos Aires se dedicó a la música y compuso obras clásicas de piano, guitarra y flauta para sus amigos. En 1832 escribiría su primer libro: "El espíritu de la música".

En 1834 hizo un viaje a su provincia natal deteniéndose para rendir exámenes en Córdoba, obteniendo el título de "bachiller en leyes", el cual no lo habilitaba para ejercer la profesión por cuanto para ello debía cursar dos año en la "Academia de Practica Forense" y rendir un examen ante la Cámara de apelaciones. En Tucumán colaboró con el gobernador Alejandro Heredia, a quien dedicó un folleto, titulado "Memoria descriptiva de Tucumán". El mencionado caudillo lugareño le ofreció habilitarlo para el ejercicio profesional por decreto e incorporarlo a la legislatura para que se quedara radicado en su provincia a lo que se negó aduciendo que aun no era abogado y que quería doctorarse en Buenos Aires.-

A fines de 1835 regresó a tales fines a dicha provincia , donde se unió al llamado "Salón Literario", fundado por Marcos Sastre y Esteban Echeverría, con lo que se vinculó a la llamada "generación del 37".

En 1837 publicó lo que pensaba que sería su tesis doctoral: el "Fragmento Preliminar al Estudio del Derecho", en que pretendía hacer un diagnóstico de la situación nacional y sus posibles soluciones. Era la fundación del historicismo jurídico argentino, doctrina que consideraba al sistema jurídico como un elemento dinámico y continuamente progresivo de la vida social.

Ese mismo año editó un periódico, "La moda", dedicado a divulgar la moda: vestimenta femenina y masculina, música, poesía, literatura y costumbres. Se publicaron en total 23 números.

En noviembre 1838, debido a su negativa a prestar juramento al régimen federal de Juan Manuel de Rosas y a la persecución de la policía de Rosas, inició un exilio voluntario en Montevideo. Dejaba en Buenos Aires una amante y un hijo recién nacido al cual nunca reconoció, de nombre Manuel a quién nombra legatario en su testamento llamándolo "mi pariente".

En Montevideo apoyó la intervención francesa contra el gobierno de Rosas, y escribió artículos en varios periódicos, apoyando las acciones militares de ese país contra el suyo.

En mayo de 1840 durante el sitio de Montevideo por parte de un ejercito porteño al mando de Oribe, partió clandestinamente hacia Europa, acompañado de su amigo Juan María Gutiérrez; residió en París unos pocos meses, y conoció al general José de San Martín.

A fines de 1843 regresó a América y se radicó en Valparaíso, donde adquirió la finca "Las Delicias" y ejerció la abogacía con notable éxito, además de revalidar su doctorado en jurisprudencia. Logró un gran prestigio local y se puso en contacto con Domingo Faustino Sarmiento, cabeza de la emigración argentina en Chile. Escribió numerosos artículos costumbristas en los periódicos chilenos con el seudónimo de "Figarillo".

En Chile se dedicó a estudiar la constitución de los Estados Unidos, con la idea de copiar lo que se pudiera para la nuestra, cuando llegara el caso de sancionarla. Utilizó una mala traducción, de modo que interpretó erróneamente varios pasajes. Quería estar preparado para cuando se volviera a discutir la Constitución argentina, pero la caída de Rosas lo tomaría por sorpresa.

A mediados de febrero de 1852 se enteró de la derrota de Rosas en la batalla de Caseros. De inmediato se puso a escribir un tratado sobre la futura Constitución Argentina, las "Bases y Puntos de Partida para la Organización Política de la República Argentina". Tardó apenas un par de semanas en escribirlo, y lo publicó en mayo de ese mismo año. Meses después lo reeditaría con ampliaciones, incluyendo un proyecto de Constitución, basado en la Constitución Argentina de 1826 y en la de los Estados Unidos.

Su principal preocupación era favorecer la inmigración europea, especialmente del norte de Europa. Entre sus afirmaciones polémicas, escribió:

"Aunque pasen cien años, los rotos, los cholos o los gauchos no se convertirán en obreros ingleses... En vez de dejar esas tierras a los indios salvajes que hoy las poseen, ¿por qué no poblarlas de alemanes, ingleses y suizos?... ¿Quién conoce caballero entre nosotros que haga alarde de ser indio neto? ¿Quién casaría a su hermana o a su hija con un infanzón de la Araucanía y no mil veces con un zapatero inglés?"

"Tenemos suelo hace tres siglos, y sólo tenemos patria desde 1810. La patria es la libertad, es el orden, la riqueza, la civilización organizados en el suelo nativo, bajo su enseña y en su nombre. Todos estos elementos nos han sido traídos de Europa, desde las ideas hasta la población europea."

Los constituyentes que se reunieron en Santa Fe, entre cuyos redactores se encontraba su amigo Gutiérrez, sancionaron la Constitución Argentina de 1853 en base al texto de Alberdi.

En esa época se cruzó con Sarmiento en una polémica ideológica — limitada dentro del liberalismo — plasmada en las "Ciento y una" del sanjuanino y las "Cartas quillotanas" del tucumano.

El presidente Justo José de Urquiza le ofreció el cargo de ministro de hacienda de su país, pero lo rechazó. En cambio, aceptó funciones diplomáticas en Europa a partir de 1855.

Sus gestiones en el exterior fueron interrumpidas a partir de la organización de la República, en 1862 al asumir la presidencia Mitre, triunfador sobre Urquiza en Pavón. Regresa a establecerse en el país en 1878 al ser elegido como diputado al Congreso Nacional por su provincia, sin embargo al cesar en sus funciones una fuerte disputa con Bartolomé Mitre lo empuja a trasladarse a Francia, donde muere el 19 de junio de 1884 en un suburbio de París

Actividad política e intelectual

Los inicios de su actuación política se remiten a su protagonismo en la llamada "generación del 37" junto a Esteban Echeverría, José Marmol, Juan María Gutiérrez y otros intelectuales que adherían a las ideas de la democracia liberal y se asumían como continuadores de la obra de los revolucionarios de mayo, propiciando una organización mixta del país como respuesta al enfrentamiento entre federales y unitarios. Durante esa época se integra al Salón Literario fundado por Marcos Sastre y dirige un periódico llamado "La Moda", donde escribe artículos de costumbres con el apodo de "Figarillo".-

Debido a la presión ejercida por La Mazorca, policía militarizada que utilizaba Rosas para atemorizar a sus adversarios, se disuelve el Salon Literario, formándose una logia llamada "La joven argentina", cuyos estatus fueron confiados a Alberdi, exiliándose la mayoría de sus miembros en países limítrofes.-

En 1837 siendo aun un estudiante publica su primera obra destacada, llamada Fragmento preliminar al estudio del Derecho, que se considera influenciada por la corriente historicista que fundara en Alemania Savigny.-

Como consecuencia de la persecución rosista sobre los que concurrían asiduamente al Salon Literario de Marcos Sastre, propiciando ideas de organización nacional y constitucionalismo, decide emigrar a Montevideo, llevando en su equipaje los estatutos de la nueva asociación, que se editaran luego con el nombre de "Dogma Socialista".-

Entre 1838 y 1843 reside en Montevideo donde trabaja como abogado y periodista, y es secretario de Juan Lavalle, de quien se aleja debido a diferencias políticas. En este período escribe sus dos obras de teatro: La Revolución de Mayo y El gigante Amapolas, sátira sobre el régimen rosista y caudillista.

En 1843 durante el sitio militar de Montevideo por un ejercito comandado por Oribe pero subvencionado por Rosas logra escapar disfrazado de marinero francés y se traslada a Europa acompañado por su amigo Juan María Gutierrez por un breve período. Regresa ese mismo año a América instalándose en Valparaíso, Chile, donde revalida su título y ejerce como abogado ganando enorme prestigio. Allí presenta su tesis doctoral, que lleva por título 'Sobre la conveniencia y objetos de un Congreso General Americano', donde Alberdi expone la idea de una unión americana por medio de herramientas tales como una unión aduanera.

En 1852, luego de la batalla de Caseros que pone fin al régimen rosista, concluye su obra de mayor influencia en el constitucionalismo argentino y americano: Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina, tratado de derecho público editado por la imprenta del diario "El Mercurio" de Valparaiso, que constituiría una de las principales fuentes de la Constitución de la Nación Argentina de 1853, al punto que en su segunda edición llevaría un borrador de constitución utilizado por los constituyentes.

En 1853 publica un tratado complementario de Bases llamado Elementos de derecho público provincial argentino.

Justo José de Urquiza lo designa diplomático y le encarga la misión de obtener en Europa el reconocimiento de la Confederación Argentina bajo la nueva Constitución y evitar el reconocimiento del Estado de Buenos Aires, escindido de la Confederación, como nación independiente, misión que Alberdi cumple con éxito y que le valdría el encono de Bartolomé Mitre y de Domingo Faustino Sarmiento, tirria profundizada luego por la oposición frontal de Alberdi a la Guerra de la Triple Alianza, actitud que le valió ser calificado como "traidor".

La caída de Urquiza en la batalla de Pavón el 17 de septiembre de 1861 y la asunción de Mitre como presidente en 1862 significó la destitución de Alberdi de su cargo de diplomático y prolongó su ausencia del país hasta 1878, en que es electo Diputado Nacional por Tucumán, arribando de regreso a su patria el 16 de setiembre de dicho año.

En tal calidad asistirá a la lucha por la sucesión presidencial desatada en 1880 cuando el gobernador de Buenos Aires, Carlos Tejedor se subleva contra el presidente Avellaneda. Este último traslada la sede del gobierno al pueblo de Belgrano siendo seguido por parte del congreso, actitud que no es compartida por Alberdi. Al vencer Avellaneda en la contienda, Buenos Aires es declarada Capital de la Nación por ley que es refrendada por la legislatura provincial. Los diputados que no acompañaron al presidente son declarados cesantes.-

Durante este época fue designado "doctor honoris causa" por la Facultad de Derecho y en tal carácter asistió a la colación de grados celebrada el 24 de mayo de 1880, acto en el que estaba invitado a usar de la palabra, pero no pudiendo hacerlo en razón de su delicada salud, entregó su discurso a uno de los graduados, Enrique García Merou, que luego sería su biógrafo. La disertación se tituló y luego editó bajo el acápite de "La omnipotencia del Estado es la negación de la libertad individual" en la que resumía sus ideas sobre la doctrina del estado omnipotente a la cual oponía la tesis cristiana que consagra el valor inviolable de la libertad y la personalidad humana, base del progreso y la civilización.

Mitre, avivando viejos rencores acuñados en su posición crítica al conflicto bélico con el Paraguay que originó otra de sus obras mas difundidas (El crimen de la guerra), se empeña en desacreditarlo por medio del diario La Nación, se opone a la iniciativa de imprimir sus obras completas por parte del Estado Nacional mediante un proyecto de ley que el presidente Julio Argentino Roca, sucesor de Avellaneda, envía al Congreso y a su nombramiento como embajador en Francia. Las obras fueron editadas, pero en el senado no obtuvo el consenso necesario para la designación diplomática.-

Abrumado por esta circunstancia, Alberdi se marcha nuevamente hacia Francia y muere en Neuilly-sur-Seine, suburbio de París, el 19 de junio de 1884, a la edad de setenta y cinco años, recibiendo cristiana sepultura sus restos en el cementerio de dicha localidad donde permanecieron hasta el 27 de abril de 1889, fecha en que fueron exhumados para ser repatriados por decreto del Superior Gobierno de la Nación presidido en ese entonces por Juarez Celman, siendo recibidos el 28 de mayo de 1889 a bordo del vapor "Azopardo" desde donde se los traslado en principio a la Catedral donde se le rindieron honores hasta el 5 de Junio en que se trasladaron al cementerio de la Recoleta hasta la bóveda de la familia Ledesma que los albergó hasta ser depositados en el mausoleo que fuera erigido en un terreno donado por la Municipalidad. Actualmente los mismos descansan en un nicho especialmente construido en la casa de gobierno de su provincia natal.-

Obra de Alberdi  

Monumento en el cementerio de la Recoleta(Listado incompleto)

Fragmento Preliminar al estudio del derecho (1837)

Predicar en desiertos (1838)

Reacción contra el españolismo (1838)

La generación presente a la faz de la generación pasada (1838)

La Revolución de Mayo (1839)

El gigante Amapolas y sus formidables enemigos, o sea fastos dramáticos de una guerra memorable (1842)

Ideas para presidir a la confección del curso de filosofía contemporánea (1842)

Memoria sobre la conveniencia y objetos de un Congreso General Americano (1844)

Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina (1852)

Elementos de derecho público provincial para la República Argentina (1853)

Sistema económico y rentístico de la Confederación Argentina (1854)

El crimen de la guerra (1870)

Peregrinación de Luz del Día en America (1871)

La Omnipotencia del Estado es la Negación de la Libertad Individual (1880)

Grandes y Pequeños Hombres del Plata (1879)

República Argentina (1880)

Obras completas, Buenos Aires, La Tribuna Nacional 1886, 8 tomos

Obras selectas, Buenos Aires, La Facultad, 1920

Bibliografía  [editar]Alberdi y su tiempo, Jorge M. Mayer, Buenos Aires, Eudeba, 1963. 

Historia Argentina, José Luis Busaniche, Buenos Aires, Solar-Hachette, 1973.

Historia de la Argentina, John Lynch y otros, Buenos Aires, Crítica, 2002.

Las ideas políticas en la Argentina, José Luis Romero, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1975.

Alberdi, La proyección sistemática dek espiritu de Mayo, Buenos Aires, Losada, 1961

Alberdi. Ensayo crítico". García Merou, Buenos Aires, Rosso, 1939

Alberdi, Sarmiento y el 90",Peña, Milicades. Buenos Aires, Fichas, 1972

Alberdi". Popolizio, Enrique. Buenos Aires, Losada, 1946

Que fue Alberdi", Speroni, Miguel A. Buenos Aires, Plus Ultra, 1973

Alberdi postumo", Teran, Oscar. Buenos Aires, Puntosur, 1988

El Salón literario de 1837", Weinberg, Felix. Buenos Aires, Hachette, 1977

Fragmento preliminar al estudio del derecho", reedición facsimilar c/noticia preliminar de Jorge Cabral Texo, Facultad de Derecho y Ciencias Sociales. Instituto de Historia del Derecho Argentino, Buenos Aires, 1942.-

Alberdi", Salvadores, Antonino, Ed. Nova, Buenos Aires, 1948

Alberdi ante la filosofia y el derecho de gentes", Diaz Cisneros, César, La Plata, 1930

Alberdi y el historicismo", Orgaz, Raúl A., Córdoba l937

Alberdi, constructor en el desierto", Palacios, Alfredo L., Buenos Aires, 1944

Alberdi. Su vida y escritos", Pelliza, Mariano A., Buenos Aires, 1834

El pensamiento internacional de Alberdi", Ruiz Moreno, Isidoro (h), Buenos Aires, 1945

La polémica de Alberdi con Sarmiento", Saenz Hayes, Ricardo, Buenos Aires, 1926

Las bases de Alberdi. Edicion crítica con una noticia preliminar". Mayer, Jorge M., Buenos Aires, Sudamericana, 1979.-

Alberdi. El ciudadano de la soledad", Rojas Paz, Pablo, Buenos Aires, Losada, 1952

  1. ###############################################################

Lecture on JUAN BAUTISTA ALBERDI

Tucumán was still a small city in the north of Argentina, when Juan Bautista Alberdi was born on August 29 ., 1810. His mother Josefa Araoz, died two months later as a consequence of the problems she had in childbirth. For this reason Alberdi used to say, many years later, that birth was his first misfortune.

Juan Bautista´s father, Salvador Alberdi, was a Basque merchant who had arrived from Spain a few years before. He settled down in Tucumán and lived in a big house where he installed a grocery store. Although Spanish traditions looked down on commercial activities and handiwork, Alberdi´s father devoted his life to trading. Consequently, Juan Bautista learned from his father that commerce was a dignifying activity.

On the other hand, Alberdi´s family on his mother´s side, had been settled in America since 1611, when the first Araoz arrived in Tucumán also from the Basque province of Spain. This old ancestor of Alberdi´s arrived in Argentina many years before the Mayflower pilgrims disembarked in New England. This may be the cause of Alberdi´s belief that Argentina´s problems were not a fruit of its recent birth as a country, but a consequence of its defficient cultural formation.

The long standing of his mother´s family in Argentinian territory, might have also provided him with a sense of security and solidity.

According to the family, Alberdi´s mother, Josefa Araoz, was gifted in music and the arts. Juan Bautista inherited these natural qualities.

Alberdi´s childhood must have been very sad, for he lost his mother soon after he was born and his father used to spend most of his time at the grocery store. He was brought up by his elder sister, Tránsito, his brothers Felipe and Manuel and……. the maid. His father died of a stroke in the Cabildo ( Town Hall in Hispanic America), while he was ready to vote for the concession of extraordinary powers to Bernabé Aráoz, gpvernor and relative of his wife. Juan Bautista, who was only twelve years old by that time, would admit many years later that his father liked Aráoz, although he was against dictatorship.

After Salvador Alberdi´s death, Governor Bernabé Aráoz took charge of the orphans. But in 1824, when Juan Bautista was fourteen years old, Aráoz was overthrown and executed by Javier López, who was also part of the family, for he was married to Alberdi´s aunt, Lucía Aráoz.

After this assassination, the new Governor Javier López protected the children and granted Juan Bautista a scholarship to study in Buenos Aires. It look the child about a month and a half to get to Buenos Aires in a narrow cart.

Once in the city, Juan Bautista was admitted as a pupil in the Moral Sciences College (Colegio de Ciencias Morales); but soon he felt that his deep sadness kept him from studying and decided to leave school. When the Headmaster of the college accepted his decision, he stated that Juan Bautista had no aptitudes at all for intellectual tasks, except for music. After leaving achool, Juan Bautista worked as a clerk at a friend´s store, but soon he changed his mind and went back to college. Finally, he finished High School and attended University to become a lawyer.

While studying in Buenos Aires, Alberdi was protected by Alejandro Heredia, who was a representative of Tucumán at the National Congress, from 1924 to 1926.

As soon as Heredia went back to Tucumán, he overthrew and excecuted Alberdi´s uncle, Javier López. This violent event was a terrible shock for Juan Bautista.

In 1834, before graduating as a lawyer, Alberdi returned to Tucumán. It was during the spring when the lilac flowers of the jacaranda trees witnessed his first love . However Alberdi decided to move to Buenos Aires, despite the romance and the offering of a job in Tucumán by the Governor.

Back in the capital, and following his romantic temperament, he devoted his time to composing music (valses and minuets). He fell in love whit Petrona Abadía, had a child, but never got married.

Meanwhile, dictator Juan Manuel de Rosas became the head of the national government creating an atmosphere of political violence and intolerance that made it impossible to develop any kind of political activity. Together with other young people, amongst whom were Esteban Echeverría, Miguel Cané and Juan María Gutiérrez, Alberdi founded the "Mayo Asociation" as well as a newspaper named "La Moda" (The Fashion"). But even these frivolous matters were considered dangerous by Rosas, who prohibited the publicaton of the paper. Forced to conspire against the government, these young intellectuals exiled themselves in 1838. Alberdi and Miguel Cané willingly settled in Montevideo, Uruguay. In their articles in the newspaper "El Nacional", they encouraged General Juan Lavalle to invade the country and overthrow Rosas.

But Rosas defeated Lavalle and this fact greatly discouraged Alberdi and his exiled friends. Altrough he was in love with Lastenia Videla, in 1843, he left for Europe where he spent his last savings.

Without either money or hope of seeing his country liberated from the oppresor, Juan Bautista decided to settle in the port of Valparaiso, Chile. There he got a job as a journalist in the newspaper "El Mercurio" -which still exists- and validated his degree as a lawyer. Some years later, he became a successful attorney and was able to buy a country house in an elegant neighbourhood named "Las Delicias".

In 1852, Rosas was overthown by General Justo J. de Urquiza. Most of the expatriates, such as Domingo Sarmiento and Bartolomé Mitre, returned to Argentina, whereas Alberdi hesitated. After a couple of weeks, he made up his mind to stay in Valparaiso and write a book proposing a constitution and a program for Urquiza´s government. The book was named "Basic and Starting Points for Institutional Organization". He suggested that the country should be ruled by a federate republican constitution.

Alberdi considered that the country was not ready for democracy after three centuries´ struggle against colonial monarchy and dictatorship. At the same time, he thought that Argentina could not go back to monarchy since nobody would accept, as he said, "a marquis in his own neighbourhood". Therefore, the only solution would be to establish a Republican government and educate the population so as to develop the chosen system. He thought that education and inmigration would change the country´s habits. Inmigrants would bring the sense of freedom and industry that Argentina lacked. But not any sort of inmigrants: Anglo- Saxons, in his opinion, would better provide these qualities.

Regarding education, Alberdi suggested not to implement a humanistic but a technical approach. He used to say: "The country does not need lawyers but farmers to cultivate the land and workers to build roads and railways".

General Urquiza, who had also been an authoritarian governor in the province of Entre Ríos for ten years, believed in Alberdi´s theories.

Urquiza decided to put foward the Constitution model proposed by Alberdi, and assembled a Constitutional Convention with this purpose. As a sign of gratitude, he offered Alberdi, to appoint him Ambassador to Chile, but Alberdi declined the offer on these grounds: "If I accepted a public position, it would look as if I was seeking honours, money or a political position".

Years went by and Alberdi continued living in Chile, where he practised as a lawyer. He was still single but his intelligence, his manners and his passion for music made him very attractive to women. Matilde Lamarca, the daughter of an exiled friend, fell in love with him. The relationship was close to marriage when once again a political event frustrated his intentions. Buenos Aires had separated from the rest of the country and was about to declare its independence. Faced to these facts, Urquiza asked Alberdi to be his ambassador in Paris. Alberdi´s main task was to prevent Buenos Aires from being recognized in Europe as an independent country.

In 1855, Alberdi accepted the post as ambassador, and left for Paris straight from Valparaiso. He sailed through the Pacific Ocean to Panamá. Once there, he went by train to the Atlantic coast and from there he sailed to La Habana and New York. He also visited Washington, where he met District Attorney Caleb Cushing and President Frankling Pierce, who anticipated that the United States would not recognize Buenos Aires as an independent nation. Althrough he only stayed one month in the United States, he profited by the visit. He studied the process of inmigration in North America, pluvial navigation, the federal system, customs and public lands legislation.

On his departure from Boston to Europe he wrote to a friend: "How calm and patient I see this race of freedom in their proud homes!. The plans of expanding to South America may be in the minds of the excited populace but I haven ´t found any of these thoughts in public men." Soon after writing these words, Alberdi arrived in England, where he could get support for his cause thanks to President Pierce´s recommendations. Then he settled in Paris ruled at the time by Napoleon III This king had been chosen President some years before by democratic means, but afterwards he claimed himself Emperor and ruled the country with a combination of political authoritarianism and free market economy.

Alberdi kept to his austere and simple habits at the luxurious French court. In public receptions, Napoleon III used to ask him ironically: "How are military coups in South America today?".

Alberdi preserved Argentinian unity as Ambassador to France and England. In other words, he achieved his aim impeding the recognition of Buenos Aires as an independent state. He also travelled to Spain, where he could get the recognition of Argentinian independence, which had been declared in 1816 but had never been accepted oficially by that country. Rosas, the former dictator, was exiled in England when Alberdi met him. The situation had changed and Alberdi helped Rosas to overcome his economic difficulties aroused by the confiscation of his properties in Argentina. At Rosas´ daughter´s home, Alberdi met Josefa Gomez, a young widow very close to the ex dictator´s family. Juan Bautista and Josefa met later in Paris where they lived a public romance. Alberdi took her to an official reception at the Palais des Tulleries. She was dressed up in a bright red dress, the colour that identified Rosas´ political party. This fact triggered a terrible scandal in Buenos Aires and his political adversaries demanded his removal from the Embassy.

The conflict between Buenos Aires and the Confederation ended in 1860 with the battle of Pavon. Bartolomé Mitre, who was the Governor of Buenos Aires, won the fight and took over the presidency of the republic. As soon as Mitre came to office, he removed Alberdi from his post.

Disposessed of his position, Alberdi hesitated whether to return to his country, which he had left twenty two years before, or to stay in Europe. He also considered the possibility of going back to his country house in Las Delicias, Valparaiso, where he had learned the advantages of an inmigration policy.

While Alberdi was trying to make up his mind, President Mitre, along with the governments of Uruguay and Brasil, declared war to Praraguay. Alberdi warned his fellow countrymen that the war was only a cover for Mitre´s military ambitions. Mitre considered himself a new Napoleón Bonaparte. Therefore, Alberdi decided to remain in Paris and work against the war in South America. He published four pamplets where he sustained that Paraguay had better rights than the allied forces.

President Mitre, who commanded the allied troops, stated that Asuncion would be taken over in six months. He also accused Alberdi of being a traitor to the country´s cause. Paraguay finally surrendered and the war came to an end, but Mitre did not withdraw charges against Alberdi.

Meanwhile, Matilde Lamarca, who had been Alberdi´s fiancee in Chile, married a man much older than her and went to live in Europe. Once in Paris, she restarted a friendship with Alberdi that did not end up until his death.

Alberdi employed a French housekeeper, Angelina Dougé, who shared his room when he stayed in different hotels. In summertime, Alberdi would stay in Saint André de Fontenay, Normandy, where Angelina owned a house. In this place Alberdi wrote his book "War as a Crime". He wondered in this essay why a criminal should pay for his crimes in jail while leaders of the war, who pushed thousand of people to death, were cherished and glorified with monuments. He also considered that a country at war takes justice by its own hands without the mediation of a neutral third party. He claimed that war would be a crime as long as the affected countries did not subject themselves to the decisions of the international community. In 1874, Nicolás Avellaneda succeeded Domingo Faustino Sarmiento in the Presidency. The new President was the son of Marco Avellaneda, who had been a close friend and schoolmate of Alberdi´s.

But although Alberdi could have returned to Argentina as soon as Nicolás Avellaneda came to office, he did not come back until 1879, when he was elected Deputy in the National Congress, representing the province of Tucumán.

Alberdi was a legendary figure when he desembarked in Buenos Aires after forty one years´ absence. He had been exiled in Rosas´ period, he had created the program for the Constitution and he had been proscribed by Mitre because of his opposition to the war. A few months after being appointed deputy, a new peoblem aroused between Buenos Aires and the rest of the country: they disputed where the new capital city should be located. The President and most of the members of Congress went to the near town of Belgrano, where the question was solved by fighting. Alberdi, faithful to his pacifist principles, decided to remain in Buenos Aires.

After the battle, the winners declared the expiration of the mandate of all congressmen who had stayed in Buenos Aires during the events. Although Alberdi was rspected and admired by most Argentinians, inclufing President Julio A. Roca, he was also deposed. He did not feel at ease in his own country, for he was an intellectual and found these political disputes frustrating and difficult to cope with. Besides, he missed Autumn in Paris which he liked as much as spring in Tucumán, his birthplace. He said: "After living for decades at the heart of civilized world, I understood that civilization has nothing to do with technology or electricity, but with tolerance to other people´s ideas".

He set off for Paris looking forward to meeting his housekeeper and his old friend Matilde Lamarca. But before the ship arrived in Burdeos, he suffered a stroke that inmovilized one of his legs. He stayed a few months recovering in Burdeos, and then he departed to Paris. Once in that city, the seventy one-year-old bachelor met Angelina, the housekeeper, who took him to her house in Normandy. He tried to recover there before going back to Paris, but the decline of his health was inevitable. His mind started to fail and his friend Matilde Lamarca decided to keep him at a sanatorium in Neuilly Sur Seine, near Paris. He died I in the morning of June 19, 1884. Angelina arrived from Normandy the following day and fainted in despair when she saw the lonely corpse of his beloved "Monsieur Alberdi".

In that loneliness died the man who created the institutional transformation of Argentina. His ideas made the country develop from religious intolerance to freedom of creed; from political authoritarianism to balance of powers; from economic statism to a free market economy; from chauvinism and xenophoby to an open inmigration policy.

He was a man of contrasts. He never recognized the paternity of his son, but he was the father of modern Argentina. He was loved by many women but he never got engaged to any of them. He was the son of a secessionist Basque, but he sought for Argentinian unity as ambassador to Paris. He rejected Spanish values inherited from colonial times, but he worked to achieve the recognition of Argentinian independence by Spain.

In times that glorified warriors and military people, Alberdi was a pacifist. It was once said that Alberdi used to seduce women by his music and men by his book "The Bases". In spite of all his weaknesses, Alberdi still remains a charming character and one of the most outstanding men in Argentinian history.

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Homenaje al Bicentenario de su Nacimiento LA INFANCIA Y ADOLESCENCIA DE ALBERDI

Por Rodolfo Sala

Juan B. Alberdi

Juan B. Alberdi

Diego Lagos, personaje de ficción, hijo de un periodista, titular del diario más grande de Rosario, adquiere la amistad de Juan Bautista Alberdi y convienen que en viaje a Europa, el ilustre tucumano le contará su vida a Diego para que éste escriba su biografía.

El retorno a Europa de Juan Bautista se produce en el marco histórico del general Roca, recién recibido de la primera presidencia, y con Mitre y Sarmiento atacándolo incesantemente por cualquier motivo. Alberdi no quiere contestar y asume que debe volver a Europa, a la tranquilidad y el cuidado de Angelina Daugé, su amada ama de llaves.

Diego, pleno de ilusiones porque va a escribir la vida del hombre a quien más admira, y Juan Bautista, desilusionado y triste porque sabe, pese a las promesas que hizo de un pronto retorno, que jamás volverá, se embarcaron el miércoles 3 de agosto de 1881 en el vapor Cosmos hacia Montevideo, y luego en el Galicia con destino a Europa.

I

EL TERCER DÍA DE NAVEGACIÓN, era un día soleado, sereno y moderadamente cálido. Nos encontramos con Juan Bautista en la cubierta y nos sentamos cómodamente, lo cual invitaba a una charla acerca de su vida.

–Cuénteme sobre su infancia y adolescencia –le dije sin mediar introducción. Alberdi se sonrió por lo apasionado y nervioso de mi pedido.

–Bien –dijo Juan Bautista-, entremos en materia. Mi padre Salvador, vizcaíno, llegó a Tucumán alrededor de 1790 y se casó con Josefa Rosa Aráoz y Valderrama, la que sería mi madre, que era muy hermosa, porque usted sabrá que las Aráoz se destacaban por ser de belleza muy singular. También mi padre era muy apuesto y afecto a las ideas roussonianas que trataba de divulgar y enseñar a los jóvenes, alternando con su comercio de tienda con el cual sostenía a su familia.

Mi madre era de una tradicional familia radicada en Tucumán, cuyos ancestros se los ubica en Vergara, provincia vasca de Guipúzcoa. Nuestra tradición familiar dice que existía una relación sanguínea con San Ignacio de Loyola, fundador de la orden de los “Hijos de la Compañía de Jesús”. En esta orden participó Fray (doctor) Antonio Aráoz, quien había nacido en 1516 y se doctorara en la Universidad de Salamanca. Tomó los hábitos sacerdotales con profunda devoción cristiana, dotado de mucha ciencia y virtudes, a tal punto que S. M. le ofreció el arzobispado de Toledo el cual no aceptó. Pero en cambio fue comisario general de la Compañía de Jesús, fundando cerca de quince colegios bajo la advocación de su orden, muriendo en el año 1573. Coincide esta vinculación espiritual y doctrinaria con el parentesco con los Loyola, debido al casamiento de Magdalena de Aráoz con uno de los trece hermanos de San Ignacio de Loyola. Éste se llamaba Íñigo por esos tiempos. Íñigo López de Loyola, quien fue el menor de los hermanos, nació alrededor de 1491 en un valle de fértil vegetación, esplendoroso y exuberante, entre Azpeitía y Azcoitía. Su cambio de nombre de Íñigo por Ignacio es muy probable que se deba a su devoción por San Ignacio de Antioquía.

–No sé Diego, si lo estoy cansando con esta perorata sobre mis ancestros. Usted dígame.

–De ninguna manera, maestro, usted hábleme, de todos modos yo resumo y hacemos más comprensible el relato; para mí por supuesto.

–Bien, le diré que mi mayor desgracia y motivo de tristeza, y también de culpa, fue el haber nacido aquel 29 de agosto de 1810, porque ese nacimiento, a los pocos meses de haber ocurrido, produjo la muerte de mi madre.

–Perdone usted la interrupción –le dije-, pero debo hacerlo porque usted es demasiado severo al asumir tamaña responsabilidad, cuando la decisión de su concepción fue tomada por su padre y justamente, por su propia madre. Aquello que sí comprendo es su tristeza y dolor que aún mantiene por no haber conocido a su madre suya tan bella.

–Le agradezco Diego que sea tan benévolo y trate de consolarme pero ya estoy muy viejo y esta pesada carga la he llevado durante toda mi existencia y la seguiré llevando hasta el final de mis días, por lo cual le pido que no se sienta defraudado al tratar de llevar entendimiento y razonamiento a esta dura cabeza de vasco que tengo.

–Mi tío Bernabé Aráoz era el prototipo del caudillo del estilo de 1810, que siempre tenía el caballo ensillado, porque no sabía en qué momento iba a ser atacado por otro caudillo vecino. En esos tiempos las provincias eran feudos en donde no imperaba la ley ni el orden.

Los pobladores se sentían más seguros cuando un gobernador se eternizaba en el mando porque así acumulaba más poder y le daba la posibilidad de defender a sus gobernados. Él sabía que siempre estaba latente el avance de la montonera. Aráoz sometía a Santiago del Estero; Güemes quería saquear a los tucumanos. Quiroga le exigía a Tucumán compensación por una batalla ganada. Quedó grabado a fuego el triunfo de mi tío sobre Güemes en 1821, quien había entrado a Tucumán a sangre y fuego con la intención de derrocar a Aráoz y de saqueo para satisfacer a la soldadesca, pero los tucumanos: soldados, hombres, niños y mujeres se debatieron para defender la ciudad y lo hicieron con cuanto elemento de lucha o agresión contaban, con las enseñanzas que dejaron la defensa de Buenos Aires en las invasiones inglesas. Y lograron que la batalla se diera fuera de la ciudad, en Rincón de Marlopa. Recuerdo a mi tío Bernabé llegar a la ciudad con las ropas hechas jirones y manchadas de sangre propia y ajena, pero con una expresión de orgullo porque había vencido a Güemes. Pero el triunfo no había sido gratuito, habían perdido la vida decenas de tucumanos y otros tantos heridos. La familia Aráoz había adquirido gran prestigio entre los tucumanos por el honor con que la provincia había sido defendida por mi tío Bernabé.

–Quiero detenerme en el relato de mi vida, para hacerlo sobre la de Bernabé Aráoz, porque creo que no se ha hecho justicia con su memoria y ha sido desacreditado gratuitamente. Mi tío fue un militar valiente gran colaborador y jefe determinante en el triunfo de Belgrano en 1812, aportando dinero a la causa y sus empleados del campo se prestaron, por devoción a su patrón, a luchar en la batalla.

No influyó ninguna figura prominente para que San Miguel de Tucumán fuera sede del Congreso que declaró la independencia. Indudablemente que su situación geográfica central contribuyó y mucho, pero también debían darse condiciones políticas favorables en los sentimientos patrióticos de los líderes que gobernaban la provincia y en el fervor de la población. Bernabé organizó personalmente todo lo concerniente a la instalación del congreso. En su casa, frente a la Catedral, se llevaron a cabo las reuniones preliminares recibiendo a los diputados y alojándolos en las casas particulares que se ofrecieron al efecto, conforme iban llegando desde las distintas provincias. Allí se debatieron los términos fundamentales de la Declaración de la Independencia.

Como las sesiones del congreso se llevaron a cabo en la casa de doña Francisca Bazán de Laguna, a pocos metros de la casa de mi tío, en la misma calle en la acera de enfrente, prestó parte de su propio mobiliario de su casa para las reuniones del Congreso y la mesa en la que se juró y firmó la declaración pasó a ser un mueble de inmenso poder afectivo para la familia, ya que le pertenecía a Bernabé.

Fue un gobernador muy progresista y desinteresado en cuestiones de dinero. Nunca cobró sueldos de gobernador y costeó de su propio peculio la construcción de la acequia que trajo el agua a la ciudad, instaló el alumbrado público, creó una escuela de primeras letras y el primer mercado de alimentos. También impuso tasas para financiar el aseo y mantenimiento de la vía pública. Pero también le diré, Diego, que entre mis parientes no existía la concordia, porque en 1823 Javier López, casado con Lucía Aráoz, también tío mío, derrocó a Bernabé, pero éste equivocó la decisión de la huída: en lugar de hacerlo hacia sus propios campos, como lo había hecho en otras oportunidades, lo hizo hacia Salta, en donde lo odiaban por su triunfo sobre Güemes. López lo capturó el 24 de marzo de 1824 y sin más trámite lo hizo fusilar, junto al río Trancas contra el paredón de una iglesia, dándole tiempo para que orara y fumara un cigarrillo de papel, aprovechando Aráoz para acuñar una frase que atravesó la triste historia de los conflictos provinciales y también los familiares; mi tío Bernabé Aráoz dijo, haciendo rebotar el dedo anular en el cigarrillo dejando caer las cenizas: “la existencia humana es como estas cenizas”.

–Como usted verá la familia de mi madre, era la principal en aquella época. Pero mi padre, aún cuando tenía un gran respeto por Bernabé, no era lo que quería para un gobierno de la provincia. Por eso se había hecho amigo del general Belgrano, quien vino a vivir a mi casa y según dicen, porque no recuerdo, yo jugaba a los soldaditos sentado en las faldas del general. Y así fue, que cuando tuve unos años más mis paseos preferidos eran al campo de la Ciudadela, donde el general tuvo su campamento o al Campo de las Carreras, el escenario de la gesta guerrera que era para mí el triunfo de lo bueno sobre lo malo, el triunfo de la libertad sobre la opresión y, fundamentalmente, el triunfo de los principios que mi padre me había inculcado y conversaba y debatía con Belgrano. Allí en esos campos veía al general como batió a los “maturrangos”; en el propio lugar, evocaba los cuentos casi sobrehumanos que me hacía mi padre sobre las hazañas del general y me transportaban a una niñez plena de ausencias.

–Juan Bautista –le pregunté-, ¿usted no recuerda nada del general Belgrano?

–Es una sensación rara la que experimento, Diego. No sé si son recuerdos o sueños o hechos que en mi mente se fueron formando como realidades, pero realmente escucho su voz aflautada y siento sus caricias sobre mi cabecita de niño. No lo puedo precisar.

–Permítame que le cuente, antes de continuar con mi padre –que cuando lo evoco estaría horas hablando de él-, que del matrimonio de mis padres nacimos cinco hermanos: el primero se llamaba Manuel, a quien no conocí porque murió en los primeros años de vida, luego seguía Felipe, quien fuera mi tutor en mi adolescencia y amigo íntimo del gobernador Alejandro Heredia en 1834, Tránsito, otro Manuel y yo. Todos fueron muy cariñosos conmigo, tal vez por ser el menor y a través de mí evocaban el recuerdo de mi madre. Las familias en esos tiempos eran muy numerosas pero así también se diezmaban, producto de las guerras y las enfermedades. Siempre la muerte estaba acechando y las procreaciones, como la mía, se perdían prontamente o se disgregaban.

–De sus palabras se desprende –le dije-, que usted tenía un gran amor por sus progenitores y hermanos y un gran sentido de los lazos familiares lo cual me lleva a preguntarme: ¿por qué usted no se casó y formó un núcleo familiar?

–Querido Diego, habíamos convenido que no íbamos a hablar de mis intimidades.

–Perdóneme señor, he sido muy imprudente, pero me ha conmovido sus relatos de padres y hermanos, por lo cual no había reparado en lo convenido. Prosiga usted que no volverá a ocurrir.

–De acuerdo Diego. Mi padre tenía un comercio de tienda y yo alternaba con el estudio el trabajo en la tienda. No obstante su condición de inmigrante vasco, el Congreso le designó Ciudadano Honorario de las Provincias Unidas del Río de la Plata, ciudadanía que tanto apreció y celebró. Tal vez este hecho haya influido en mí cuando los españoles requirieron que en el reconocimiento de la independencia se tomara en cuenta por parte de las autoridades de la Confederación, el deseo de los hijos de españoles de adoptar la ciudadanía paterna, que tanto me echaron en cara mis conciudadanos. Digo mal, algunos conciudadanos. Pero el caso de mi padre es el vivo ejemplo que el hombre no nace de la tierra sino que adopta la ciudadanía que pueden ser las de él, de sus hijos, esposa o la que le indican el agradecimiento al suelo que lo acogió. Esta es una cuestión íntimamente privada y no hay que hurgar en las motivaciones.

Yo alternaba mis estudios primarios con trabajos que yo mismo me imponía ayudando a mi padre en sus tareas en la tienda. En los atardeceres estivales caminaba en dirección al río en búsqueda de fresco, pero también de soledad. Me sentía a gusto entre los naranjales, los molles y los lapachos, sintiendo el sonido del río que corría y el silencio angustioso de los cerros. Yo no sé si fuera la tristeza la que me gustaba, porque ese panorama me entristecía y al mismo tiempo me atraía, porque la visión de mi madre estaba presente, aunque no la había conocido la sentía entrañablemente, y su imagen, y su voz se diluía en el fondo de las montañas, a tal punto que creía que ella estaba allí, allí no más, detrás de los cerros y que me llamaba con esa voz tan dulce que dicen que tenía: ¡Bautista! ¡Bautista!

Juan Bautista, hizo un silencio. Y yo caí en cuenta que las lágrimas corrían por mis mejillas y él había percibido mi emoción. En realidad no estaba hablando conmigo, sino con sus recuerdos; y le hacía bien tener un interlocutor a quién contarle lo que, en definitiva, eran sus intimidades y que habíamos convenido en no hablar de ellas. Así era Juan Bautista de contradictorio.

II

–MI PADRE RECIBÍA REVISTAS DE PARÍS –prosiguió con el relato-, en las que se alternaban informaciones políticas, culturales y de modas, de manera que estaba al tanto de las compras que debía hacer para incorporar a su tienda, como de las actualidades culturales y políticas del Viejo Mundo.

–Usted habrá leído, Diego, en lecturas de la historia, que cuando en enero de 1820 el Ejército del Norte se subleva en contra de su jefe en la Posta de Arequito, el Director Rondeau es derrotado en Cepeda y con este motivo se inicia un proceso de disgregación y desacuerdos entre las provincias; mi tío Bernabé Aráoz decide declarar al gobierno autónomo y la provincia de Tucumán lo inviste de facultades extraordinarias creando la República de Tucumán, dotándola de una Constitución, con características avanzadas. Mi tío no tenía la intención de instalarse como un dictador, sino que por el contrario decidió establecer los tres poderes independientes, ni tampoco erigirse en un gobernante separatista. En realidad fue un pragmático, que ante el desorden imperante no quería que Tucumán fuera presa de ese desquicio. Cuando hablaba de “república” en realidad se refería a una provincia con autonomía. Le cuento estos prolegómenos, querido Diego, porque es en estas circunstancias en que ocurre el desastre familiar que termina con mi infancia y apresura mi juventud. Mi padre estaba designado por elección popular como miembro de la nueva legislatura que investiría a mi tío de las facultades que le mencioné. Ese domingo del 3 de marzo de 1822, cuando estaba dispuesto a firmar el acta tuvo una descompensación que se lo impidió y debió trasladárselo a mi casa, prácticamente en brazos de mi tío José Gregorio Aráoz. Ni bien percibí la escena me imaginé lo peor que podría pasar. Mi padre falleció esa misma noche, sumergiéndome a mí, y a toda mi familia en el más profundo dolor. Así que con apenas doce años había quedado huérfano a la tutela de mi hermano mayor Felipe. Con esta muerte habían quedado sepultadas las clases y charlas a los jóvenes de las ideas y principios del “Contrato Social” de Rousseau, la gran amistad con el general Belgrano, su posición social ganada por su inserción en la cultura tucumana, la defensa de la idea del hombre libre, que yo heredé. En fin, se fueron todos los valores que nos posibilita la vida y que prontamente se lleva la muerte.

–Dos años más tarde otra tragedia, que ya le narré, con el doble martirio de un tío fusilando a otro tío por discordias políticas y de poder. ¿Por qué la música, que ha sido una de mis pasiones, recoge tonadas tan tristes y melancólicas? ¿Lo ha pensado? Pues yo, que he vivido esa pasión irrefrenable por el poder y el desprecio por la vida, que la muerte siempre estaba presente en cada despertar diario, creo que la música era la expresión de esos pueblos que

reflejaban los odios, amores, pasiones y desencuentros, preñadas de tristezas y lamentos.

–Juan Bautista –le dije-, usted ha hecho un esfuerzo muy grande contándome sus recuerdos, y pienso que estoy abusando de su bonhomía.

–De ninguna manera Diego, estas charlas son para mí como un antídoto contra el olvido, o el querer olvidar, un pasado triste, melancólico pero pleno de vivencias y recuerdos que también me han traído felicidad, porque fueron parte de una existencia en mi terruño que se estaban acurrucando en mi mente para dormirse definitivamente.

Usted, Diego, cuando tenga mi edad se dará cuenta que los recuerdos tristes son necesarios para sentirse vivo, porque el alma es como un músculo u órgano que necesita de la actividad para que se vigorice.

–Bueno, yo me alegro que sea el receptáculo de sus sentimientos que ha depositado en mí; de todos modos, si a usted le parece, vayamos a compartir con Pablo Riccheri y el capitán del barco, esta hermosa travesía.

–De acuerdo Diego, me place hacerle el gusto a los jóvenes.

III

ESA NOCHE me costó conciliar el sueño recorriendo en mi mente los pasajes de la vida de Juan Bautista tratando de comprender su espiritualidad y analizando los por qué, de su existencia solitaria y ausente. El día siguiente fue también calmo y soleado. Nos encontramos en el salón comedor del buque para desayunar y luego de haberlo hecho mi amigo y maestro se encaminó hacia el lugar de la cubierta en la que habíamos estado el día anterior.

–Que le parece Diego si retomamos el relato.

–Encantado maestro, no había querido sugerirlo por temor a incomodarlo.

–La escuela a la cual concurría, fundada por Manuel Belgrano, era pobre como la gran cantidad de niños que asistían. Las clases de catecismo, la historia sagrada se aprendía a coro, como auxiliar de la memoria o en versos que perduraban en nuestras mentes con mayor facilidad al ser recitadas. En 1823 un decreto del gobernador Martín Rodríguez instituyó una beca para que algunos jóvenes de las provincias recibieran educación en Buenos Aires. Los contactos de mi familia debieron haber influido en alguna medida para que me eligieran junto a Marcos Paz, mi primo Fabián Ledesma, Marco Avellaneda, Brígido Silva, Prudencio Gramajo y Ángel López para estudiar en el famoso Colegio de Ciencias Morales en el año siguiente. Menos suerte tuvo en San Juan mi compatriota y durante mucho años mi enemigo, Domingo Faustino Sarmiento, quien también se había inscripto y terminó perdiendo por sorteo con otro postulante. Así fue que en mayo del siguiente año, mi tío y gobernador Javier López, le envió una carta muy conceptuosa referente a mi persona al gobernador Las Heras recomendándome para la beca. Mi hermano Felipe, que era el responsable de mi educación y de mi formación, me embarcó en un viaje de tropa de carretas y me recomendó al coronel Pedro Andrés García, quien era el padre del discutido Ministro de Hacienda de las Provincias Unidas, doctor Manuel José García, famoso por la tramitación del crédito de la Banca Baring al Banco de Descuentos o de la Provincia de Buenos Aires, entidad que se creó por su iniciativa, préstamo que estimo todavía no se terminó de pagar.

–El viaje duró dos meses – ¡Trescientas sesenta leguas!–, pero no fue fastidio para mí, porque todo lo que veía y conocía, como nuevos paisajes y lugares que me parecían encantados, iban acrecentando mis conocimientos sobre la extensa geografía de nuestro país.

Cabalgaba por horas alejándome de la tropa y luego retornando cansado para dormir en mi carreta sobre el colchón y mantas que había llevado al efecto. El coronel García me reprendió severamente en una oportunidad que me ausenté por todo el día y como castigo me dio tarea extra. Yo tuve que asumir la falta refunfuñando, pero tenía razón porque estaba a su cuidado y mi ausencia le preocupaba. Todo era distinto, todo era nuevo. Algunos atardeceres me sentaba en la parte trasera mirando en sentido inverso a nuestro avance, mirando hacia el Norte, recordando los cuentos que mi padre me hacía sobre los ataques de los indios a las tropas de carretas. Mi padre me relataba que los indígenas enviaban a un bombero, que así le decían a un espía, para recoger información sobre la cantidad de carretas, defensas y otros detalles que facilitaran las acciones de pillaje de los indios. El bombero era generalmente un cristiano, que pasaba desapercibido a veces en los poblados, enterándose de las cargas que llevarían las tropas para luego pasarle la información al jefe de la tribu. Y cuando atacaban, los pasajeros, los peones y los carreteros huían a campo traviesa dejándoles el botín a cambio de sus vidas, lo cual parecía que era una convención. Esos recuerdos, se rompían con el arre de los carreteros y me quedaba viendo el horizonte que íbamos dejando atrás. Ese desierto inmenso, despoblado, ansioso de que llegaran inmigrantes a poblarlo llenaba mi imaginación. Mi corta edad y mis pocos conocimientos me impedían comprender la necesidad del entendimiento de los gobiernos provinciales, dándome cuenta del sentido cuando mi padre me dijo en una oportunidad: “después comprenderás”, que gobernar es poblar. Los días se sucedían sin que yo me diera cuenta y cuando percibí la cercanía del fin del viaje mi corazón comenzó a acelerarse. “Hemos llegado” dijo el carretero.

IV

–PERMÍTAME DIEGO que le describa la historia del colegio al que iba destinado a mi llegada a Buenos Aires. En el año 1783 el Virrey Vértiz fundó el Real Colegio Convictorio de San Carlos, por cuyos claustros, como dijera Juan María Gutiérrez, habían recibido educación “casi todos los hombres que encabezaron y sostuvieron la revolución y honraron a la patria con sus talentos”. Pasados treinta y cinco años de fructífera labor educativa, el Colegio San Carlos se transformó, en 1818, en el Colegio de la Unión del Sud, con la finalidad de promover las ciencias. Es necesario decir que fueron los jesuitas, con gran orgullo mío por lo que me tocaba, los que introdujeron el estudio de las ciencias naturales, la geografía, la etnografía, la historia y la lingüística, lo cual desmerece lo manifestado por Manuel Moreno, quien dijo que hasta esos tiempos la enseñanza se limitaba a formar “teólogos intolerantes”. Si bien esto era cierto parcialmente, en cuanto a lo que se limitaba a algunos colegios, es menester reconocer que los jesuitas no estilaban educar con ese perfil. Usted recordará, por sus estudios, que esta congregación fue expulsada en 1767. Luego de creada en 1823 la Universidad por el gobierno de Rivadavia, el Colegio de la Unión del Sud, adquiere el nombre de Colegio de Ciencias Morales al que yo fui destinado y me presentara el coronel García al director de la institución, doctor Miguel de Belgrano.

–Dígame Juan Bautista, en dónde estaba ubicado el Colegio.

–Estaba ubicado en la Manzana de las Luces, en Santa Rosa, Santa Clara, Representante y San Francisco, junto a la Biblioteca Pública, a las academias de dibujo de francés e inglés, pero para mí era como si estuviera confinado en el más solitario de los desiertos. Porque yo estaba pupilo y acostumbrado a gozar de la libertad y esa reclusión con severa disciplina, en donde había que levantarse a las cinco de la mañana para realizar las tareas de lavado de la ropa y aseo del dormitorio, me producía una enorme añoranza por mis hermanos y mi ciudad provinciana.

–Me habían hablado de la excelencia de la educación, pero ésta era muy precaria y los profesores mediocres, a tal punto que las grandes obras las leíamos a escondidas de nuestros superiores como si se tratara de textos prohibidos. Las penitencias que se prodigaban por faltas aún leves eran propias de instituciones oscurantistas medievales y humillaban la condición humana. Recordaba, en esas circunstancias, las lecturas de mi padre sobre el liberalismo y los derechos individuales.

–Poco a poco el sistema fue minando mis objetivos, y hablé con el señor Juan B. Maldes, creo irresponsablemente, solicitándole trabajo en su tienda. Aceptó mi propuesta e inmediatamente le escribí a mi hermano Felipe, diciéndole que solicitara mi retiro del colegio. Supongo que muy a disgusto, por las expectativas que sobre mí se había formado, le escribió una carta al doctor Miguel de Belgrano diciéndole que “su hermano Juan Bautista, debido a las dolencias como por su poca inclinación al estudio, le es imposible continuar en ese establecimiento, por lo que viéndose en la necesidad de darle otra carrera, le solicita permitirle retirarlo del Colegio”. Más tarde el rector se dirige al gobernador Las Heras y le dice que es una ventaja para el Colegio que el joven Juan Bautista Alberdi haya solicitado el retiro, porque lo único que le interesa es la música y esta institución no puede brindarle solamente esa enseñanza.

–El trabajo en la Tienda Maldes –le dije-, no le era ajeno a usted porque ciertos conocimientos del trabajo con su padre le habían otorgado experiencia.

–Claro, y además esta ocupación me gustaba porque alternaba con personas finas, sobre todo teniendo en cuenta que era uno de los negocios de mayor prestigio en el ramo. Muchas señoras bellas se acercaban como parte de sus paseos de compras o para actualizarse de las nuevas modas en Europa, pero también los caballeros participaban de esas recorridas. Por otra parte, la ubicación de la tienda, frente al Colegio, me permitía tener un contacto diario con mis ex colegas, circunstancia que fue definitiva para mantenerme actualizado de lo que mis amigos leían, y a convencerme que había cometido un error, pese a las calamidades del Colegio, como así lo expreso en mi Autobiografía.

–En una oportunidad yo estaba enfrascado en mi lectura, cuando escuché un fuerte golpe en el mostrador: era mi primo José María Aráoz que había venido a despedirse porque estaba a punto de viajar a Tucumán, quien me dijo:

“– ¿Por qué saliste del Colegio si tanto te gusta la lectura?” Y yo le contesté:

–Bien arrepentido que estoy de ello.

”–Y si te pusieran de nuevo en el Colegio ¿irías con gusto?

”–Sin duda alguna –le respondí”.

–Es posible que mi primo no haya medido la trascendencia que este hecho causó en mi destino, porque habló de este diálogo que había tenido conmigo con Alejandro Heredia, a la sazón diputado por Tucumán ante el Congreso Constituyente de 1824 y con Florencio Varela, importante funcionario del gobierno de Rivadavia. Heredia le pidió a Varela que intercediera para que se me restableciera la beca y éste asumió con gran afán el encargo, a tal punto que don Florencio me citó a su casa en la calle del Parque para hablar sobre el tema que nos preocupaba a los dos. De esa manera pude reingresar al Colegio al año siguiente. Y era tal el empeño que Alejandro Heredia puso para que yo volviera al Colegio, que para que no perdiera tiempo, me dio clases de gramática de latín en forma personal e hizo los trámites, demostrando su benevolencia, para que me enseñaran música.

–El regreso al Colegio de Ciencias Morales tuvo todas las características del desertor a quién han atrapado. Fue para mí bastante traumático el retorno, pero la actitud de Florencio Varela evitó las reprensiones y los discursos de mejor comportamiento, porque Varela ya había hablado todo lo que se debía hablar. Me reencontré con mis antiguos compañeros: con Félix Frías, Miguel Cané, Vicente Fidel López, Marcos Paz, Carlos Tejedor, Marco Avellaneda y otros amigos.

–Referente a Alejandro Heredia, quien se convirtiera en mi protector, como le dije, había sido nombrado por la Legislatura tucumana al Congreso que tenía el propósito de sancionar una constitución para el país. En cambio, los diputados porteños se los eligió, por primera vez, mediante el sufragio universal. El Congreso sesionaría durante tres años, mientras el país entraba en guerra con el Imperio del Brasil por la soberanía de la Banda Oriental. Rivadavia es elegido presidente en 1824. Yo seguía con ansiedad los debates que se daban en el Congreso y las opiniones, producto de las distintas visiones del país que se estaba formando, se dividieron entre unitarios en donde se enrolaban Julián Segundo Agüero y Salvador María del Carril, y otros, como Manuel Dorrego y Alejandro Heredia, que abogaban por un sistema federal. Finalmente, en 1826, se vota una Constitución de sesgo unitario, pero que las provincias debían de aceptar, lo cual era un trámite de difícil concreción. Efectivamente, los gobernadores provinciales rechazaron la nueva constitución produciéndose un gran descontento que se vio agravado por las gestiones de paz con el Brasil. Bajo una fuerte influencia comercial y diplomática de los ingleses, se le otorgó al imperio brasileño el dominio de la Banda Oriental. Yo admiraba a Rivadavia por las reformas que había introducido, pero existía en todo el grupo unitario un desconocimiento vital del país federal y que la falta de este entendimiento, agravado por la presencia de doctrinas totalitarias, condujo al país a muchos años de desencuentro.

–El esfuerzo de Alejandro Heredia y de Florencio Varela para lograr mi reingreso al Colegio de Ciencias Morales no podía se defraudado por mi falta de apego al estudio, lo cual me indujo a ser más aplicado y lograr un interés mayor por las materias que se dictaban.

Reconozco que tuve que poner un gran esmero para seguir con atención las lecciones de latín que recitaba don Mariano Guerra, seguramente cansado por sus largos viajes diarios a caballo que debía realizar para llegar al Colegio. Con Miguel Cané nos sentábamos en el primer banco y tal vez por ese motivo no nos quedábamos dormidos. Las lecturas tediosas de Virgilio, del maestro Guerra, las reemplazábamos con los libros que Miguel llevaba de Juan Jacobo Rousseau, precursor de la novela romántica: La Nueva Eloisa, luego Emilio y lo que nosotros considerábamos nuestra Biblia, El Contrato Social. No puedo desmerecer la bonhomía de don Mariano Guerra, pero si tengo que recordar un maestro del Colegio, ese era, sin duda, el doctor Diego de Alcorta.

–Que bueno, un tocayo mío –le dije a Juan Bautista, tanto para recordarle que seguía su relato con enorme atención.

–Sí, el doctor Alcorta era casado, sin tener hijos, con Josefa Belgrano, quien era una persona dulcísima, virtuosa, amable y cuantos adjetivos positivos pudiéramos encontrar para calificarla. Su esposo nos aglutinaba con su encanto e ideas por la libertad, por el bien y la justicia, según dijera José Mármol. Del colegio, en muchas oportunidades, nos íbamos a su casa en donde doña Josefa nos recibía con los brazos abiertos notándosele una gran alegría de recibirnos. Nos hacía de comer y con el doctor Alcorta cambiábamos opiniones sobre las ideas y pensamientos de los grandes autores, como Montesquieu, Rousseau y otros románticos. Nosotros gozábamos de su compañía y él con la nuestra. Es posible que esta comunidad se debiera a la ausencia de hijos en su familia y, en mi caso, a la evocación de mis hermanos, Felipe, Tránsito y Manuel, a quienes tanto extrañaba y anhelaba sus presencias. Nos llamaba mis distinguidos.

Había cambiado mis hábitos de estudio; yo creo que fue la maduración del pasaje de la adolescencia a la primera juventud, que fui distinguido en filosofía, con el doctor Alcorta, y el año anterior en Ideología obteniendo los primeros premios.

–En 1825 el rector Miguel de Belgrano había sido sustituido por Manuel Irigoyen y el vicerrector era el presbítero Martín Boneo.

–Mi inserción en los salones sociales y en las casas en donde se amenizaba con música, la vida frívola tal como yo la definí, y también en donde se discutía de filosofía y política se debió en cierta medida a que, sintiéndome enfermo, ocasionalmente en casa de una tía mía, la señora Sosa, el doctor Almeida y quien más me atendió, el doctor Owgand, me prescribieron que no tomara ningún medicamento, me alejara de los libros y que estuviera al aire libre y gozara de los placeres de las fiestas y del baile. Yo le respondí: “que no sabía bailar”; el doctor Owgand asombrado por mi confesión, me contestó: “entonces vaya a ver bailar”. Este método me hizo tanto bien a mi salud, que lo adopté como si fuera una medicina preventiva.

–Pero las noticias malas no hay que esperarlas sino que vienen solas. Así llegó una tarde del 28 de septiembre de 1830 en que el gobernador Ramón González Balcarce dictó un decreto según el cual ordenaba el cierre del Colegio de Ciencias Morales, para ahorrarle al erario público el gasto del mantenimiento del Colegio. ¡Ahorrar en la educación! Era una medida incomprensible para nosotros, especialmente para los que éramos del interior. ¡Nos tendríamos que volver a nuestras provincias! Miguel Cané, mi amigo íntimo, me dijo: “no te preocupes Juan Bautista, hablaré con mis abuelos, para que puedas vivir conmigo en la misma casa”. Mi ansiedad era muy grande hasta que Miguel me trajo la noticia que sus abuelos, don Mariano Andrade y doña Bernabela Farías de Andrade, no tenían inconvenientes en que fuera a vivir a su casa en la calle de la Biblioteca Nº 10. Cuando Miguel me presentó a su abuela, al ver a aquella anciana, que había dejado la canasta de costura para observarme que yo estaba mirándola en silencio, me preguntó: “En qué piensa el caballero”, y yo le respondí:

–Señora, perdón, pienso en que yo no he conocido a mi madre.

–La expresión de aquella anciana cambió para brindarme una sonrisa maternal que nunca podré olvidar. Era una inmensa casona en donde vivían más de treinta personas, entre familiares y amigos. Los abuelos de Miguel, los recordaré como las dos almas más honestas, más nobles, más benéficas que he conocido en toda mi vida. Gracias a ellos pude continuar con mis estudios y gozar del ambiente familiar que me había faltado desde que hice mi viaje en carretas desde Tucumán.

–Que le parece Diego si hacemos un alto en el relato y vamos a gozar del almuerzo y de la compañía del capitán Pablo Riccheri.

–De acuerdo Juan Bautista, he notado que por discreción, Pablo se abstiene de interrumpirnos.

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Juan Bautista Alberdi's Timeline

1810
August 29, 1810
San Miguel de Tucumán, Tucumán Province, Argentina
1837
1837
Buenos Aires, Argentina
1884
June 19, 1884
Age 73
Neuilly-sur-Seine, Île-de-France, France